En el más puro ostracismo de la vida pública en la vida pública. Con el rostro adusto en fotos distantes de periódicos, serena, atenta. Así la he conocido sin conocerla nunca.

Pero conozco de primera mano desde hace años ese mundo interior que bulle y rumia ante un país quizás ajeno a sus valores firmes y su arrojo, cuando fue necesario, cuando no era asunto de palabra hueca, cuando era un tema de moral e historia, cuando era un tema de decoro y presencia. Así la conocí sin conocerla.

Estos son los pequeños momentos en que la gente o se calla para siempre y se dedica a dormir debajo de su cama, junto a la vergüenza de no decir ni esta boca es mía.

Apenas escuchaba relatos, admiraciones dichas en coloquios de féminas apartadas mirando una sociedad que les disgustaba.

En las sociedades que tienen conflictos entre lo viejo y lo nuevo, más en lo viejo que lo nuevo, porque lo nuevo ni se vislumbra y nos hace envejecer sin piedad y entre lamentos desgarradores, mientras lo nuevo se da el lujo de levantarse tarde y dormir siestas alargadas.

Es hora de reconocerle lo que nunca pedirá, es hora de reconocerle su infinito valor ejemplar, sus horas de estudios, su integridad moral. Es hora

Hay seres humanos que conocen y eligen su lugar, contra todo riesgo, en paz con sus entrañas viendo el tiempo de ignominia pasar delante de sus pies y atreviéndose a decir no a lo que no es su convicción íntima.

Por esos seres hay que romper al menos una lanza de oro, ni de plata ni de cobre, de oro alguna vez.

El conocimiento entre los seres siempre relativo, usted puede nunca hablar con una persona y al mismo tiempo conocerla.

Usted puede nunca topársela en algún lugar, por eso siempre me pareció un fémino fantasma amistoso, juro que nunca la he visto en ningún lugar donde yo haya estado, que yo sepa, porque no soy dios.

Lo que en el fondo quiero significar es lo siguiente: que no hay que encontrarse con nadie, que no hay que conocer a nadie, si uno sigue atento una trayectoria.

En mi revisión de las hemerotecas, la vi entre el pelo negro abundante, recortado hacia delante, hacia las canas bajo lentes desde el estrado, fotos redundantes y con la misma postura: la de una persona en su elemento con vocación de certeza, sin miedo al futuro y lidiando en aquel ambiente de Justicia entre ganchos, chismes y traiciones.

Es hora de reconocerle lo que nunca pedirá, es hora de reconocerle su infinito valor ejemplar, sus horas de estudios, su integridad moral. Es hora.

La simpleza de la virtud no hace ruidos extraños, nunca los hace.

A la temible pregunta de este artículo, habrá que responder: Sí, la justicia sí ha tenido ese rostro digno de mujer, se llama Miriam Germán. (CFE)