Para muchas autoridades relacionadas con la educación, todos nuestros esfuerzos curriculares deben ir encaminados a estimular los saberes científico-tecnológicos. El supuesto básico al cual se adscriben es que la educación debe ser el fundamento del desarrollo económico, de que la función básica del conocimiento es ser útil, contribuir a la creación de la riqueza material.

No hay nada reprobable en promover los saberes cuya aplicación redundan en el aumento del confort. Pero es cuestionable pensar que solo estos saberes deben apoyarse, en detrimento de las humanidades, porque las mismas “son inútiles”. La utilidad no se relaciona solo con lo necesario para el aumento del PIB. También es útil poseer un conjunto de competencias necesarias para relacionarnos como integrantes de una comunidad humana, pacífica y democrática. Es aquí donde las humanidades juegan su función.

Las disciplinas humanísticas fomentan la sensibilidad, la perspectiva histórico-cultural, la actitud crítica y dialógica necesarias para la construcción de una sociedad abierta. Sin estas competencias, el desarrollo científico-tecnológico no contribuye a nuestro crecimiento como seres humanos, sino a nuestro embotamiento, a fomentar formas sutiles de barbarie.

Recientemente, la decana de la Facultad de Historia y Ciencias Sociales del Massachusetts Institute of Technology (MIT) señaló: “Para aquellos que piensan que todo lo que necesitamos son programas de ciencias, les recomiendo que miren a los lugares donde se ha hecho así anteriormente. En esos países ahora hay generaciones de licenciados sin preparación para ser politicos ni jueces, que no confían en el pensamiento crítico para resolver problemas humanos”.

El MIT tiene un porcentaje importante de asignaturas obligatorias en humanidades para todo estudiante, no importa la licenciatura que curse. Es significativo que esta institución académica, emblemática para el estudio de la tecnología, otorgue un lugar importante para el estudio de las disciplinas humanísticas.

Recordemos que el nacimiento y consolidación de la democracia occidental están vinculados a la emergencia de saberes humanísticos como la filosofía, porque contribuyeron al desarrollo del debate en el ágora sobre los problemas de la ciudadanía y del espacio público. Una democracia donde no existe el debate crítico está condenada a ser una caricatura, una democracia meramente formal.

No es casualidad que los sectores conservadores desde el punto de vista politico sean reacios a la educación humanística y la miren de reojo o con sorna. Recientemente, el senador republicano Marco Rubio ironizó sobre el carácter competitivo del mercado de profesionales de la filosofía griega, para desvalorizar el financiamiento de los estudios humanísticos. Como si la importancia de las disciplinas debiera medirse por la cantidad de profesionales que arroje al mercado y no por el conjunto de habilidades que las mismas contribuyen a desarrollar para vivir como ciudadanos libres.