En esta época tan convulsa, de tantas enfermedades y pandemia, llegar a cumplir setenta y un años, es una dicha, un privilegio. Ayer tuve esa dicha, hoy doy la bienvenida a mi otoño.
De todos estos años al mirar hacia atrás, al hacer un balance de mi vida puedo decir que he sido feliz.
Amé hasta doler y…
Llorado hasta secarse mis lágrimas.
He cantado hasta hincharse la garganta.
Bailé hasta dolerme los pies.
He cocinado apetitosas comidas y ricos postres
hasta quemarme los dedos.
Mucho nadé sin llegar a ahogarme.
Disfruté de montar a caballo sin caerme.
He reído hasta desternillarme.
He corrido hasta perder el aliento.
He visto tantas puestas de sol hasta quedar extasiada.
Me casé y aunque no fue para siempre,
tuve el mayor regalo: mis dos maravillosos hijos.
Recibí otro gran regalo, mis tan amados nietos.
He viajado por diferentes países.
He tratado de pintar, de tocar piano y guitarra.
He escrito cuanto me ha parecido. Poemas de amor, de desamor.
Cuentos y versos infantiles, (nunca publicados).
He leído miles de cosas, desde “El silabario dominicano”, pasando por letreros, chistes, paquitos, novelas rosa, hasta grandes obras literarias.
Tejí y bordé hasta casi perder la vista.
Alfabeticé y di clases a cientos de niños.
Cuento y de verdad, con grandes amigas y amigos.
Enterré a mi padre.
Gozo al día de hoy del gran privilegio que es el cuidar a mi mamá con noventa y nueve años.
Por todo esto quiero honrar al poeta mexicano Amado Nervo repitiendo un verso de su poema “En paz”.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!