Uno sabe como comienzan las  cosas, mas no como concluyen. Cuando mi buen amigo Vianco Martínez comenzó los reportajes no lo hizo pensando en galardones, ni nada por el estilo; y ganó  el premio a la categoría digital del XII Concurso Periodístico Sobre Temas de Niñez y Adolescencia.

Pero lo más importante es que ha logrado llamar la atención de quienes les corresponde buscar solución, las autoridades educativas. El ministro de Educación, Andrés Navarro, informó a un equipo de periodistas del programa radial Gobierno de la Mañana, de la Z101, que tiene en su agenda visitar los planteles que fueron el centro de varios reportajes del periódico Acento.com.do  Aquí se abordó la problemática de las escuelas y los estudiantes en la zona sur de la Cordillera Central.

Navarro explicó que ya el encargado de relaciones públicas del Ministerio de Educación, Miguel Medina, tiene la pauta del recorrido por la zona y visitas a las escuelas.

El anuncio se realizó, respondiendo a una pregunta de la periodista Ivonne Ferreras, que comentó que si en el proyecto de dirigir “el Ministerio “con los pies en las aulas” incluía “las escuelas de Vianco Martínez”. Además de Ivonne, en el encuentro participé yo y Jesús Nova. Se realizó el pasado martes en la sede de la entidad; y tuvo la finalidad de conocer los proyectos del Ministerio de Educación; además de dar a conocer el informe  que señala que República Dominicana  está  entre los peores lugares en Ciencias, Matemáticas y Lectura, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE o PISA, por sus siglas en inglés).

A continuación, reproducimos el discurso de Vianco Martínez: Acto de entrega del premio de Visión Mundial, Plan Internacional y Unicef. Santo Domingo, 1 de diciembre de 2016

Ante todo, quiero agradecer a Visión Mundial, Unicef y Plan Internacional este premio, que recibo con humildad en nombre de toda mi familia y de todos mis amigos, y que con humildad quiero compartir con todos los periodistas participantes y que, seleccionados o no, presentaron trabajos de alta calidad.

Agradecimiento especial para Gustavo Olivo, quien acogió estas historias, las peleó y las hizo suyas, y al equipo que lo acompaña en Acento.

También a Genris García, del periódico Vigilante Informativo, un periodista que siempre ha sabido donde está su lugar.

Y para Panky Corcino, un editor mágico que me distingue con su amistad, con su complicidad y con su apoyo. Al fotorreportero Pedro Canela, que siempre dice presente.

Asimismo, agradecimiento a todos los medios que se interesaron y las difundieron. A todos mi más caro sentimiento de gratitud. Y desde luego, compartirlo con mi madre querida, que no está aquí a mi lado porque hace poco se fue a vivir a una estrella.

Estas crónicas cuentan la historia de un mundo encantado. Un paraíso compuesto por pueblos que nacieron olvidados, entre los ríos La Cueva, Río del Medio y Yaquecillo. Un lugar donde faltan escuelas, caminos y hospitales, pero sobran las sonrisas.

Fue allí, en un lugar donde están las flores silvestres esperando que las nombren, donde conocí a un grupo de muchachas que van con el pelo al viento y una tiza en la mano, y a un grupo de muchachos de invencible voluntad, que cada semana suben a la montaña a llevar pequeños destellos de luz y de futuro: los maestros rurales; más de cuarenta docentes que trabajan en medio de la adversidad en escuelas que son una vergüenza nacional, y que teniéndolo todo en contra, tienen aún el coraje de sonreír.

Y fue allí, un día en que las montañas tenían a septiembre a sus pies, donde conocí a Ezequiel, el niño más triste de la cordillera, que como una flor marchitada en plena primavera, se hace hombre antes de tiempo en las plantaciones de la necesidad.

Y fue allí, cuando las flores de marzo empezaban a entristecer, que una maestra llamada Danilka me contó una historia que cada día le cuenta al viento, para que el viento se la cuente a todos aquellos que quieran escucharla, y para que todos aquellos que quieran escucharla se la cuenten a aquellas personas que toman decisiones importantes: que en su escuela, situada en la sección Las Cañitas, de Padre Las Casas, en el corazón de la cordillera Central, muchas veces tiene que despachar a los alumnos antes de terminar la jornada porque tienen hambre, y porque el hambre que tienen no los deja mirar la hermosura del mundo de su infancia, y no los deja estudiar, y a veces ni siquiera les permite mantenerse en pie.

Y fue allí, a la vera de un sendero orlado por un encaje de helechos flores silvestres, donde una vez conocí a un niño que por sus buenas calificaciones se ganó un premio a la excelencia académica y no pudo venir a la capital a recogerlo porque no tenía zapatos.

Esta realidad se llama injusticia y un día tiene que cambiar.

Hay que ver cómo se enciende el mundo cuando sale el sol en aquellos lugares encantados, situados al otro lado de los aguaceros y suspendidos en el tiempo, y ver cómo cambian, de un segundo a otro, los colores de la aurora; y cómo se puede constatar que el mundo se quebró y se partió en pedazos bajo el peso de la injusticia, a través de la mirada de los niños que sufren por la falta de oportunidades.

Dicen que las mejores crónicas son aquellas escritas en el fin del mundo, y en esos lugares situados al otro lado de la lejanía, lugares donde a veces llorar y reír cuesta lo mismo, y donde siempre se camina al borde del abismo, puede faltar cualquier cosa, menos un contador de historias dispuesto a llevarse en su libreta el polvo del camino.

Siempre es un privilegio ser testigo de la belleza en sus formas más simples. Y el periodismo -que a pesar de los modernos ropajes que se ponga en cada tiempo, seguirá siempre siendo lo mismo: una mirada sobre las personas y sus lugares, sobre los lugares y sus historias, sobre sus historias y sus consecuencias- no debe nunca privarse de la belleza que ofrenda la vida en cada tramo, incluso, cuando la realidad se presente ataviada de tristeza.

Quizás sea importante resaltar en esta ocasión el valor del periodismo independiente, ese que no necesita estar en ninguna nómina para mantenerse de pie; ese que no necesita ser auspiciado por los dueños del mundo para que lo escuchen; ese que tiene música propia y solo tiene compromiso con las verdades sencillas de la vida, con la belleza de los caminos y con todo aquello que ven sus ojos.

Y resaltar la necesidad de mirar a todos lados, no solo adonde nos indican los grandes intereses.

En un país que cada día pierde su batalla contra el desaliento, los periodistas no podemos ser coleccionistas de silencios.

A fin de cuentas, decir la verdad siempre será un acto de decencia.

Muchas gracias