Como cada año al término de un calendario, celebramos la conclusión de un ciclo y el inicio de un nuevo período lleno de expectativas e ilusiones. Este fenómeno se encuentra muy arraigado en la historia cultural de la humanidad y como han señalado distintos estudiosos parece vincularse a los ciclos de cosecha y recolección de las primeras sociedades humanas.
El estudioso de las religiones Mircea Eliade defiende la existencia de una concepción universal de ciclos temporales basados en la observación de los ciclos de la naturaleza y que sirven de procesos de catarsis y purificación.
A la vez, cada ciclo presupone un acto de re-creación, fundamenta un nuevo comienzo que anula o transforma el tiempo histórico. Si se quiere, el hombre de las sociedades primarias toma el proyecto de su vida a partir de los actos rituales que inauguran un nuevo ciclo natural. En estos actos, los viejos mitos cobran vida y se concretiza de manera simbólica el perenne anhelo de vencer a la muerte, mientras se reafirma la cohesión social de la comunidad en las aspiraciones de buenas cosechas.
Subyacente a la desacralización de la tradición y a su explotación comercial por las modernas sociedades de mercado permanece la aspiración arcaica de re-comenzar un nuevo ciclo con aspiraciones y propósitos que operen a nuestro favor, colocando orden en el azaroso caos de los acontecimientos y dotando de significado a nuestras vidas.