En estos días, en los cuales ya no se tiene prácticamente nada que decir sobre lo que nos afecta, vemos la indiferencia hacia los escándalos de corrupción, la impunidad, las acusaciones a la sociedad civil de “querer desestabilizar el gobierno” con la Marcha Verde, las escuchas telefónicas, la violencia extinguiendo la población femenina, además de la criminalidad, el deterioro de la UASD, el país en la basura, la clase política cuestionada y el reiterado discurso de la institucionalidad secuestrada.

En medio de este escenario, donde todo se ha dicho, entrampados y desgraciados, sin nadie con quien hacer cumplir regla alguna, el caos por encima de todo. Tenemos que admitir que nos ha llegado un rayo de esperanza, tras una experiencia inesperada, que nos condujo a acompañar una persona amiga hasta las puertas de la cuestionada justicia local – que todos dicen es un instrumento de podredumbre, hecha a la medida de los que tienen el poder.

Allí pude de cuerpo presente, como dice García Márquez, vivir lo que vive en carne propia un funcionario decente y honesto de la justicia dominicana – esa que Fafa Taveras dice que “los pocos buenos son cómplices” y que Julisa Céspedes le rebate  “ que hay gente buena y comprometida en las instituciones judiciales”. Mientras la Fiscal del D.N. Yeni Berenice Reynoso admite que “la justicia no está respondiendo a la sociedad como la sociedad espera y merece”.

Allí pude escuchar detenidamente, como se dirigen los “abogados litigantes” a estos funcionarios inexistentes de la justicia local, esos que muchos  acusan de vagos y corruptos también. Sin embargo, logré ver la gestualidad prepotente de aquel  abogado, que cobra por hora y en dólares a sus clientes. Me tocó escuchar como el Ministerio Público intentaba conciliar, mostrándole al cliente de dicho abogado la” calidad” del profesional y los subterfugios que éste utiliza para su supuesta defensa.

La experiencia fue agotadora, sobre todo cuando de manera reiterada, el abogado se dirigía al Ministerio Público en desafiante actitud, retándole, provocándole y agrediéndole con un vocabulario inapropiado para el escenario de la aplicación de la Ley ,mientras me preguntaba ¿si era ese el discurso y la gestualidad, que se usa en los rituales de la justicia local?, y ¿ cuáles eran las reglas existentes para dirigirse a un funcionario de la justicia ,que intenta demarcarse de la corrupción y la apatía, que todos dicen empantana nuestros tribunales?

En el transcurso de esta experiencia, afloraron todas las trasgresiones hacia el representante del Estado, desde el rol de abogado litigante, representado por un sujeto “especialista” en lavado de activos, actos de invasión a la propiedad privada, entrega de documentos inapropiados; lo que lleva  por desconocer los derechos de personas legalmente protegidas.

Las agresiones a la contraparte venían plagadas del cinismo e ironía, mientras la bajeza del discurso legalista, dirigido a irrespetar al ministerio público, golpeaban la comunicación entre las partes – ante la sorprendente entereza, profesionalismo, educación y elegancia de aquel funcionario de la justicia estigmatizada- del cual no quiero decir el nombre, pues todos saben quién es.

Esta vivencia nos lleva a pensar que no todo está perdido, que aun tenemos profesionales en la justicia, que son la frágil columna vertebral del sistema, permitiendo que algo funcione, tratando de ejercer apegados a la interpretación de la Ley: se trata de jóvenes profesionales de origen humilde, aferrados al rigor y a la ética del buen desempeño de sus responsabilidades públicas. Y eso pasa ahí, en el Palacio de la Justicia de Ciudad Nueva, donde suceden tantas cosas… ¿Quién lo iba a decir?