Jesús de Nazaret se nos presenta como la misericordia de Dios en la historia, revelándonos a Dios como poderoso en el amor, justo en la solidaridad y que entiende del dolor.
La manera de Jesús decir y hacer Reino entra en conflicto con la dinámica interna –y las consecuencias externas- de las dos grandes instituciones de Israel en el siglo I: la Ley y el Templo; y, por extensión, con aquellos grupos que las “representaban”. Esta Ley, que para el judío es el Pentateuco, es la voluntad de Dios que hay que cumplir, y en torno a la cual aparecen los que la interpretan –escribas y fariseos-.
Todo aquel que infringe esta Ley debe buscar su restauración en el Templo, donde una casta sacerdotal (los Saduceos) “gestiona” el perdón. Así, la Ley y el Templo aparecen como las mediaciones divinas aceptadas, donde la acción de Dios se manifiesta –muy limitadamente- a través de aquellos que administran y gestionan los sacrificios necesarios para “restaurar” la relación de la persona con Dios.
Frente a esta estructura religiosa la actividad de Jesús es peligrosa. Sus palabras, milagros y gestos de solidaridad cuestionan y desenmascaran los esclavos de la Ley y el Templo en su pretensión de mediadores del favor divino.
Por un lado, Jesús revela un Dios amoroso y solidario que nos regala el perdón a todos sin necesidad de comercializar el dolor y la culpa, ni negociarlo a base de castigos y contratos. Jesús nos ofrece el Reino de Dios sin imponerse siquiera por las “buenas obras”. Lo que se ofrece, se acoge con apertura y confianza; o se rechaza por la dureza de corazón de los que compiten con Dios o lo consideran su propiedad privada -la crucifixión de Jesús es un ejemplo de este rechazo-.
Por otro lado, la divinidad o la religión que se impone por la fuerza o el miedo (como sucedió también con la inquisición, las cruzadas, la colonización, etc) necesita de mediadores y de sacrificios, instituyendo una dinámica mercantilista donde ilusoriamente pensamos que se paga por los pecados, se acumulan méritos, se gana el cielo y se asegura la salvación.
Existe, entonces, un conflicto entre visiones diferentes de la divinidad, manifestado a nivel religioso y sociopolítico, y en la singularidad de cada persona. Para fariseos, escribas y saduceos Dios es un fiador, un garante de la Ley y el Templo de manera exclusiva. Para Jesús, judío y monoteísta, Dios es amoroso, misericordioso y creador.
Desde esta experiencia Jesús configurará su vida en el servicio solidario, la misericordia y la gratuidad, rompiendo desde dentro la estructura sacrificial impuesta por la unidad Ley-Templo. La gratuidad se opone al sacrificio y a la violencia, la amistad y la fraternidad se oponen a la esclavitud y a la servidumbre. Jesús nos muestra que no es necesario usar al otro o actuar bien para ser querido por Dios. Nos dice que la dinámica es diferente: Dios nos quiere más allá de nuestras debilidades e inconsecuencias; así el criterio último de acción no es hacer para que me quieran, sino que mi actuar es respuesta libre y agradecida a ese amor primero; que lo primero no es la Ley ni el Templo, sino la vida de la persona humana creada y llamada a la comunión con Dios.
Jesús es acusado de blasfemo y asesinado fuera de la ciudad, como un maldito, porque no justifica el templo como lugar sacrificial o lugar de acceso a la divinidad. Para Jesús la justificación de la entrega y servicio gratuito al otro reside solamente en la bondad de Dios.
Su muerte es consecuencia de su modo de vivir, porque habla del perdón sin la mediación de la ley y el templo; porque cuestiona y enfrenta una estructura social, política y religiosa que esclaviza.
Jesús nos ama y nos ofrece salvación desde la solidaridad sufriente, es por eso que la cruz será siempre memoria inquietante y desafiadora para todo cristiano -en lo que en nosotros hay de mentira, injusticia, prepotencia, negación de la alteridad y falta de reconocimiento de lo que es don y gracia del Creador-. Con su gloriosa resurrección, Dios Todomisericordioso nos confirma que el decir y el hacer de Jesús en la historia es el modelo a seguir en nuestras vidas.
¿Y tú qué opinas?