“Las empresas más innovadoras suelen ser precisamente las que más se han beneficiado de la inversión pública directa de diferentes tipos. Esto hace que la asociación entre tamaño y crecimiento sea todavía más compleja”- Mariana Mazzucato.
Luego de leer mi artículo de la semana pasada un amigo me decía: “cómo era posible que fuera tan pesimista con el rol 'determinante' que pueden jugar las mipymes en los procesos encaminados a fortalecer la capacidad competitiva de la economía”.
La realidad es que mal haríamos en ignorar que estas empresas componen algo más del 97% del tejido industrial dominicano. Sin embargo, hay muchas otras cosas que no se dicen y que la economista Mariana Mazzucato pone en claro relieve en sus obras e intervenciones públicas.
Se entiende que estas empresas crean miles de empleos y es verdad. Pero al ser tan vulnerables a los vaivenes de la coyuntura, a las bajas del ciclo económico y ahora también a las situaciones sanitarias y de salud imprevistas, y tomando en cuenta su alta dependencia de la asistencia gubernamental para mantener sus funciones y actividades a corto plazo (capital de trabajo), destruyen empleos en grandes cantidades.
La pandemia pone de manifiesto su alta vulnerabilidad. De acuerdo con algunos estimados conservadores, cerca del 21% de las pymes de la región detuvieron sus actividades productivas en 2020 como resultado de los confinamientos estrictos y la caída generalizada de la actividad económica agregada. Su situación habrá de ser todavía más difícil en el mediano plazo, cuando salgamos de la pandemia-momento que todavía no se ve venir a pesar de las campañas de vacunación masivas-, puesto que tendrán que ser más ingeniosas y proactivas que antes frente a los problemas de siempre: baja productividad, escasos y rudimentarios equipamientos tecnológicos y, en consecuencia, mano de obra de baja o ninguna calificación.
En el escenario nacional de generación de empleo de calidad, que es lo que se requiere para el despegue efectivo hacia los umbrales de la economía del conocimiento, solo algunas decenas de pequeñas y medianas empresas emprendedoras podrían en realidad distinguirse entre miles.
Al margen de todo ello, diversos estudios demuestran de manera irrefutable que no existe ninguna relación entre tamaño y crecimiento. “La mayor parte del efecto-subraya Mazzucato-proviene de la edad: las empresas jóvenes (y las start-ups) contribuyen de manera sustancial tanto a la creación de empleo bruta como a la neta”.
Tanto en el mundo desarrollado como en el menos adelantado económicamente, las empresas pequeñas (ni hablar de las micro) son menos productivas que las grandes. Citando a Hsieh y Klenow (2009), Mazzucato destaca que, en la India, donde el gobierno ha favorecido significativamente a las empresas pequeñas, “…la diferencia de entre 40 y el 60% de la productividad total de los factores (PTF) entre India y Estados Unidos se debe a la mala asignación de output a pymes demasiado pequeñas y con baja productividad en India”.
Una mala asignación a la que debemos sumar el hecho de que cerca de la mitad de las microempresas tienen una alta especialización en actividades comerciales (CEPAL). Es por ello que el efecto-pandemia resultó y sigue resultando para ellas altamente destructivo.
“Debido a que la mayoría de las pequeñas start-ups fracasan o son incapaces de crecer más allá de tener un solo propietario-trabajador, dirigir las ayudas a ellas a través de subvenciones, préstamos blandos o exenciones fiscales conllevará forzosamente a un elevado nivel de despilfarro”, afirma Mazzucato, a menos, decimos nosotros, que la intención gubernamental implícita sea mantenerlas forzosamente boyando en el terreno escabroso de una competencia brutal entre reales ganadores (claro hay un objetivo de gobernabilidad política).
En realidad, el camino de la innovación implica por necesidad algún grado de despilfarro de los recursos públicos. Pero, aun así, como señala nuestra autora “…es importante como mínimo diseñar el proceso y la financiación empleando lo que sabemos sobre empresas innovadoras con “elevado crecimiento”, en lugar de hacerlo con ideas pintorescas sobre la importancia de las pymes como categoría agregada (lo cual apenas significa nada, a efectos prácticos”.
Canalizar recursos a favor de empresas pequeñas y muy pequeñas sin aplicar criterios diferenciadores es un crimen contra los bolsillos de los contribuyentes. Son menos productivas que las grandes, evidencian salarios medios inferiores, carecen de gerencia formada y competente, pagan menos o ningunos complementos salariales, desconocen la dinámica y el lenguaje de los negocios globales y están siempre tambaleándose-masivamente- al borde del barranco de la quiebra.
Estas empresas, como “agregado nacional vital”, difícilmente puedan correr en escenarios de constantes lanzamientos de nuevos productos o servicios, y de flexibilidad creativa de nuevos procesos productivos u organizativos. Para triunfar hace falta, más allá del tamaño del negocio, que la cultura innovadora desplace el paternalismo estatal.
Que el paternalismo estatal se convierta en un literal financiamiento discriminatorio a favor de los mejores y más osados hombres de negocios, no importa el tamaño que tengan sus empresas. Que tengamos un Estado emprendedor emergido de las cenizas del clientelismo y el despilfarro.
Favorecer la innovación con políticas focalizadas, otorgar incentivos a la investigación aplicada, poner el acento en la efectividad del Sistema Nacional de Innovación y Desarrollo Tecnológico, asegurar las mismas oportunidades para las empresas de todos los tamaños, “eliminando las barreras de entrada y de crecimiento, desarrollando una política de defensa de la competencia y resistiendo con firmeza a los esfuerzos de presión por parte de las empresas más grandes y sus representantes” (Mazzucato, citando a Bloom y Van Reenen-2006).
Más que elocuencia discursiva, para todo ello hace falta una determinación política y empresarial trascendente.