Muchas veces me he preguntado si será más fácil

reconocer la profundidad del océano

que la profundidad del corazón humano.

Isidore Lucien Ducasse, Conde de Lautréamont.

Obra de Modigliani

En un par de años se cumplirá un siglo de la muerte de uno de los más importantes artistas de la plástica moderna, el siempre controversial Amedeo Modigliani. Alumno de un florentino, impactado por la corriente modernista del cubismo, por Cezzane, los maestros del fin de siècle y el azul Picasso, Modigliani es el prototípico pintor rebelde incuestionablemente marcado también por la tradición goyesca y las huellas de Velázquez. Y es además el artista que se sabe irrevocablemente libre, poseedor, a toda costa, de una apasionada visión iconoclasta e irreverente del mundo que le rodeaba. Escultor, arquetípico bohemio, reconocido dandy en aquel turbulento Montmartre parisino de los inicios del pasado siglo, Modigliani morirá contando con apenas 35 años, viviendo con la intensidad del artista desesperado a quien el tiempo se le escapa. El brandy; el hachís; sus atractivos físicos que le hicieron proclive a recurrentes y apasionados affairs; su desinterés por el orden material burgués; la admiración por Huidobro, Apollinaire, el conde de Lautréamont; y las prevalecientes estipulaciones del tradicionalismo artístico que le rechazaba, impregnaron los rasgos nihilistas –nietzcheanos, para ser más justos– que definieron su oeuvre, la intensísima existencia de hedonista moderno y el carácter particularmente mítico que caracterizó su vida.

Resulta curioso el hecho de que a determinados artistas se les recuerde no por el legado de sus trabajos ni por las ramificaciones ulteriores derivadas de él, sino por las deconstrucciones (o reconstrucciones) –típicamente estereotipadas– de lo que fueron sus historias personales. Es decir, se conmemoran y se diseminan más bien la muerte del autor y no su nacimiento; sus “escándalos” y no sus huellas, tal como lo sucedido al Modigliani que alcanza la “fama” después de morir y continúa despertando temores por algún tiempo después. A título de ejemplo, la última pareja de Modigliani, la hermosa joven aristócrata Jeanne Hébuterne, no fue enterrada a su lado tras suicidarse embarazada de ocho meses dos días luego del fallecimiento del pintor sino hasta más de diez años después resultado del rechazo familiar hacia aquella cuasi-novelesca relación.

Muchas décadas posteriores a la desaparición física del artista, prestigiosos museos como el Royal Academy of Art y el Tate de Gran Bretaña organizan las más grandes exhibiciones del trabajo de Modigliani a fin de que “la vida del artista no eclipsara su obra” dado el contexto al que la hiperbólica dramatización de sus sucesos personales le sumió. Se trataba de separar el mito del hombre, porque la historia del hombre no es la de su arte. Por igual, fue apenas en 1984 cuando la aparición de supuestos bustos de Modigliani fue noticia en su natal Livorno al ser “rescatados” de las aguas de un canal local donde la tradición señalaba que el propio artista los había desechado. Tal incidente constituyó uno de los más grandes fiascos del mundo de los expertos del arte quienes fueron burlados por estudiantes que habían lanzado las imitaciones al canal. En la creación de la leyenda la prensa llegó incluso a insinuar morbosamente que la muerte accidental de la única hija de Modigliani, heredera del legado artístico paterno, ocurrió en “oscuras circunstancias” justo antes de su visita a la Italia natal en pos de esclarecer las sucias maniobras de su representante, eventualmente acusado de falsificación.

Obra de Modigliani

Criticados por algunos por reflejar una visión manierista y simplista del cuerpo humano; catalogados por otros como representaciones de una mujer desprovista de moral; reminiscentes de los trazos planos del Ingres maduro; provocadores, seductores e impúdicos según otros tantos, los desnudos del artista que nos ocupa, a mi juicio, son más que nada reveladores del espíritu de la figura representada y del subsecuente “diálogo” establecido entre pintor y modelo. En el lienzo Desnudo acostado aparecen todos y cada uno de los simbolismos aquí descritos: una mujer que se complace en ser vista mientras nos observa curiosos enfocados en su vello púbico; un cuerpo que escupe detalles y curvas por encima del fondo rojo de un lecho que en franca invitación, provoca por igual a artista y espectador. Pulsiones, al fin y al cabo, diría Freud, atrapando riesgos, deseo y posesión entre la pupila erecta del observador y el trazo aparentemente inerte sobre el lienzo. La crítica ha dicho además que las obras de Modigliani parten de lo tradicional para adentrarse en al desafío de la conformación de un objeto-sujeto donde sus esferas, constituidas por sensualidad, dolor o sumisión, erradican toda distracción de la propuesta artística; todo lo demás en el entorno del cuadro desaparece a fin de revelar, color a mano, única y estrictamente los detalles de la figura humana. 

El prólogo de la edición cubana de los cantos de Lautréamont (Sed de belleza, 2006) advierte que su autor, más que ofrecerse ante el mundo lo expone, lo prostituye o envenena y después desaparece; una secuencia que metafóricamente parecería haber seguido el artista que nos ocupa en su proceso creativo y en sus andares terrenales. No ha de sorprender entonces el que Modigliani, ante el cuestionamiento de su amada Jeanne sobre la apariencia de sus ojos en sus lienzos, este le respondiese: “cuando conozca tu alma pintaré tus ojos”. En otra ocasión se le preguntó por qué no permitía a su pareja posar para Renoir a lo que respondió que “cuando una mujer posa para un artista, ella se le entrega”. El mito helénico que entendía a la pupila (kore) como la única ventana al alma hoy lo reconocemos cierto ya que la ciencia nos ha enseñado que esta región del ojo está directamente conectada con el cerebro a través del nervio óptico; Modigliani, a todas luces, sabía aquello cuando a través de sus trazos persiguió desnudar el alma de sus modelos.

Amedeo Modigliani es quizás el artista plástico moderno que más se enfocó en la figura humana casi de forma exclusiva; persiguió el sentimiento y la belleza, es decir, hurgó en ellos a fin de encontrar al ser. Desde la plástica egipcia y africana, el fauvismo y el postimpresionismo de Toulouse Lautrec hasta la memoria de Tiziano y Rafael, tales influencias lograron conformar en él un planteamiento estético único dentro del arte figurativo del siglo XX. En referencia a su legado, el escultor Jacob Epstein dijo una vez que las leyendas solo dejan la caricatura de un hombre, en nuestro caso la de un pintor quien a su vez, dejó un rastro de leyendas; mas sin embargo, Amedeo Modigliani, no cabe duda, nos entregó en su arte el trabajo de toda una (cortísima) vida.