Hace algún tiempo recibí el insulto de una española que se sintió ofendida porque le expresé mi admiración por Camilo José Cela. No hubo manera de hacerle comprender que hablaba de Cela como escritor y no como persona. Al parecer, Cela era arrogante, egoísta, insolente, amén de que sostenía posiciones políticas reprochables, posiciones que no comparto en lo absoluto. Pero hay que tener siempre en cuenta la clara frontera que separa al escritor del hombre. No todos los escritores pueden también ser admirados como hombres, como fue el caso de Camus. Cela está más cerca de Céline, quien, por colaborar con los nazis, fue condenado por alta traición a la patria. Pero hay que dar al César lo que es del César: De Céline dijo Gide: “Como escritor, una lumbrera; como hombre, una mierda”. La traducción es mía.
Hablemos pues de literatura. Cela fue un escritor polifacético: Escribió novelas largas y cortas, cuentos, ensayos, poesía, relatos de viajes y otros libros cuyo género es difícil de identificar. Fue también un escritor prolífico. Es imposible leer todas sus obras sin abandonar la de otros escritores. Es por esto que hablaré solo de las obras que he leído.
Cada uno de sus libros es una exploración del universo literario. Con “La familia de Pascual Duarte”, su primera novela, inauguró el Tremendismo, estilo español caracterizado por la violencia de la trama, la dureza del lenguaje y la marginalidad de sus personajes. Me impresionó particularmente cómo Pascual Duarte asesinó cruelmente a su perro, y más aún el hecho de que no supo porqué lo hizo.
En “La Colmena”, obra que fue censurada durante un tiempo por la dictadura franquista, en razón de sus escenas eróticas (volveré sobre el gusto de Cela por el erotismo), Cela realiza un enorme retrato de la sociedad española de los años cuarenta. Retrato que algunos consideran como cubista. La novela cuenta con unos trescientos personajes. Quienes son escritores o aspiran a serlo, saben lo difícil que es construir una trama con más de cinco o diez personajes. Créanme: Una novela tan poblada es un verdadero prodigio literario. Por cierto, debo admitir que me perdí un poco en su lectura: Me fue imposible memorizar a tal multitud literaria. Una verdadera colmena.
“El viaje a La Alcarria” es uno de los libros más hermosos que he leído. A pesar de que se trata simplemente de las notas que Cela tomó mientras viajó a pie por esa región española, hay en el libro una poesía difícil de definir.
El título de “Cristo versus Arizona” lo dice todo: Se trata de una novela experimental. Luego de viajar al OK Corral, escenario del más famoso duelo del Lejano Oeste, Cela se embarcó en la escritura de este original libro, el cual consta de una sola oración de un centenar de páginas: El único punto que tiene es el final. El ritmo es verdaderamente asombroso. Cada cierto tiempo, Cela repite una frase, a modo de letanía, o la varía levemente. Este libro me hace pensar en la música de Bach.
Esta audacia literaria es digna de encomio. Cela bien pudo permanecer en un único estilo, evitando los riesgos de un fracaso rotundo. Pero no. Cada obra de Cela era una enorme apuesta. Podría decirse que Cela escribía “sin red debajo”, como los trapecistas más osados.
Un tema que Cela exploró en profundidad fue el sexual. Su “Diccionario Secreto”, compilación a la vez erudita y soez de los vocablos españoles relacionados con el sexo es impresionante. Cela realizó un concienzudo estudio del español de los últimos cuatro siglos, rescatando una colección de vocablos sexuales increíble: Sus dos tomos deben contener varios cientos de denominaciones para cada uno de los órganos sexuales masculino y femenino. Cada definición contiene la figura de estilo que corresponde: Quien lo lea se asombrará.
Además de la obra anterior, leí el provocador “Cachondeos, Escarceos y otros Meneos”. Excelente (La insolencia no es un defecto en literatura). Quizás sea una obra menor. Pero en la misma Cela hace uso de su técnica infalible: Una mezcla de un gran dominio del idioma con el de temas “calientes”. Recuerdo un par de frases: “Don fulano tiene una pija en forma de berbiquí que produce a sus amantes gran placer a la vez que pavorosa hilaridad” y “fulanito estaba encojonado como un gato a medio capar”.
Un tercer ejemplo del interés de Cela por el sexo es “La Insólita y Gloriosa Gesta del Cipote de Archidona”, en la que se hace eco de una picante historia real: La de la novia que, en un cine de Andalucía, “no sabiendo por qué le dio el volunto” se puso a manipular “las partes más sensibles del físico” de su novio, “hombre robusto por demás”, hasta que éste, “en arribando al trance de la meneanza” “vomitó por su caño tal cantidad de su hombría y con tanta fuerza” que aquello parecía “botella de champán, cuando no géiser de Islandia,” mojando a los espectadores sentados varias filas detrás con “una lluvia jupiterina, no precisamente de oro”.
¡Qué dominio del idioma!¡Qué procacidad!¡Qué maravilla!
Por cierto, creo que no tengo que explicar qué cosa es un cipote.
Me parece que su Nóbel fue muy merecido. Al igual que su asiento en la Real Academia Española de la Lengua. A diferencia de ciertos académicos de la nuestra que se sacaron el suyo en un chuflai.
(Los interesados en la obra de Cela pueden contactarme: Les enviaré los libros electrónicos que de él tengo).