Aunque cierto analista -diletantista asaz, de esos que siempre se amamantan de la vaca nacional- ya habla estrambóticamente de las “previsibles oleadas” de votantes por el cambio, en honor a la verdad que Luis Abinader deberá emplearse más a fondo porque sus contrincantes cuentan con realizaciones que justifican su permanencia, y les sobran recursos económicos y humanos, proyectos y niveles de credibilidad.

A esta distancia de 4 meses y 6 días para las elecciones del 15 de mayo próximo faltan definiciones de las que suelen decidir los resultados, entre estas los compañeros de boleta de Abinader y Danilo, los candidatos a puestos congresuales y municipales de incidencia en la escogencia presidencial, consignas centrales atractivas circundadas por una que otra colateral y una retahíla de acciones del diario vivir político que suelen definir la conducta de ganador, por un lado, o la conducta de perdedor, por otro lado.

Como es conocido de todos los experimentados en política electoral, cada proceso electoral es particular, aunque desde siempre y en todas partes del mundo democrático suelen confrontarse las corrientes del cambio y del continuismo, del mismo modo que suelen permanecer las corrientes “de izquierda” y las “de derecha”, las liberales y las conservadoras, las innovadoras y las tradicionales.

En el 2012 por un foul de la historia electoral –y porque al postular de nuevo a Mejía, el PRD no idealizó la necesidad de un cambio- el resultado electoral favoreció a una versión de “medio cambio” representado por Medina

La más imperante de las necesidades políticas electorales es la del cambio, por lo que ha estado presente en todos los eventos electorales nuestros pero en unos ha sido más acuciante que en otros, que es el caso actual: por la prolongación del PLD y sus estilos en el poder y su decisión de continuar hasta por lo menos el 2020.

En 1978 la sed de cambio se impuso a favor del PRD, en 1986 a favor del neotrujillismo balaguerista fraudulento, en 1996 a favor de Leonel Fernández y su PLD, en el 2000 a favor de Hipólito Mejía, y de nuevo en 2004 a favor del PLD y Fernández. En el 2012 por un foul de la historia electoral –y porque al postular de nuevo a Mejía, el PRD no idealizó la necesidad de un cambio- el resultado electoral favoreció a una versión de “medio cambio” representado por Medina.

Manteado en la atmósfera de un mundo en el que las estructuras sociales se movían con lentitud pasmosa, Confucio dijo reflexivamente siglos atrás que el pasado se podría parecer al futuro como el agua se parece al agua, aunque bien sabía del imperio de la ley de los cambios permanentes, sin cesar, sin cesar.

¿Logrará Luis Abinader idealizar la necesidad de un cambio? ¿O acaso Danilo logrará idealizar su permanencia con la insinuación de verdadera expresión de un cambio atrapado en sus promesas a futuro?

Cuando el 15 de febrero estemos a tres meses de las votaciones presidenciales entraremos a la “curvita de la Paraguay” y de ahí en adelante se verá cuál de los dos caballos va “por la parte de afuera” o “por la parte de adentro”, como lo inmortalizara el magnífico narrador hípico Luis Alfonso Perbenton cuando “la Era era Era”.