Hace apenas unos días pasó el mes de mayo. Antiguamente, es decir, unos cuantos años, alguien podrá decir “cuando Cuca bailaba”, el mes de mayo era dedicado a La Virgen María. Esa tradición se perdió. Y no es por la pandemia, ya que hace mucho tiempo ni las iglesias se ocupan de eso.

La Virgen María es la mejor vía para lograr los favores  que le pedimos a Dios Padre por medio de su Hijo Jesús. No debemos olvidar que el primer milagro lo hijo Jesús por la petición de su Madre, quien no solo le pidió, sino que lo dio por un hecho, esto en las Bodas de Caná. No hay petición que le haga una madre a un hijo que éste no le complazca.

Los católicos no adoramos a la Virgen, ni mucho menos a imágenes que tenemos de ella. En nuestras casas tenemos fotografías de nuestros hijos y nietos, le damos besos, pero no por eso creemos que se lo estamos dando a ellos, simplemente los recordamos con solo mirarlas.

En mi niñez y en el Colegio Inmaculada Concepción de La Vega, en el que estudié. Sí, el mismo en que estudiaron las Hermanas Mirabal, se celebraba el Mes de María. El último día de mayo era la Coronación. Esta parte, es decir la Coronación, la reviví en el Colegio del Apostolado en donde estudia mi nieto, fiesta que parece no la han olvidado. Cuando estaba en cuarto de primaria, recuerdo como hoy, declamé una poesía dedicada a la Virgen. Sor Inés me escogió para tan importante acto.

La primera estrofa decía así”

“Madre mía sin mancilla

Esta hermosa canastilla que Tú ves

La hemos llenado de flores

Las más puras, las mejores de tu mes”.

Nunca la podré olvidar y entera, tenía diez estrofas.

Pero hay dos tradiciones que me remontan a mi niñez, una y a mi adultez, otra.

En la casa de Don Fidel y Doña María Florencio, se “cantaban las flores” durante todo el mes de mayo. Había un ritual. Una Virgen de yeso grande la ponían en una especie de altar. Y en una inmensa terraza nos colocábamos sus hijos, nietos, ahijados y muy allegados. Nos repartían flores ya que en su casa tenían el jardín más hermoso que haya visto.

Una de las canciones que se entonaban era “Adiós Reyna del Cielo”. Mientras se cantaba se iba haciendo un gesto con las manos, las palmas hacia abajo y como si se abanicara se le decía adiós a la Virgen. Otra era la ofrenda de las flores. Se hacían tres genuflexiones antes de presentarlas. Era una de las manifestaciones de mi niñez que más esperaba durante el año. La encargada de hacer las oraciones era su hija Mercedita, que con tanta humildad y respeto llevaba esa tradición por amor a su madre.

Otra tradición que recuerdo y con mucho cariño es la que celebraba la abuela de mis hijos por parte paterna. Esta se remonta a mi adultez y se hacía en todo el mes de diciembre. “El Niñito Jesús”. Ahí participaba toda la muchachada del pueblo, Higüey, ya que sabían que el último día vendrían los regalos. La casa se llenaba de niños e incluso de algunos adultos que sabían, algo les saldría.

Cuando murió Doña Matilde, su hija Marcia continuó aquí en la capital con la tradición de su madre, reunía a todos los niños del barrio y rezaba al Niñito Jesús, su hija Elaine era la encargada de rezar y llevar los cantos navideños. Con la muerte de Marcia, su hija Yokasta nos reunía, a sus hermanos, mis hijos, (sus primos) y rezábamos como lo hacía su abuela y su mamá. Las ocupaciones y distancia han hecho que no continuáramos reuniéndonos por ese motivo.

Otra de las tradiciones que tenía la abuela de mis hijos era el veinticuatro de diciembre repartir unas fundas con todo lo necesario para la cena de Navidad. Su hija Marcia y yo éramos las encargadas de prepararlas. En una oportunidad el ajetreo fue tan grande que nos olvidamos de preparar cena para nosotros. Caímos en cuenta a las dos de la tarde, ya que habíamos pasado todo el tiempo en la “misión”, como decía Doña Matilde. Pudimos salir del apuro llamando a una señora muy amiga de la casa que daba servicio de catering y ella nos solucionó el problema.

Las cosas sencillas son las que quedan en nuestros recuerdos, las que marcan el corazón. Todas esas cargadas de humildad, devoción, respeto.

Hoy en día nuestros niños y jóvenes tendrán muy poco para recordar y añorar pues sus juegos se limitan a los electrónicos, al celular y las tabletas.

Yo me he ocupado de llevar a mi nieto a sus actividades extracurriculares. En días pasados luego del baloncesto y mientras esperábamos en el lobby a que nos fueran a recoger, unos niños-jóvenes tenían una conversación que me produjo pena, hablaban del “Alzheimer” y del “Parkinson”, lo hacían con tanta propiedad y seguridad que les dije que en mi niñez no sabíamos sobre esas enfermedades. Ya ellos tenían experiencia en alguna de ellas por padecerla algún familiar.

Los recuerdos de nuestros niños se remontarán a pandemia, enfermedades de los ancianos y trastornos de infantes, algo nunca conocido por mi generación.