Desvelado públicamente el nombre de quien fuera responsable de la puesta en libertad de los asesinos de las hermanas Mirabal, por el prestigioso y respetado Fafa Taveras, de inmediato descendieron rayos y centellas del hábitat donde residen los guardianes de la memoria del Coronel Montes Arache, histórico líder de los “Hombres Rana”.
En su defensa, ignoraron lo que el propio militar afirmó en una entrevista televisada. Restaron credibilidad a lo dicho por Fafa Taveras, y se dieron a la tarea de salpicarlo de lodo, ensañándose también con otro héroe nacional, el General Imbert Barreras. Desesperados, se atrevieron a citar afirmaciones escritas por el torturador y matarife Alicinio Peña Rivera. No escatimaron improperios para espantar la verdad.
Entre innumerables elefantes blancos que merodean los espacios de la Revolución de Abril – de los que poco se habla y menos se escribe – ha estado siempre la excarcelación de los asesinos de las inmortales hermanas Mirabal. Se sabía, aunque no se decía, que quienes dieron la orden de libertad fueron militares constitucionalistas – gran número de ellos comprometidos con el trujillismo y leales a la figura de Ramfis Trujillo. Toda la culpa de ese absurdo y horrendo perdón, la colocaron sobre los hombros de Joaquín Balaguer, némesis por excelencia de las izquierdas.
Nadie osaba mancillar ningún héroe revolucionario, ocupados como estaban en engrandecer a nuevos paladines de la democracia. Resultó, que abril de 1965 fue el ritual de purificación que, así parecía entonces, borró los pecados trujillistas transformando en impolutos apóstoles democráticos a los líderes surgido de la contienda. Acrisolaban sus bien ganados méritos, ignorando desméritos enredados entre laureles. Sin embargo, tiempo, testigos y verdad indefectiblemente sacan a flote las verdades históricas.
El coronel Montes Arache nunca ha dejado de ser héroe por haber sido villano. En la biografía longitudinal de las figuras históricas, la heroicidad es un corte horizontal, un momento específico del transcurso vital. El acto heroico es una acción más allá del cumplimiento del deber: arriesga vida y posiciones en beneficio de personas o causas nobles. Es un sacrificio personal que no espera recompensa, porque la vida toda se pone al servicio del otro.
Llevar a cabo una acción tan desprendida y peculiar es la génesis del héroe. Privilegio de pocos. De ahí, que hablemos de “héroe constitucionalista” , “ héroe del 30 de mayo”, “héroe de Capotillo”, “ héroe del 14 de Junio”, etc. El antes y el después no priva al sujeto de esa excelsa categoría que lo destaca de los demás. Es inútil ignorar las faltas que preceden o pudieron seguir al momento de la hazaña, puesto que estas no disminuyen el momento preciso de la consagración.
La biografía del comandante Montes Arache, no escapa de actuaciones antidemocráticas y represivas; entre ellas, la infame liberación de un grupo de asesinos y represores trujillistas. Pretender borrar todo aquello, mitificarlo, purificarlo – incluso a expensas de degradar a otros – es fanatismo, irracionalidad y negación.
A pesar de sus errores, el carismático líder de los “hombres rana” nunca ha perdido su condición de héroe. El trujillista que interrumpió el castigo de terribles asesinos es el mismo coronel glorioso de la revolución de abril. Héroe y villano, villano o héroe, esa es la inevitable ambivalencia existencial que acompaña a hombres excepcionales.