"¿Qué es ser sociable?". Me preguntó Pablo en aquella ocasión. Claro que no le interesaba mi respuesta; más bien era su manera de arrancar. Cada vez que nos juntábamos en algún bar de París, a mi amigo le encantaban las preguntas filosas. «¿Saludar al vecino, a la gente que uno se topa en el elevador, a los colegas del trabajo, al portero del edificio? ¿Servirse de una small talk, como dicen los gringos, qué lindo día, qué le pareció el juego de anoche, era adentrarse en la sociabilidad? ¿Es lo mismo ser cortés que sociable?», continuó con ánimo imparable.

Por qué tanto alucine, Pablito, quise interrumpirlo. «Nunca me invitaron a salir con ellos», me dijo. Resulta que acababa de pasar seis meses en una Escuela Secundaria y los otros maestros, aunque eran amables, casi fraternos, nunca se dignaron a incluirlo en sus planes cuando tomaban algo después de clase o si se veían cualquier sábado en un pub maloliente por los rumbos de la plaza République. Creo que estás mezclando peras con manzanas, lo sabes mejor que yo, los franceses son educados pero distantes. Por qué tendrían que haberte invitado, ¿para seguir con la onda de colegas-amigos, para seguir hablando de la escuela en horarios nocturnos? Estabas allí de forma temporal (suplía a la maestra que recién había dado luz), no eres profesor titular, ni francés, ni nada de eso, agregué sin convicción, pensando que sí, que habían sido antipáticos. El mexicano es gregario, adepto a las multitudes y no hay cosa que deteste más, que sentirse aislado.

Seguramente me referí a la canción de Cuco Sánchez. Aquella cuya estrofa principal habla de lo mismo: «No soy monedita de oro, pa’caerle bien a todos, así nací y así soy, si no me quieren ni modo…». Por cierto, veo que el pasado tres de mayo el compositor habría cumplido cien años; pues nació un lejano 1921, en el puerto de Altamira, Tamaulipas.

Es evidente que el aprecio que tenían por Pablo valía menos que un peso (de níquel, devaluado), aunque él hubiera querido ser visto como un doblón español. Lo que más le molestaba era que a la hora de la comida –solían juntarse en la misma mesa, al interior del comedor escolar si el clima estaba lluvioso o gélido (regla general) o en el patio, si el tímido sol se asomaba– y, no tenían ningún reparo en ponerse de acuerdo frente a él ni en comentar lo bien que habían estado los tragos la noche anterior. «En ese momento me convertía en fantasma», remata con una melancólica sonrisa. ¿Alguna vez levantaste la mano para autoinvitarte? Te encanta el show, ¿en serio, salir con ellos, eso ansiabas?, le pregunté con la seriedad de un notario, antes de enviarlo por otra ronda.

Ignoro casi todo sobre Cuco Sánchez, salvo que escribió más de un puñado de buenas canciones, que han sido interpretadas por los mejores, desde Pedro Infante hasta Luis Miguel, desde Rocío Durcal hasta Los Tigres del Norte. Mis favoritas son, junto con Monedita de oro, Fallaste corazón y Que me lleve el diablo. Prefiero las versiones norteñas, de ritmo más movido que el Mariachi: «La vida es la ruleta en que apostamos todos, a ti te había tocado, nomás la de ganar…». ¿Igual que a Pablo, que siempre quería ganarse el lugar central en cada reunión, pero entre maestros de matemáticas, de inglés, de física, ni lugar, ni reunión, ni nada?

Lo peor era que si necesitaban ayuda, entonces sí se acordaban de él: que si puedes cubrirme mañana después del recreo, que si les pones este examen a los del C…Típico, acuérdate del refrán: «Ven burro y se les ofrece viaje», sobre todo, si nunca les decías nel pastel, mi estimado, intentaba confortarlo.

Sin embargo, las canciones de don Refugio Sánchez, tienen versos tremendos, que importa si hablan de amores contrariados, sirven para cualquier ocasión. Allí está Paco Taibo II, cuya antología de relatos se titula: Tu sombra fatal, esa que me sigue por donde quiera con obstinación y por quererte olvidar, me tiro a la borrachera y a la perdición… Perdición de tiempo, eso eran los vanos lamentos de mi amigo.

Otro ejemplo es Monedita de oro. Si bien, habla del galán al que la familia de la novia no acepta, dada su vida bohemia (en tu casa no me quieren porque me vivo cantando), la metáfora posee mucho músculo, aunque atente contra la autoestima. En efecto, nadie tiene la obligación de querernos, de aceptarnos (¿de invitarnos al bar?), de manera incondicional, así como así. ¿Consuelo barato o necesario en el que Pablo no quiso o no supo refugiarse?

¿Don Cuco también se habrá sentido relegado? ¿Inspiración de la experiencia o inspiración a secas? ¿Fue él moneda sin valor? Dicen los que saben, que figuró en muchas películas (era la época dorada del cine nacional), donde se cantaban sus composiciones. Aunque la gente piense primero en otros: Lara, José Alfredo, Juan Gabriel; el talento del tamaulipeco sobrepasa los veinticuatro quilates.

Alguna vez les propusiste una excursión etílica, lo cuestioné. Naa, si eran rete pedantes. Quién te entiende Pablovich. Entonces hagamos lo que aconseja esa canción y que se los lleve el diablo y nosotros, nos bebemos la del estribo.