La premisa bajo la cual se fundó El Arca hace más de cincuenta años es que todos resultamos gananciosos si aprendemos a convivir con la limitación intelectual. En estos meses de convivencia con la fragilidad provocada por el coronavirus, la humanidad ha tenido la oportunidad de comprobar esta premisa a gran escala, ya que todos hemos tenido que aprender a ver de frente nuestras limitaciones.
Hemos visto que nuestros sistemas de salud tienen todos mucho que mejorar (hasta ahora solo se han destacado lo alemanes y los coreanos) y que nuestros sistemas políticos, económicos y sociales tienen, como se dice en control de calidad, “muchas oportunidades de mejora”. Lo de sociales porque el manejo de la información, ante una situación que justificadamente causa nervios, ha dejado qué desear al haber cedido a las tentaciones de represión, engaño y sensacionalismo.
Como un maravilloso antídoto, en estas semanas hemos dispuesto del trabajo voluntario y desinteresado de profesionales que se han dedicado con asiduidad a comunicar datos objetivos. Roberto Mella Cohn, que normalmente se apasiona de temas de prevención de lavado de activos, tiene varias semanas actualizando las tablas de las principales medidas tomadas por instituciones financieras para asumir su cuota de participación frente a las consecuencias que conlleva la limitación de actividades con el objetivo de hacer más lento el contagio.
Juan Saladín Bonilla, ingeniero experto en control de calidad, empezó a graficar la progresión del contagio y sus decesos. Su ejercicio fue tan apreciado que ahora, por demanda popular, lo ha extendido más allá de lo que era su propósito inicial.
Érika Valenzuela, especialista en marcas y mercadeo, consciente de la necesidad de prestar atención a la totalidad de la información y no solo a sus aspectos más lúgubre, empezó a recolectar las noticias positivas que permiten afrontar la pandemia con mayor optimismo. A través de sus recuentos diarios nos hemos enterado de que la industria dominicana ha hecho esfuerzos en muchos sentidos: los militares fabricarán material médico desechables, una licorera donará alcohol para hospitales, desde el mundo de diseño se fabricarán batas y desde la impresión 3D se replicarán útiles necesarios para hospitales, además de que grandes empresarios han aportado fondos para responder a la manifestación local de la pandemia y numerosos artistas, desde sus diferentes áreas de actividad, han donado los frutos de su talento para que los encerrados pasemos un tiempo agradable mientras esperamos que nuestra inactividad traiga resultados.
En este recuento, solo estoy destacando las mejores intenciones de los dominicanos, que las revisiones diarias de Érika comprenden también historias de maestras y enfermeras abnegadas, personas del mundo del espectáculo que donan ventas y beneficios, las facilidades ofrecidas por grandes farmacéuticas y los inesperados bienes climáticos resultantes de haber reducido la quema de petróleo.
Y es que, parafraseando a Antoine de Saint-Exupéry, lo esencial no es la capacidad sino la empatía. Lo necesario es, más allá de las dotes de cada cual, ser capaces de compartirlas y ponerlas al servicio de muchos. No hay duda de que hemos subvaluado social y económicamente la importancia de las enfermeras, médicos, personal de ambulancias, de sanidad, personal de los supermercados (que hoy día trabajan a doble capacidad, como vendedores de productos de alimentación y como guardianes de asilos mentales donde van todos los ansiosos que no pueden permanecer tranquilos en sus hogares). En suma, de todos los que no pueden refugiarse en la cuarentena sino arriesgarse a enfrentar la tormenta desde las trincheras.