La vida nos presenta un reto tras otro y el modo en que cada quien lo asume marca el rumbo de su existencia, con nuestras decisiones trillamos el camino hacia nuestro destino y hoy al despertar y levantarme decidí que mientras mi corazón tenga un latido lo escucharé, pues muchas y variadas han sido mis luchas para llegar hasta donde estoy.
Estoy preparada y trato de aprender cada vez más para continuar, sin pausa y sin prisa, porque sé que para bajar los brazos y descansar tendré la eternidad.
Luchar nos hace fuertes y nos enseña el valor de las cosas, lo que nos cuesta aprender a unos más que a otros y a mi edad ya sé, por ejemplo, que en esta vida nada cae del cielo, que todo lo que queremos requiere de nuestro empeño y energía para conseguirlo, lo que amamos y la vida misma nos mantiene en un continuo estadio de desafío y he aprendido también que es importante saber cuando hacer un giro y cambiar de vereda.
No hay nada más actual que las modas, aunque son cíclicas, y no hay cosa que cambie más. El filósofo presocrático Heráclito dijo 500 años antes de nuestra era que “no hay nada permanente, excepto el cambio”, una frase tan poderosa que ha llegado hasta nuestros días con una vigencia extraordinaria, puesto que un detalle importante para seguir adelante es saber cuando hacer un cambio.
En estos tiempos una persona exitosa debe estar abierta a la transformación, estar informada, al tanto de lo ocurre a su lado, de lo que pasa más allá de las fronteras geopolíticas y humanas y, sobre todo, atenta a los cambios que muchas veces son sutiles.
En el camino vamos descubriendo las actitudes que no valen la pena como engañar, mentir, esconder cosas importantes a quienes te quieren, evadirse en situaciones difíciles, cortar proyectos sin antes pensar en soluciones, ser cínicos con los demás o con uno mismo. Ahí estarán siempre también el miedo, las dificultades y la pereza que día a día tomará una forma distinta para hacer que las ganas entren o salgan como una cortina por la ventana abierta.
Con todo, lo más relevante siempre será ponernos de pie, como yo esta mañana, y hacer esa declaración de que nunca nos faltarán motivos para seguir adelante, con toda esa fe en nosotros mismos y sentirnos protagonistas de nuestra historia particular e incluso y quien sabe, de la Historia.
Y no se trata de cultivar el “pensamiento mágico pendejo” como dice el actor mejicano Odin Dupeyron. Mantener la motivación durante mucho tiempo no es fácil pues para que tenga fuerza ésta debe tener un motivo igual de fuerte, por lo que la clave es saber qué es lo que queremos para perseguirlo, trabajar y conseguirlo.
Sócrates, en su visión idealista del sentido humano, lo expresó en su máxima: “lo que no tiene sentido no tiene valor”, una referencia al sentido humano cuyo valor es lo digno de generar estima y de aquí su afirmación de que los actos humanos dicen lo que el lenguaje no dice.
Cada día tenemos distintos niveles de activación que incluso tienen explicaciones fisiológicas y por eso podemos tener altas y bajas. Lejos de autoflagelarnos por ello debemos asumirlo, porque les tengo noticias: no somos superhéroes de Marvel, somos personas con buenos y malos momentos.
Sólo hemos vivido un quinto de este siglo XXI y la sensación de desolación nos arropa, sobre todo tras la pandemia por covid_19, pues comenzamos a sentir que nos faltan cosas que hemos considerado esenciales como seguridad y salud, y vemos amenazada nuestra prosperidad y nuestra libertad.
En esta realidad la impotencia y la vulnerabilidad van de la mano, de pronto perdemos el sentido de todo lo que habíamos sido, habíamos vivido y nuestro sistema de creencias se ve socavado en sus cimientos, motivo por el que hoy más que nunca es necesario ser optimistas, volver a creer y redescubrir esos motivos que tenemos para seguir.
Para ello debemos de buscar el modo de restablecer la salud física y mental, aunque estamos inmersos en una sociedad que luce agotada y que busca respuestas en la inteligencia artificial y la tecnología.
Hago el ejercicio de observar a las personas por la calle, en las redes, en la televisión y a veces me pregunto por qué los seres humanos estamos perdiendo la capacidad de razonar, de sentir afecto por los demás. Descubro que el discurso del odio está ganando espacio en esta nueva narrativa social, donde una multitud amorfa cobra fuerza en una nueva forma de comunicarnos a través de las herramientas que nos brinda la tecnología.
Estamos en un cambio de época marcado por la incertidumbre y pienso que por primera vez en muchos años nos vemos incapaces de construir un relato que explique todo lo que está sucediendo en el mundo y cómo vivirlo. El liderazgo global se ha quedado sin respuestas y cada día recibe más cuestionamientos y reclamos de una población que no confía en ellos.
En circunstancias similares, las masas apelan esperanzadas a las respuestas de liderazgos mesiánicos que interpreten el sentir generalizado de las personas, en un mundo globalizado donde a cada momento todo pasa más rápido y los efectos son percibidos con mayor intensidad.
Las respuestas a los retos de esta sociedad globalizada no están ni en la razón ni en la experiencia individual y yo me pregunto ¿qué cosas queremos las personas que nos sean devueltas después de la pandemia?.
De algo estoy clara: el mundo cambió, ya nada volverá a ser igual y ese es uno de los motivos que me empujan a seguir las causas y luchas que nos devuelvan la esperanza, que combatan el populismo, el individualismo, el economicismo y la desesperanza.
La libertad era el bien más preciado pero ahora se priorizan la seguridad y la salud. Pero ¿quién logra ser libre sin el disfrute pleno de seguridad y sin salud? Porque ser libres es más que ser definidos en un algoritmo, colocados en una data que nos homogeneiza en un análisis cuantitativo, olvidando la calidad que debe envolver nuestra autonomía.
Recordemos a Lenin: “Libertad para qué”… Hoy necesitamos restablecer el orden y el bienestar perdido, debemos pasar de pedir cuentas y acusar a construir un discurso que restituya la salud mental, que devuelva la seguridad, que genere esperanza vital.
Por nuestra capacidad de resiliencia nos adaptamos a los cambios y nos reinventamos rápidamente. La historia, como afirmaba Cicerón gran orador romano, es la luz de la verdad, la vida de la memoria, maestra de la vida. Pero no podemos sentarnos a vivir del pasado, creo mucho en lo que dijo Nietzsche: “solamente aquel que construye el futuro tiene derecho a juzgar el pasado”.
Miremos hacia el colectivo pues el individuo no es nadie sin otras personas. Volvamos a pensar que queremos libertad para lograr el bienestar común y la felicidad pues el destino de hombres y mujeres está hecho de momentos felices, toda la vida los tiene, pero no de épocas felices, reflexión que nos lleva a pensar en Nietzsche de nuevo, pues afirmó también que sin arte la vida sería un error, pues ¿No es la vida cien veces demasiado breve para aburrirnos? El mundo real es mucho más pequeño que el mundo de la imaginación.
Apuesto a seguir, insistir y persistir en la lucha por reconquistar el respeto a los vínculos morales, por reparar los principios que nos permitan la recuperación y conservación de nuestros recursos naturales, por restablecer los contextos culturales desde la inclusión, la diversidad y la igualdad. Por todo aquello que procure el bienestar del ser humano.
Les invito a volver a soñar, a tener fe en que saldremos de esta crisis como lo hemos hecho antes. Aquí estoy esta mañana, de pie, firme y decida a continuar luchando y te invito a no permitir que con apenas dos décadas este siglo XXI acabe con nuestros sueños, con nuestros anhelos de libertad e igualdad, con nuestra búsqueda de felicidad.