Melesio Morrobel (búsquelo en YouTube) vino a este mundo por obra y gracia del irrepetible Freddy Beras Goico, quien, hastiado del accionar de la clase política dominicana, gestó un personaje caricaturesco embebido con la personalidad y accionar de quienes gobernaban o querían gobernarnos. El personaje pegó: el público agradeció aquella burla agresiva a su clase dirigente.

Morrobel fue un incansable aspirante a la Presidencia, carente de ideología, ética y educación, pero conocedor de los rejuegos que permitirían esquilmar el Estado si algún día se terciaba “la ñoña”.

Morrobel, pícaro semi analfabeto, hablaba y escribía rudimentariamente. De escasos conocimientos generales, apenas cursó un octavo curso. Vio en la política una manera segura de enriquecerse y escalar socialmente. Sabía intuitivamente que debía rechazar el comunismo y ensalzar a curas y a norteamericanos.

Sin modales ni buenas costumbres, tosco y atrevido, llevaba el convencimiento de que vestirse de saco y corbata, fumar cigarros y andar acompañado de guardaespaldas eran requisitos indispensables de un líder importante. Sin elegancia en el atuendo, lució estrafalario. Su espaldero toleraba improperios y humillaciones.

Sin consideraciones morales, trampeaba cuando le convenía y justificaba sus delitos con sofismas baratos y razonamientos pueriles. Se hacía llamar licenciado sin serlo. Nunca dudó que desde el poder sacaría ventajas personales: “No es que yo vaya a robar cuando llegue, pero algo hay que picotear…” En cuanto a sus compañeros de partido, lo tenía bien claro: “Si ellos se fajan hay que darles algo…”  Un pragmático irreverente, ajeno al bienestar común.

Viene al caso Morrobel, porque todos sabemos que las ideologías no ocupan la agenda de ningún partido ni la cabeza de ningún funcionario. Senadores y diputados negocian igual que pandilleros; dirigentes y militantes del partido de gobierno reclaman ferozmente “lo suyo”. Parecería que andan sin doctrina, pero no es así.

Creen fervorosamente en un derecho incuestionable: recibir recompensas por servicios prestados en campaña. Un dogma al que se apegan como al de cualquier ideología o religión. Se han ganado – según sus creencias – el derecho a cheques, cargos y negocios a cuenta del Estado. Nadie les convence de lo contrario.

En efecto, el ventajismo “mondo y lirondo”, que permite hundir mano en el cofre gubernamental, obsesiona a líderes y militantes de cualquier partido. A esa forma de pensar, especie de fundamentalismo político, quiero llamarle “morrobelismo”, en honor al tragicómico Melesio Morrobel.

Siguen el “morrobelismo”, sin importar cuán cultos o profesionales sean; lo mismo las bases que sus líderes. Es un dogma a prueba de lógica y apartado del bienestar colectivo. Viene de lejos. Oficiaron en sus altares con inusual desfachatez los gobiernos del PLD, y ahora propagan la doctrina los del PRM, metiendo miedo, amenazando y chantajeando.

Esas huestes de fanáticos ventajistas enfrentan al gobierno, dispuestas a obstaculizarlo en su gestión si fuese necesario. Buscan vehementemente, a manera de cruzados, aquello que creen suyo. A los morrobelistas ni les importa el buen gobierno ni el bienestar común; de ahí que para obtener tajada hasta hacen tándem con la oposición. Exigen nombramientos y privilegios del Estado. Si no los consiguen, atacan.

De Concho Primo a nuestros días, pasando por Morrobel, ha pasado mucho tiempo. Poco cambio: los partidos victoriosos reclaman derecho al saqueo. Es un convencimiento tercermundista que, al parecer, pervivirá por unas cuantas generaciones.

Si hurgamos en nuestra historia, veremos que tan morrobelistas fueron “Bolos” y “Rabuses” como reformistas, peledeistas y perredeistas. Es un culto antiguo que la secta perremeista vuelve a profesar.