Hace meses vi la propaganda de una popular marca de productos hechos a base de harina. En la imagen, una mujer tiene en la boca un palito para untar salsas. La tiene ligeramente abierta y en pose sugerente. No se trataba de una mujer mordiendo con gusto una tostada con salsa pico de gallo, era más bien una con expresión seductora más un tentempié de harina. Ya que los productos de esta empresa van dirigidos a toda la familia dominicana, sin discriminar sexo o edad, no es difícil acudir a la idea de un grupo de amigos o una familia completa reunida disfrutando todo el catálogo del que dispone para el mercado.

Mientras, semanas previas al asueto de Semana Santa, una conocida tienda por departamentos se despacha con un anuncio de página completa en la prensa escrita local. En ella figuran dos menores de edad, un niño vistiendo bermudas y camisilla y una niña en bikini. A simple vista, ambos apenas llegaban a nueve años.

En la red, una entidad que ofrece préstamos de aprobación inmediata con garantía, mantenía una intensa presencia en las páginas gracias a sus sugestivos anuncios donde mujeres con pronunciados escotes, miradas provocativas y bocas ligeramente abiertas, adornaban la información de los préstamos, plazos, términos y condiciones de los mismos. Uno de ellos, incluso, usaba el rostro de una reconocida actriz de Hollywood.

Hace pocos días, en una ferretería, observo un cartel que publicitaba artículos para la construcción. Se trata de una joven esbelta con camisa a cuadros anudada al pecho, dejando desnudo gran parte del torso. La chica, de delgada cintura y ombligo playero, sostiene sobre uno de sus hombros lo que me parece es un instrumento de medición de nivel, y destaca un cinturón de herramientas sobre sus ceñidos pantalones cortos de jeans. Justo al lado, en sobre dimensión, se ven dos botas plásticas, quizá para que no quede duda de que se trata de herramientas de construcción.

En muchos programas de televisión local se repite el siguiente modelo: un hombre habla y hay una mujer a cada lado. Ellas a veces interactúan, otras, solo están ahí y sonríen. En una ocasión vi al moderador de cierto programa nocturno sentado tras un lujoso escritorio, mientras varias chicas se exhibían en el escenario paradas y moviéndose al ritmo de la orquesta de planta, conversando con el anfitrión.

Y solo por dejarlo aquí, actualmente un canal local anuncia la llegada del verano con la adaptación de un tema musical de gran pegada años atrás, tres hombres con camisetas estilo polo y ropa deportiva parafrasean la letra de la canción, al tiempo que dos o tres mujeres en bikini se contonean generosamente en la playa. Hay una toma, de segundos, donde la cámara enfoca el redondo trasero de una mujer recostada sobre el borde de una piscina.

Todo lo anterior ocurre aquí, en nuestro país. Obedece a la mirada de mujeres y hombres que trabajan la publicidad de lo que sea que pueda ser vendido y que están convencidos de que añadir cualquier estímulo visual que evoque sexo, erotismo, sensualidad y el etcétera que siga, agrega valor a lo publicitado, objetivando a la mujer y reduciéndola a la categoría de adorno o cosa sexy qué mostrar, reforzando además la ya instalada idea que limita a lo físico un aspecto tan complejo y diverso del ser humano como lo es la sexualidad.  Y que conste, lo mismo ocurre con los hombres.

Ocurre en un país donde la doble moral abunda como la jabilla, en el que muchos esgrimen desvirtuados argumentos en defensa de nuestra niñez, pero miran hacia otro lado cuando una menor de ocho años aparece semi desnuda en un panfleto publicitario, y se hace el indiferente con el tema del matrimonio infantil. Es el mismo país donde solo en el primer trimestre del año en curso ya fueron asesinadas veinte mujeres y la edad de menores embarazadas bajó de 14 años a 12 y 11.

Es el país donde la música urbana, consumida por gran parte de la juventud, es prácticamente pornografía auditiva, además de que en las versiones de video de este rubro musical, las mujeres se arrastran, lamen, gimen y se mueven en torno a dos o tres sujetos que articulan palabras de significado violento, sobre un ritmo de fondo que se repite como una necia espiral. Sin olvidar el culto al dinero, al lujo exagerado, y el consumo de alcohol y drogas.

Es lo que tenemos y parece la norma –con discusión mínima- solo porque ocurre en casi todo el mundo. Aquí, como en otros sitios, las formas podrían variar según el estatus social o el poder adquisitivo del consumidor de turno, pero el fondo no me parece diferente. He redactado tres finales para este texto y todos me sabían a tiza, pues aunque concluya estas líneas, no encuentro un cierre que no me conduzca a un bucle que persiste ante la mirada anestesiada de los que están al otro lado de la pantalla, los que portan sus audífonos con el tema del momento, y aquellos que ven un camión de distribución tomar la Ave. Máximo Gómez sin que les desagrade la imagen en él de una mujer que evoca felación a un crocante bocadillo de harina integral.