Con la temperatura sobre 32 grados Celsius, cubrir mis hombros era un suicidio. El calor del pavimento empañaba mis lentes, engrifaba mi pelo, subía por mi falda hasta la esencia misma de mi sexo. No me maquillé, ¿y cómo me voy a maquillar? A esta temperatura sudas hasta el último vaso con agua injerido. Había caminado un largo trecho entre el lugar donde pude encontrar estacionamiento y la entrada al edificio.
Con una sonrisa abierta, utilizando de marco unos labios carnosos, mostraba una hermosa dentadura el joven de la puerta. Responde mi saludo y enseguida, como si se hubiese percatado en ese mismo instante, me advierte: “lamento, pero no puede entrar, en esta institución debe llevar los hombros cubiertos”. Detenida, respiré. Era imposible mostrar enojo contra ese militar que hacía su trabajo de la mejor forma posible, con amabilidad. Me salí de la fila y me detuve, respiré, y volví a respirar. Es una herramienta aprendida para serenarme. Un sentimiento de indignación e impotencia se apodero de mi ser. Reculé y me dediqué a identificar mi sentir.
Una catarsis de preguntas afloraron: ¿Será cierto que no puedo mostrar mis hombros? Esos hombros que han cargado tanto! ¿Es tanta su fuerza que deben ser ocultados, intimidan?
Responde mi saludo y enseguida, como si se hubiese percatado en ese mismo instante, me advierte: “lamento, pero no puede entrar, en esta institución debe llevar los hombros cubiertos”
¿Por qué mis hombros son un atentado, una insinuación? Quizás porque bailan conmigo. En realidad hemos andado juntos medio siglo, estamos sincronizados; claro, tienen el mismo tumbao’ de mis caderas. ¿Será la forma de los hombros, esa forma redonda que emula mi trasero? Las mujeres debemos tener suficiente nalgas, pero mejor que no se noten. Debemos ser ardientes, pero lucir angelicales. Nuestro mandato, vivir en una constante contradicción; una de las estrategias del patriarcado para inmovilizarnos.
Estos hombros hacen de armadura de mi corazón. Son la carrocería de mis penas, de mis alegrías, de mis pretensiones; y tú, institución, en nombre de la moralidad, ¿quieres que los esconda? ¿Es que acaso te atemorizan mis hombros?
Más allá de todos mis supuestos, me invade una pregunta ‘capicúa’: ¿será el tostado de mis hombros lo que te molesta? Ese color quemado como evidencia de mis raíces africanas, o será que sirven de espejo y te recuerdan tus raíces, esas que quieres olvidar y blanquear.
Estos hombros sobrecargados y elevados, me han servido para levantar el pecho, para honrar a mis ancestros y ofrecer el corazón al sol, a la vida. Mis hombros son mi orgullo, tener la obligación de cubrirlos es arrodillarme. En pleno 2018, es inconcebible que deba sentir vergüenza por mis hombros, por mi cuerpo de mujer, y verme obligada a ocultar mis hombros.
Gracias Patricia solano por darle voz a mi dolor.