HACE UNOS días, una mujer palestina no tan conocida recibió un honor inusual. Un artículo suyo fue publicado en la parte superior de la primera página del periódico más respetado del mundo: The New York Times.
Los editores definieron a la escritora, Diana Buttu, como “un abogado y ex asesor del equipo negociador de la Organización de Liberación de Palestina”.
Conocí a Diana Buttu cuando apareció por primera vez en la escena palestina, en 2000, al comienzo de la segunda intifada. Nació en Canadá, hija de inmigrantes palestinos que se esforzaron por asimilarse en su nueva patria y recibieron una buena educación canadiense.
Cuando la lucha en los territorios ocupados se intensificó, regresó a la patria de sus padres. Los participantes palestinos de las negociaciones con Israel, que comenzaron después del acuerdo de Oslo, quedaron impresionados por la joven abogada que hablaba un inglés excelente −algo raro− y le pidió que se uniera al esfuerzo nacional.
Cuando las negociaciones murieron clínicamente, Diana Buttu desapareció de mi vista. Hasta su dramática reaparición la semana pasada.
LA UBICACIÓN y el encabezado del artículo demuestran la importancia que los editores norteamericanos vieron en su argumento. El título era “¿Necesitamos una Autoridad Palestina?”. Y más adelante, en otro titular:. “Cierren la Autoridad Palestina”
El argumento de Diana Buttu seduce por su simplicidad: la utilidad de la Autoridad Palestina ya pasó. Debe liquidarse. Ahora.
La Autoridad Palestina, dijo, fue creada con un propósito específico: negociar con Israel el fin de la ocupación y la creación del esperado estado palestino. Por su propia naturaleza, esa era una tarea limitada en el tiempo.
Según el acuerdo de Oslo, las negociaciones para poner fin a la ocupación deberían haber alcanzado su objetivo en 1999. Desde entonces, han transcurrido 18 años sin ningún movimiento hacia una solución. Lo único que se ha movido es el movimiento de asentamientos, que ha alcanzado ya dimensiones monstruosas.
En estas circunstancias, dice Buttu, la Autoridad Palestina se ha convertido en un “subcontratista” de la ocupación. La Autoridad ayuda a Israel a oprimir a los palestinos. Es cierto que emplea a un gran número de personal educativo y médico, pero más de un tercio de su presupuesto, unos 4 mil millones de dólares, va a la “seguridad”. Las fuerzas de seguridad palestinas mantienen una estrecha cooperación con sus colegas israelíes. Lo que significa que cooperan en el mantenimiento de la ocupación.
Además, Buttu se queja de la falta de democracia. Hace ya 12 años que no se celebran elecciones. Mahmoud Abbas (Abu-Mazen) gobierna en contravención de la ley básica palestina.
Su solución es simple: “Es hora de que la autoridad se vaya”. Eliminar la autoridad, devolver la responsabilidad por la población palestina ocupada al ocupante israelí y adoptar una “nueva estrategia palestina".
¿Qué estrategia, exactamente?
Hasta este punto, los argumentos de Buttu eran lúcidos y lógicos. Pero de aquí en adelante se vuelven poco claros y nebulosos.
ANTES DE continuar, tengo que hacer algunas observaciones personales.
Soy israelí. Me defino como un patriota israelí. Como hijo de la nación ocupante, no creo que tenga el derecho de dar consejos a la nación ocupada.
Es cierto que he dedicado los últimos 79 años de mi vida al logro de la paz entre las dos naciones, una paz que, creo, es una necesidad existencial para ambos. Desde el final de la guerra de 1948 predico el establecimiento de un Estado independiente de Palestina al lado del Estado de Israel. Algunos de mis enemigos en la extrema derecha israelí incluso me acusan de haber inventado la “Solución de dos Estados” (por lo que merezco el título de “traidor”).
A pesar de todo esto, siempre me he abstenido de dar consejos a los palestinos. Incluso cuando Yasser Arafat declaró varias veces públicamente que yo era su “amigo”, no me veía como un consejero. He expresado mis puntos de vista y los he expresado muchas veces en presencia de palestinos, pero de ese punto a dar consejos, la distancia es grande.
Ahora tampoco estoy dispuesto a dar consejo a los palestinos en general, y a Diana Buttu en particular. Pero me tomo la libertad de hacer algunas observaciones sobre su propuesta revolucionaria.
Leyendo su artículo por segunda y tercera vez, tengo la impresión de que contiene una desproporción entre el diagnóstico y la medicina.
¿QUÉ LES PROPONE ella a los palestinos?
El primer paso está claro: deshacer la Autoridad Palestina y devolver todos los órganos del autogobierno palestino al gobernador militar israelí.
Eso es sencillo. Pero ¿qué viene después?
Diana Buttu presenta varias propuestas generales. “Protestas masivas no violentas”, “boicot, desinversión y sanciones”, “abordar los derechos de los refugiados palestinos” (de la guerra de 1948) y de los “ciudadanos palestinos de Israel”. Menciona con aprobación que ya más de un tercio del pueblo palestino en los territorios ocupados apoya una solución de un solo estado, es decir, un Estado binacional.
Con el debido respeto: ¿estos remedios −todos juntos y cada uno por separado− liberarán al pueblo palestino?
No hay pruebas de que lo logrará.
La experiencia demuestra que es fácil para las autoridades de la ocupación convertir una “protesta masiva no violenta” en una violenta. Eso ocurrió en ambas intifadas, y especialmente en la segunda. Comenzó con acciones no violentas, y luego las autoridades de ocupación llamaron a francotiradores. En pocos días la intifada se volvió violenta.
¿El uso de boicot? Ahora hay en el mundo un gran movimiento de BDS –boicot, desinversión, y sanciones− contra Israel. El gobierno israelí tiene miedo de ello y lucha con todos sus medios, incluidos los ridículos. Pero este miedo no surge de los daños económicos que este movimiento puede causar, sino del daño que puede causar a la imagen de Israel. Esa imagen puede que duela, pero no mata.
Como muchos otros, Buttu utiliza aquí el ejemplo de Sudáfrica. Este es un ejemplo imaginario. El boicot mundial fue impresionante, pero no liquidó al régimen del apartheid. Esta es una ilusión occidental, que refleja el desprecio por los “nativos”.
El régimen racista en Sudáfrica no fue derribado por extranjeros, por muy simpáticos que fueran, sino por aquellos “nativos” despreciados. Los negros iniciaron campañas de lucha armada (sí, el gran Nelson Mandela fue un “terrorista”) y huelgas de masas, que derribaron la economía. El boicot internacional desempeñó un bienvenido papel de apoyo.
Buttu tiene grandes esperanzas de los “boicots palestinos”. ¿Pero pueden realmente perjudicar la economía israelí? Siempre se puede traer a un millón de trabajadores chinos.
Buttu también menciona el tribunal internacional en La Haya. El problema es que la psicología judía se endurece contra la “justicia goyish” (no judía). ¿No son todos antisemitas? Israel los escupe, como escupió la resolución de la ONU en su momento.
¿QUÉ NOS QUEDA? Sólo hay una alternativa, la que Buttu, sabiamente, se abstiene de mencionar: el terrorismo.
Muchos pueblos a lo largo de la historia iniciaron guerras de liberación, luchas violentas contra sus opresores. En jerga israelí que se llama "terror".
Ignoremos por un momento el aspecto ideológico y concentrémonoss en el aspecto práctico solamente: ¿cree alguien que una campaña “terrorista” en los territorios ocupados contra el pueblo ocupante tener éxito en las circunstancias actuales?
Lo dudo. Lo dudo mucho. Los servicios de seguridad israelíes han demostrado, hasta ahora, una capacidad considerable en la lucha contra la resistencia armada.
Si es así, ¿qué le queda por hacer a los palestinos? En una palabra: esperar.
Y en esto reside el talento especial de Mahmous Abbas. Él es uno de los grandes en la espera. Por dirigir a un pueblo que está pasando una prueba terrible, una prueba de sufrimiento y humillación, sin rendirse. Abbas no se rinde. Si alguien ocupa su lugar, en algún momento futuro, tampoco cederá. Marwan Barghouti, por ejemplo.
Cuando yo era joven era miembro del Irgún, la organización militar clandestina. Durante la Segunda Guerra Mundial, mi compañía organizó un “juicio” al mariscal Phillip Pétain, que se convirtió en jefe del gobierno francés después del colapso francés. Este “gobierno” se encontraba en Vichy y recibía órdenes de la ocupación alemana.
Muy en contra de mi voluntad, fui nombrado abogado de la defensa. Me tomé el trabajo en serio y, para mi sorpresa, descubrí que Pétain tenía lógica de su parte. Salvó a París de la destrucción e hizo posible que la mayoría del pueblo francés sobreviviera a la ocupación. Cuando el imperio nazi se vino abajo, Francia, bajo Charles de Gaulle, se unió a los vencedores.
Por supuesto, Diana Buttu no se refiere a este ejemplo histórico cargado de emociones. Pero uno debe recordar.
POCOS DÍAS antes de la publicación del artículo de Buttu, un líder de la derecha fascista israelí, Betsalel Smotrich, vicepresidente de la Knesset, publicó un ultimátum a los palestinos.
Smotrich propuso poner al palestino ante una elección entre tres posibilidades: abandonar el país, vivir en el país sin derechos de ciudadanía o levantarse en armas −y entonces el ejército israelí “sabría cómo lidiar con ellos”.
En pocas palabras: la elección es entre: (a) la expulsión masiva de siete millones de palestinos de Cisjordania (incluida Jerusalén Oriental), Israel propiamente dicho y la Franja de Gaza, que equivaldría a Genocidio; (b) la vida como pueblo de esclavos bajo un régimen de apartheid, y (c) un genocidio simple.
La propuesta poco clara de Buttu constituye, en la práctica, la segunda opción. Ella menciona que muchos palestinos aprueban la “solución de un solo estado”. Ella se aleja de una declaración clara y se esconde detrás de una fórmula que se está poniendo de moda en estos días: “dos estados o un estado”. Algo así como: “nadar o ahogarse”.
Esto es suicidio. Un suicidio dramático. Un glorioso suicidio. Pero no obstante, un suicidio.
Buttu y Smotrich llevan al desastre.
Después de todos estos años, la única solución práctica se mantiene como estaba en el comienzo: dos estados para dos pueblos. Dos estados que vivirán lado a lado en paz, tal vez incluso en amistad.
No hay otra solución.