¿Relanzar la UASD?

En el micro-país  en que se ha convertido la Universidad Autónoma de Santo Domingo, ha surgido una especie de eslogan comercial: “relanzar la UASD”.  El concepto de relanzamiento pertenece al engañoso mundo del marketing y, al decir de Ries y Troust, juega un papel importante en el posicionamiento de una marca, es decir, contribuye a que la marca ocupe un lugar en la mente del consumidor. Pero esto no necesariamente debe ser congruente con la calidad; lo único que importa al marketing  es un cambio en la percepción del público meta.

Proponer, ante la gravísima crisis de su papel social, que un cambio en la Universidad Pública debe implicar solo  la percepción del difuso público meta, es convertir la educación superior en mercancía ficticia; aceptar  que la Universidad está lejos de su rol de conciencia crítica y ente emancipador.  Si  asumiéramos como válido el concepto de relanzamiento nos preguntaríamos: ¿Con cuáles atributos relanzaríamos este producto social?  ¿Vamos a relanzar la UASD para aumentar la matricula, en tanto que son los estudiantes el “target”?  ¿O el target lo representan los empresarios y, por ende asumiremos una Universidad-suplidora, acrítica, a-popular?.

La privatización hacia adentro

Otro gran problema del relanzamiento, es que los gestores y actores del cambio son los mismos desde hace al menos siete gestiones, las mismas ideas viejas y estrategias clientelares asaltaron al poder universitario.  Con la paradoja de “Claustro Abierto”,   los académicos que  conformarían el Honorable Consejo Universitario ya no serían electos por sus méritos sino por la inversión económica y el apoyo de “movimientos” al vapor servidos solo para la ocasión, sólo útiles para el bulto.

La corrupción tocó a todos: profesores enrolados en falsos grupos, estudiantes ofertando sus votos, comilonas y algazaras como compraventa electoral, bajo la sombrilla de una autonomía que ha servido para que impunemente se establezcan las corporaciones, empresas CxA  que,  violando todos los Reglamentos, o interpretándolos a su modo, se reparten los magros recursos dejando pendiente las mejoras perentorias en la docencia, investigación extensión.

Cada rector entrante anuncia, voz en cuello, que ha encontrado un desfalco colosal pero termina gobernando con el mismo equipo inculpado. Para el indulto basta con apoyar el nuevo Rey.  En cada gestión  la mayoría de los altos funcionarios lo fueron de gestiones  objetadas.  La acusación que debería implicar a las autoridades, al Consejo Universitario, se va diluyendo hasta quedar reducida a unos pocos sujetos señalados opositores, mientras el cohecho se entroniza.   Si se realizara una experticia responsable –todavía pendiente– muchas  gestiones, y  figuras, aún preponderantes, quedarían expuestas, lo que implicaría el derrumbe de las corporaciones.

Las corporaciones ya confederadas terminan creando una privatización hacia adentro, primero por la impunidad, segundo porque se asignan salarios sin funciones torciendo en su favor las Resoluciones y Reglamentos,  y tercero –y más grave aún– por sus conexiones con inversionistas externos.  Todo esto ante la mirada alienada del proletario de la tiza que ha sido reducido a recibir cada mes una carta del rector de turno  con una breve inscripción: hay cuartos en los cajeros. 

Fabrica de precarios 

La Universidad pública ha perdido la posibilidad de discutir sobre la producción de conocimientos y divulgación de la cultura.  Ni siquiera sabemos cuál es el debate, a la luz, por ejemplo, de los marxismos y la cuestión de las élites y  manipulación de la educación superior.  Incapaz de cuestionar su propia función social, la universidad se reduce a un “instituto” para emitir títulos y para erogar un salario. Los  “movimientos estudiantiles” se “organizan” y protestan para que se agilice el proceso de titulación, los  gremios se activan para recibir un aumento que hace pírrica la “lucha” mientras se mantenga la onerosa situación de las cuarenta horas.

Como la Universidad no está inserta en un Plan Nacional de Desarrollo, no hay modo de saber cuál es el impacto en el PIB de la producción de inteligencia, en cuáles sectores se inserta; Tenemos la certeza de que en cada graduación aumentamos el ejercito de  acríticos ciudadanos, en un país reducido a la repetición del discurso de los grupos dominantes. Vamos, de preservar un almacén de gentes a quienes no podemos siquiera subirle a la plataforma las asignaturas que demandan, a crear en cada graduación  fábrica de precarios en carreras saturadas, con formación dudosa, o que han alcanzado un grado sin mercado laboral y sin que el estado tenga la capacidad de captarlos.

¿Posibilidades de cambio?

La situación de la Universidad pública es conocida por los gobiernos que la han asumido como esclusa de la fuerza social. Vendiendo ilusiones logran mantener a los jóvenes adocenados en las aulas; asumiendo la acriticidad como  coraza que los protege para alcanzar sin contratiempos un título universitario.  Mientras a la Academia  se le niegan los recursos para el despliegue real de su función social entregándole  un magro presupuesto que la mantenga abierta como tinglado de doscientas mil almas que esperan ascender  en la pirámide social.  Unos cuantos alcanzan esa meta, no porque el estado haya jugado su papel, sino por heroicidad personal, sacrificio de la familia y contingencias.

Para resistir el modelo Universidad-industria  propuesto por algunas mentes neoliberales, según el cual el Estado debe “matar la Universidad Pública” entregando dinero en  manos de los estudiantes  para que estos  “elijan” su academia, es necesario luchar en dos frentes: Interno, Externo.

Una nueva consciencia debe emerger para desarticular las corporaciones y restituir el orden que establecen los reglamentos universitarios Debemos dar un giro a la corporaciones y volver a las organizaciones académicas. .  Eso debe lograrlo una generación que no esté maleada ni envilecida. Segundo, debemos demandar al estado. Dichas demandas deben provenir del pueblo, que es, en última instancia quien paga para que la UASD siga abierta.  El estado hunde la Universidad en la miseria y las corporaciones se alimentan de su anomia. Necesitamos un mayor impulso hacia la creación de consciencia social sin la cual la producción de saberes no tendría sentido.