“A pesar de que hay mucha palabrería sobre pequeñas empresas que crean empleo, y de que esto se ha convertido cada vez más en uno de los elementos decisivos para los legisladores, esta idea en realidad es un mito”-Mariana Mazzucato, El Estado Emprendedor.

Con un 98% del tejido empresarial dominicano representado por micro, pequeñas y medianas empresas (mipymes), parece válido discutir si con su ayuda podríamos realmente reconstruir las bases de un modelo económico competitivo, es decir, una funcionalidad económica atada al aprovechamiento práctico del conocimiento científico y a un deliberado y permanente interés por la innovación.

Para responder apropiadamente esta cuestión, entendemos que lo mejor es recurrir en ayuda de reconocidos expertos. Uno de ellos es la prominente y reconocida economista Mariana Mazzucato, especializada en finanzas, innovación y desarrollo.

Como señala esta autora “…descubrir que el impacto de la innovación en el crecimiento difiere en función del tipo de empresa tiene importantes implicaciones para la premisa, aceptada de manera general, de que las “pequeñas empresas” son importantes (para el crecimiento, la innovación y la ocupación) y que, por tanto, si se quiere generar innovación y crecimiento es necesario diseñar diferentes políticas cuyos objetivos sean las pymes (negritas mías, ver: El Estado emprendedor, 2014).

El enfoque estatal dominicano sigue, en general, ese derrotero desde hace muchos años. La convicción sobre el impacto de las mipymes en el crecimiento económico –y mediante algunas acciones en su capacidad competitiva- parece respaldada por el hecho de que la informalidad y “lo pequeño” siguen extendiendo sus tentáculos a las actividades con bajos o nulos requerimientos de equipamientos sofisticados y mano de obra calificada. Y lo peor es que la pasión por lo pequeño y vulnerable ocurre junto a una asombrosa proliferación de lo que llamaríamos estrategias de sobrevivencia del menudeo, muy visibles en las calles de los grandes centros urbanos y ciudades intermedias.

¿Es realmente posible cambiar el modelo económico de competitividad espuria dominante, incapaz hasta ahora de innovarse a sí mismo, apostando, sin criterios diferenciadores de consenso, al enigmático mundo de las mipymes?

Mazzucato expone algunas razones que seguramente podrían ayudarnos a pensar de una manera realista y objetiva, siempre que exista la determinación gubernamental y empresarial de emprender la desafiante aventura de inclinar la balanza a favor de productos con elevado contenido tecnológico y significativo valor agregado local. Veamos sus consideraciones:

En primer lugar, la financiación estatal a las mipymes no siempre es dinero bien gastado. La autora pone el ejemplo del Reino Unido donde las pymes reciben más dinero que las fuerzas policiales. No sabemos exactamente a cuáles aspectos apunta el gobierno inglés, pero siempre son variables constantes el fomento de las exportaciones, la reducción de los trámites burocráticos y los obstáculos reglamentarios, así como la mejora en general de la gestión corporativa. La asistencia técnica y los programas de capacitación en temas como calidad, innovación y gestión financiera y administrativa nunca faltan. Aquí se ha hecho un poco de todo eso, la mayoría de las veces con el apoyo de instituciones financieras multilaterales, gobiernos o agencias gubernamentales.

En el caso dominicano, los gobiernos tienen una clara inclinación por paliar las insuficiencias de capital de trabajo y fortalecer el espíritu de asociatividad. Es lo que siempre declaran, con más fundamentos ahora en estos tiempos de covid-19. Lo cierto es que miles de millones invertidos en esos objetivos no han cambiado mucho el mundo de las mipymes, sin dejar de reconocer ejemplos marginales aislados de pequeños empresarios “insaciables” y con una clara propensión a la innovación. Al parecer, más que fortalecer la capacidad de estas unidades productivas para competir en mercados exigentes, al Estado dominicano parece preocuparle más mantenerlas vivas destinando a ellas mucho dinero siempre a los mismos objetivos.

En segundo lugar, nos dice Mazzucato, la voluminosa financiación de las mipymes proviene ante todo de la confusión entre tamaño y crecimiento.

En este punto vale la pena destacar que los esfulerzos de innovación deberían centrarse en las empresas jóvenes que crecen deprisa, como es el caso del Reino Unido donde pequeños grupos de empresas que crecieron muy rápido explican la parte sustantiva del incremento registrado en el empleo (entre comienzos y finales de la primera década de este siglo). De acuerdo con la autora:

“Los estallidos de crecimiento rápido que promueven la innovación y la creación de empleo a menudo están protagonizados por empresas que existían desde hace muchos años y fueron creciendo de manera paulatina hasta que se produjo la etapa del despegue. Este es un problema muy importante, puesto que muchas políticas gubernamentales se centran en las exenciones y ventajas fiscales a las pymes, con el objetivo de hacer que la economía sea más innovadora y productiva”.

Entonces las grandes empresas son, en general, la cuna de las iniciativas innovadoras, y también las que crecen rápido y se distinguen como desafiantes o “alocadas”, no importa que sean pequeñas o medianas. Esto último es cierto en momentos en que el entorno de la innovación experimenta cambios que favorecen la creación y desarrollo de las pymes.

Continuamos en las próximas entregas