Este chico era de piel trigueña, su piel no tenía un solo accidente, es como si usara base M.A.C. todo el día. Barba abundante y de hebra gruesa, a veces prolija, otras, no tanto. Sus rasgos puede que pasen por exóticos, pero, si lo pienso bien, todos somos exóticos en algún lugar. La primera vez que lo vi llamó mi atención, y desde que supe que pronto portaría el anillo aquel en su anular izquierdo, viré la página, que de hecho no tenía nada escrito y me olvidé del asunto.

Para mi sorpresa, tiempo después, me vi siendo abordada por este sujeto. Al principio era sutil, delicado, se valía del humor y de cualquier cantidad de holas y buenos días. Yo, que soy de naturaleza expansiva, sonreía y saludaba, pero ya sabía que el huevo quería sal. Poco tiempo faltó para que la gentileza y la sutileza dieran paso a una declaración llana: me gustaría acostarme contigo.

Coqueteo por aquí, sonrisitas por allá… No entraré en los detalles que transcurrieron entre esa declaración y el día de hoy. Para los curiosos y esa gran mayoría que se pregunta si al final “el evento se llevó a cabo”, les diré que no, nunca pasó, por muchas razones, pero sobre todo, hubo una tarde que me confesó una razón muy poderosa para poder lograr su “sueño”: nunca había estado con una mujer negra. Entonces supe, de un sopapo, que yo pertenecía a un segmento.

Esa frase caminó todas las esquinas de mi cerebro. Yo ya he leído mucho –y me falta más- sobre lo que significa ser negra en un mundo colonizado y donde todas las construcciones sociales del imaginario colectivo giran alrededor del culto a lo blanco, donde lo negro termina siendo exótico, algo por explorar y conocer; que puede sorprenderte o maravillarte, algo como la adenda de un documento que apenas empezamos a leer; y para remate, en mi caso, algo para cotejar en una lista de cosas por hacer. La sola idea me pareció de lo más estrecha.

Sabía que estas situaciones ocurrían, sé de los turistas que vienen a la isla y no se van sin “tirarse” una negra -se lee horrible, ¡lo sé!, pero es justo así como se maneja la dinámica sexual entre muchos visitantes al país. El hombre negro dominicano no escapa de ello, por aquel mito de que tienen el pene más grande que la mayoría, lo cual no es necesariamente real. De todas formas, nunca me había pasado estar en la lista de nadie por semejantes razones, al menos no que yo sepa.

Así como se piensa que las mujeres rubias son brutas o tontas, sobre lo que no hay una sola base científica, las mujeres negras, supuestamente, somos tremendas en la cama, cocinamos rico, somos histéricas, de sangre caliente, bailamos buenísimo y somos insaciables. En cuanto al estatus económico, es tendente asociar a la mujer negra a la pobreza y si tiene buena posición es seguro que alguien “la salvó”. Su aspecto la hace menos capacitada para cierto tipo de profesiones. El pelo, que es todo un capítulo aparte, si lo lleva suelto es un acto de rebeldía, e intenta provocar sexualmente al hombre; la higiene y el pelo natural de una mujer negra siempre estarán reñidos – ¡nada más estúpido!-. Una mujer negra busca un hombre que la salve. Somos unas perras, nada sumisas, porque peleamos, discutimos y andamos a la defensiva, entonces somos una mujer problema. Sea negra o mulata (*), -palabra que me cae malísimo- para el caso muchas veces es igual. Y, aunque suene lastimoso, muchas mujeres negras se sirven de todos estos estereotipos y lo refuerzan.

Lo que describo más adelante ha ocurrido desde hace mucho tiempo, y prácticamente en todo lugar. En mi entorno ocurre mucho y por la naturaleza del dominicano se disfraza en forma de humor y chanza, y al final es lo mismo; como me dijo un amigo a quien quiero a rabiar, mientras yo disponía la mesa para cenar: -vaya, para ser negra eres muy delicada.-  Él no es para nada machista, ni discriminador y lo sé equilibrado y pensamiento saludable, sin embargo son siglos de colonialismo y no es fácil de combatir, porque muchas de estas frases salen solas de nuestra boca y forman parte de nuestro pensamiento cotidiano y no nos detenemos a analizar el mensaje que terminamos reforzando. Reflexionar, documentarnos y educarnos sobre este tema para poder formar a nuestros hijos e hijas desde una mirada más sana y objetiva, puede ayudar, si no a romper, al menos a empezar a cuestionar la gran cantidad de constructos mentales instalados por tanto tiempo. Y recuerde yo, usted, ella, aquel, puede que seamos hermosos, bellos, raros, distintos, pero eso tiene un nombre: diversidad. No se trata de ser extraños, ni de estar dotados de cualidades del otro mundo. Y en todo caso, únicos somos todos.

(*) En su origen etimológico la palabra «mulato» hace referencia a la «mula», que es el producto del cruce entre un caballo o yegua y un burro o burra; debido a la visión racial de aquella época y la posición subordinada de las personas esclavizadas, en su mayoría negras, y a que se asimilaba el burro a la persona negra y la yegua o caballo a la blanca, entonces se adoptó el término mulato o mulata al resultado del ayuntamiento carnal que se daba entre negros y blancos españoles.