“Mire la calle.
¿Cómo puede usted ser indiferente a ese gran río de huesos,
a ese gran río de sueños,
a ese gran río de sangre,
a ese gran río?”
Nicolás Guillén
Cuando un ministro que debiera estar ocupado justamente de sus asuntos jurídicos, utilizando como argumento que “Mónica dixit”, declara como esclarecido un caso, una acusación, una sospecha, uno se ve obligado a decidir entre aprovechar la feria del libro recordando aquello de “la sociedad establecida muere por los cuatros costados” (Pedro Mir) o volver al tema tan tratado y poco resuelto de la institucionalidad. Antes hemos querido simplificar ese tema señalando que institucionalidad es lo que nos permite conocer la consecuencia de un acto. Esa posibilidad de predicción, de hacer previsible lo que va a ocurrir, es lo que llamamos institucionalidad.
No deja de sorprender que el funcionario ha demostrado una capacidad envidiable para “cerrar”: hace unos meses inauguró su sorpresivo ministerio cerrando desde aquí el caso Oderbrecht en Estados Unidos. No puede ser institucional aquello de que una dama que guarda prisión domiciliaria tenga la fuerza de prueba para cerrar un caso que no está en absoluto resuelto pues no ha sido investigado y menos juzgado. Es más, aunque se hubiera tratado de Blancanieves un señor que se matriculó en una universidad, que asistió a clases y que se graduó no puede usar ese argumento. La autoridad que pretende otorgarle a sus afirmaciones resulta absolutamente increíble, tan increíble como si los de la marcha verde presentaran querellas justificándolas con declaraciones de Sor Teresa como prueba de la certeza de sus demandas. Así no se puede.
Estamos entonces nuevamente ante el desafío de la institucionalidad y en ese escenario los actores políticos deben actuar aun con más responsabilidad puesto que se avanza a una situación en la que es difícil prever lo que va a ocurrir. Conste que no se trata de andar viendo crisis donde no la hay, pero si en algo podemos estar de acuerdo todos y todas es en que nadie puede todavía describir una salida. Por eso insisto en que aquellos que creen que recurrir como argumento al “Mônica dixit” les asegura “pasar piola” están completamente equivocados. Lo que sí se puede asegurar con algún nivel de certeza es que la escasa institucionalidad existente va a ser puesta a prueba y que argumentos como los que inspiran esta columna son casi sediciosos pues podrían pretender reinstalar la vieja forma de ejercer justicia. De ser así, permítanme darles un consejo: dedíquense a mejorar sus relaciones interpersonales, pues alguien mal intencionado puede acusarlo de algún delito y su destino será la cárcel. O háganlo al revés: roben todo lo que quieran y consíganse que alguien que salga en los periódicos o en la tele asegure que ustedes son inocentes.
Toda esta inesperada situación nos debiera llevar a revisar lo poco que se ha avanzado en términos de construcción democrática y lo que ha sido el proceso político desde 1961. El atrevimiento ministerial comentado más arriba no puede identificarse como parte de conductas nuevas o novedosas. Al contrario, esa osadía forma parte de expresiones y conductas que repiten, envueltas en formas de hoy, el “Foro público”, que expresan la hegemonía en la política criolla de los hijos de Trujillo y Balaguer, los únicos que al parecer “saben de política”. Se trata de los mismos que no pudieron impedir la impunidad por el crimen de las Mirabal pero que sí consiguieron que Alicinio Peña fuera desplegado en periódicos (El Nacional, 24 de agosto de 1991) y entrevistado en la televisión por el Gordo de la Semana, obviando su condición de asesino confeso de las tres hermanas y de fugitivo de la justicia. ¿Qué hay de nuevo, entonces? Nada. Tampoco hay nada nuevo respecto de otras querellas que duermen en la Procuraduría, incluso con graves acusaciones a personas que llegaron a ministros en los gobiernos de transición de Balaguer a Balaguer entre 1978 y 1986.
Mantener y pretender actualizar esta jurisprudencia, solo logra aumentar los riesgos. Si el ministro quisiera valerse de su autoridad podría darle algo del crédito que le asigna a la convicta brasileña a los cientos de dominicanos y dominicanas a los que la justicia les es denegada, a los que reclaman por abusos policiales; podría otorgarle algo de esa confianza que le merece Mônica a las víctimas de los abusos y violaciones de los Derechos Humanos ocurridos en el país. No estaría mal que el ministro recordara que en el Derecho Internacional muchos de esos delitos han sido declarados imprescriptibles, algo que se supone que debiera saber si es que aprobó la asignatura aunque sea con el mínimo.
Así las cosas y cuando los periódicos destacan esa popular costumbre de asegurarse un lugar en las fotos de los homenajes por méritos ajenos, tenemos que recordar, feria mediante, que René del Risco dixit: “Ahora estamos frente a otro tiempo/del que no podemos salir hacia atrás,”
Rescatada la lucha contra la impunidad del asalto a la soberanía, la dignidad y el dinero de los pueblos por parte de Odebrecht, será entonces un imperativo empezar a pensar el Movimiento Verde como un “hecho histórico”. De esa manera está comenzando a perfilarse y para lograr mantener esa calificación el movimiento no se debe cuidar de los partidos políticos, debe asegurar su apoyo. De lo que el movimiento debe cuidarse es de quienes han sido protagonistas de todas la movilizaciones fallidas y falladas, debe protegerse de aquellos que luego de hacer la lista de las organizaciones participantes negocian en aras de proteger la gobernabilidad balaguerista y la jurisprudencia trujillista y se dedican a defender un tiempo que René del Risco quería superado.
¿Por qué el Movimiento Verde es un “hecho histórico”?
Simplemente porque es innegable su repercusión en la comunidad y en la vida política y social del país.
Porque el impacto social y político que anuncia superará con mucho el tiempo corto de la coyuntura.
Porque su motivo -el “Fin de la Impunidad”– relaciona, identifica, establece nexos entre hechos, personas e instituciones de tiempos distintos.
Y, finalmente, es un hecho histórico porque favorece un cambio, una clara ruptura respecto del pasado.
Si no estoy equivocado, y creo que no lo estoy, la historia de este tiempo se escribirá con tinta verde.
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