Enero es la hora en la que se sale de la anestesia navideña, período estival donde las instituciones del sistema (económicas, iglesias, Estado, etc.) aprovechan el calendario religioso para inculcarle a los más desfavorecidos las ilusiones necesarias desde las cuales se hacen de una inflación de esperanza, que se construye como verdad subjetiva (la que cree la persona) por vía de la propaganda que reciben, y que va en detrimento y en contradicción con la verdad objetiva en la que vive realmente la gente. Esas ilusiones necesarias son desde las cuales se alimentan las creencias que mueven los esfuerzos de los humildes, induciéndolos para que ellos mismos participen de la producción del orden que los domina, es decir de la producción de su propia reproducción social.
El poder y sus escribas conocen la vulnerabilidad material, intelectual y psico-afectiva en la que vive la mayoría de dominicanos, ante los angustias de una vida de presente y futuro inciertos, y aprovechan ese estadio de precariedad para lanzar campañas ideológicas que apuestan a hacer sentir seguridad y bienestar, a quien en realidad no las tiene, bajo la solapa de una supuesta paz social y una filosofía de pertenencia a un mismo “cuerpo” social. Por eso, es tan atractiva para el poder buscar hacer pasar la idea de nación como si fuese una “gran” familia, precisamente porque el símbolo de familia es un poderoso atractivo a la obediencia tan buscada por el poder. Si el ideal de nación, según las definiciones fundadoras, es el conjunto de personas que buscan vivir juntas bajo una misma comunión de anhelos y prácticas, y cuyos vínculos se plebiscitan todos los días, el concepto de nación no se encontraría muy lejano del de familia, esa unidad de convivencia doméstica, unida por vínculos de parentesco que la consanguinidad, la legalidad o el cotidiano (o una combinación) establecen a lo largo del tiempo en una comunidad íntima de afectos pero bajo una jerarquía de obediencia específica. Así, los sectores dominantes, como proveedores de recursos (fuentes de empleo, de palabra autorizada y legitimadora, etc.), serían el equivalente de los padres o tutores en una familia, que como proveedores requerirían también obediencia por tradición. Pero, sabemos que la familia como nación o la nación como familia, tendría ciertos problemas de veracidad en sociedades tan desiguales como la dominicana. En un territorio de tanta fragmentación social como el que vive el país, cómo le funcionaría al Poder la idea de familia para guardar control de sus súbditos.
1/La curiosa “casa” de la “gran” familia Dominicana
Cómo podría haber segregación en una familia, si al final de todo: ¿no somos familia? Qué mejor apuesta por un espíritu familiar para que todo problema social, al final, deba arreglarse en familia, o que toda diferencia debe aceptarse porque es familia. ¿Y por qué estar triste o inconforme, si al final somos una “misma” familia? Son respuestas a esas preguntas, cuando establecemos la equivalencia entre familia y sociedad dominicana, lo que busca la promoción de la idea de la “gran” familia, aunque no resista mucho tiempo esa idea la prueba de la realidad. Aquí algunos ejemplos. En la actualidad, cada vez que llega el 911 a un punto a socorrer a personas, una de las primeras preguntas que gentilmente realiza el servicio público es a cuál centro de salud estás vinculado la persona atendida. Ahí (y una cantidad innumerable de otros ejemplos parecidos que podríamos también evocar del diario vivir desigual de los dominicanos) es cuando y donde el mantel de la supuesta “gran “familia” comienza a deshacerse. Servicios como el 911 proyectan formalismos de igualdad de los dominicanos: todos los ciudadanos accederían a un servicio universal, no importa quien sea. Sin embargo, la realidad es otra: no es la intervención puntual del 911, es lo que hay detrás y delante, el a priori y el posteriori del 911 donde la inequidad social se esconde. Como docente de la UASD, me ha tocado llamar en múltiples ocasiones al 911 y padecer las desigualdades sociales que mis estudiantes viven frente a la salud como derecho de la gente. No es solo dónde llevan a la persona donde se delata la desigualdad, es la historia que hay detrás de cada padecimiento. En una ocasión, una estudiante en mi clase de los lunes en la mañana, comenzó a reflejar síntomas preocupantes de adormecimiento de sus extremidades y falta de oxígeno. La estudiante, a pesar de haber sido diagnosticada en su momento con una condición cardíaca particular supimos después, tenía varios años que no había visitado servicios médicos al respecto, a pesar de sufrir síntomas evidentes. El problema aquí no es solamente si tenía o no el acceso a esos servicios (por cercanía territorial, por capacidad monetaria para financiarlo o no, etc.), es sobre todo el peso de la historia personal en términos de la cercanía de la persona y su contexto socioeconómico con el servicio de cuidado médico. Es eso lo que suele ser decisivo a la hora de que una persona asista o no a un centro en procura de asistencia de no emergencia o urgencia. Sin embargo, existe cierto economicismo que atribuye al grado de desinformación de una persona lo que decide o no si el agente social toma x decisión. Como si los pobres fuesen pobres por falta de información, es decir, solo porque no saben como hacerse ricos o salir de la pobreza. Opinión tan errónea como pensar que el solo hecho de saber que si en los bancos hay dinero, bastaría para ir a ellos para retirarlo. Son esos juegos de lenguaje, como decía Wittgenstein, que enmascaran la gran estructuración jerárquica de privilegios del mundo social real.
Si tomamos el símil de la casa y continuamos como el tema de acceso a servicios de salud, la cosa resulta contradictoria o al menos paradójica parara la idea de “gran” familia como denominador de la nación dominicana. La “gran” familia sería ese lugar donde unos tienen seguro internacional y otros tienen seguro local (más o menos precarios), unos que aún teniendo seguro no pueden pagar la diferencia que no cubre el seguro, y otros que sencillamente no tienen seguros. ¡Vaya familia! Algunos dicen que ya los hospitales y escuelas públicas dominicanas no tienen nada que envidiarle a los otros, cuando todos sabemos que por un efecto económico, la segregación de las escuelas dominicanas y los centros de salud, como para muchos otros dominios de la vida de la gente (como el deber tributario, por ejemplo), se reproduce la pirámide social del país, donde los de abajo cargan más fuerte siempre que los de arriba. Es una república desigual, segregada, fragmentada, que permea todos los derechos fundamentales de la persona. Hasta en el derecho a ser o no defendido correctamente en lo legal, que suele depender del dinero que tu tengas para pagar tal abogado, puede hacer decidir tu suerte judicial. Todo pasa por la tenencia de capital económico, cultural o social, o todos, que de alguna manera u otra la gente recibe por una herencia familiar o logrado por minorías, por esos accidentes de la probabilidad social. En una casa en la que bajo un mismo techo se tenga tales realidades de diferenciación, y se toleren, se tiene un espíritu familiar que pocos dominicanos aceptarían como tal. En una casa en la que unos emplean a otros por salarios de miseria a otros, mientras los empleadores acumulan la mayoría de las ganancias, también resultaría poco tolerable para llamarle familia en la cultura dominicana.
2/La idea de la “gran” familia como gran ignominia
Ahora bien, como en todo análisis, lo interesante no es la ocurrencia de un hecho social, sino el por qué del hecho, sus causas y explicaciones posibles. Cada vez que uno intenta dilucidar la gran mentira detrás del manto del silencio bajo el cual se buscan disimular las injusticias sociales, el poder, vías sus escribas, enarbola la tesis de que quien revela esos mecanismos busca que el mundo “arda”, que lo que procura es la “división” de la gran familia dominicana. Como si la gran mentira, el gran silencio, la justificación de la supuesta “gran” familia no fuese un mecanismo más de los dominantes para disimular el estado de la violencia que genera la abundancia opulenta de unos pocos frente a la precariedad y necesidad de muchos otros. Aluden también esos escribas del poder, que lo que el crítico busca revelando esas “diferencias”, es la guerra de clases, como si no hubiese hoy en el país, con los grados de violencia que se registran en las calles de República Dominicana, una verdadera guerra social que buscan sobrevivir literalmente con el cuchillo en la boca, ante la indiferencia, represión o indolencia de los de arriba.
La “gran” familia es una de esas expresiones claves con la cual el orden ordena (en ambas acepciones del verbo ordenar: organizar y mandar) a la sociedad. La “gran” familia mantiene orden en las temporadas empalagosas, donde se requiere consumir la oferta de recursos y en las que la propaganda distribuye los bonos inorgánicos de esperanza de que todos pertenecemos a una misma nación, es decir a una misma casa, y tendríamos las mismas oportunidades, que solo sería cuestión de tiempo. Pero detrás de la “gran” familia, se esconde uno de los pilares del sistema de producción de lo social: la ideología del espejismo social, según la cual, la gente se crea expectativa posible pero muy poco probables de alcanzar, generando así toda una economía de esfuerzos que llevan en lo profundo de si el conocimiento tácito de sus bajísimas probabilidades de retorno, cargados de una racionalidad pasmosa. Así, se genera un fuerte estado de resignación, porque dentro del marco conocido de acción, la palabra oficial (la propaganda constante), hace de la realidad una versión de anticipo a la esperanza de vivir, cuyos dividendos serían entregados en diferido, un poco más tarde, aunque en realidad solo sea mera y remota posibilidad.
La “gran” familia es ante todo una imagen, que busca unificación a la fuerza. Pero esa unificación no es inocente, ella responde a criterios e intereses muy específicos de gobernanza, que suelen ser los de la clase dirigente de una sociedad. Los regímenes de democracia de mercado, no requieren siempre de la coerción física para gobernar a sus sujetos, cuando poseen tecnologías de control por vía de la obediencia a necesidades artificiales creadas por el propio poder, que suele ser el proveedor monopólico de las mismas. Una de ellas es, como pensaba el doctor Panglos de Voltaire, la idea de que “vivimos en el mejor mundo posible”. El neoliberalismo busca convencernos que vivimos en un mundo de oportunidades para todos e inmejorable, donde no hay alternativas mejor que la que ya está. De ahí la gran resignación implícita con la que manejamos nuestras acciones, sujetas a la historia que nos fabrica, y no a la que podríamos fabricar innovando. Y que aquellos a los que no le ha llegado el “éxito”, les estaría por llegar, y que tendrían en frente una ruta para alcanzarlo. Y que esa ruta ya existiría, y solo haría falta transitarla porque el éxito estaría a la vuelta de la esquina (de una graduación de universidad que se aproxima, de un negocio venidero, de un año nuevo que entra).
Como la expresión latina citada por el estadista británico Walpole, que Foucualt reprodujo una vez: “quieta non movere” (lo que se queda tranquilo, no se debe tocar), al poder político le aterra que la gente se mueva y salga de su taxonomía de formas de comportamiento legítimas para el Estado. Por eso, los gobernantes inventaron un conjunto de ciencias auxiliares del Príncipe para mejor dirigir los Estados: como la demografía, por ejemplo, para mejor conocer el movimiento de sus sujetos, o la geografía para mejorar controlar sus territorios. La “gran familia dominicana” no es la familia dominicana típica, sino una versión interesada como eufemismo, para quitarle nombre a la violencia social existente.
Pacificar la guerra social que décadas de desigualdad e inequidad acumulada han producido las clases dominantes sobre las clases laboriosas, es una cuestión urgente para cualquier gobierno democrático. Pero para alcanzar esa paz de la sociedad dominicana hace falta distribuir pan, cuidado, trabajo, participación política y dignidad para todos. Lo único interesante del uso de la expresión “gran” familia dominicana es que sirve para un legítimo sentir de la gente desamparada pertenecer a una instancia colectiva. Porque la angustia o la ansiedad del vivir cuando se comparte, se vive en colectivo como amortiguamiento. Pero, si la idea de la “gran” familia se hace precisamente para que no haya cambio social, para vivir postergando la hora de hablar claro de lo que existe en el país es moralmente injustificable y políticamente viable de ser superado, entonces se convierte la “gran” familia en una herramienta más del Poder para callar los ruidos de su orden ensordecedor e inicuo.