“Ser sustentable no es sólo lavar las culpas ni sólo cuidar el medio ambiente, sino ser socialmente justo, responsable con el ambiente y, por lo tanto, también económicamente viable”- Cecilia Goya de Riviello, directora general de Natura.

Organizaciones ambientalistas, representantes de la sociedad civil, profesores, gremios científicos y culturales plantean, con frecuencia negando la oportunidad a voces disidentes, que el concepto de sustentabilidad es incompatible con las actividades extractivas en general. La realidad es que, si de alguna manera no lo es, tampoco lo sería una sociedad cuya marcha ascendente hacia el progreso, en significativa medida, se fundamenta en los minerales.

Esta perspectiva extremista de la no sustentabilidad de la industria extractiva parece invitarnos a regresar a las remotas épocas de los primeros pasos del hombre sobre la Tierra, pero obviamente sin pensar en la explotación rudimentaria del sílex o de los metales nativos, como son el oro, la plata y el cobre.

Es difícil imaginarse una edad de piedra sin piedras para tallar, una edad del bronce sin la fabricación de utensilios y armas en base a la aleación de estaño y cobre, o una edad del hierro sin la participación de este conocido elemento de transición en la fabricación de instrumentos de trabajo y armas de mayor complejidad estructural.

Al parecer, se pasa por alto que la utilización de minerales marca de hecho las líneas divisorias (saltos cualitativos) entre las edades de la prehistoria, y también las fronteras entre esta primera extensa etapa del nacimiento de la humanidad y la historia propiamente dicha.

El desarrollo humano es y ha sido siempre una búsqueda incesante de mejores condiciones de vida sobre la base de invenciones ingeniosas e incorporación de conocimientos útiles a las actividades productivas ¿Podría admitirse que los niveles actuales de desarrollo tecnológico pudieron alcanzarse sin el concurso de los metales?

Es difícil negar que los minerales han tenido, tienen y tendrán un rol crucial en el desarrollo de la sociedad humana en general, si bien el hecho de tener importantes dotaciones de estos recursos no es sinónimo de avances materiales y científicos notables (las razones de ello han sido suficientemente analizadas, especialmente por la CEPAL).

De hecho, sin los minerales sería muy difícil satisfacer la demanda de alimentos, vestido, transporte y vivienda de los nuevos cientos de millones de seres humanos que se espera se sumen a la población actual en las próximas décadas. Por otro lado, es impensable seguir con la producción de tecnologías de vanguardia -para enfrentar los crecientes requerimientos de un planeta futuro superpoblado- sin el concurso de los minerales, especialmente de los que hoy consideramos estratégicos.

De acuerdo con las Naciones Unidas, la población mundial se incrementaría en 2 mil millones de personas en los próximos 30 años (hasta 2050), pudiendo llegar a un pico de cerca de 11 mil millones para 2100. En este escenario, como señala Jeremy Richards, Profesor del Departamento de Ciencias de la Tierra y Atmosféricas de la Universidad de Alberta, Canadá,

“…En vez de restringir la minería será necesario expandir la producción minera para apoyar el crecimiento de la población. Si se acepta que el bienestar y progreso de la especie humana es una causa valiosa, entonces estamos moralmente obligados a considerar el asunto del desarrollo sustentable en todos los aspectos de nuestras vidas”.

Entonces, ¿cuáles son los requerimientos de la sostenibilidad minera? ¿Es posible alcanzarla alejándonos de un pasado oprobioso caracterizado por grandes heridas ambientales y más pobreza o pobreza estacionaria con peores indicadores de salud de las comunidades que cifraron su futuro a la extracción de sus riquezas minerales?

Somos de la convicción de que la sostenibilidad de la minería no es un mito, pero igualmente no es una meta simple y mucho menos reducible a una declaración banal.

Lo primero es que la minería debe alcanzar una efectiva y adecuada inserción al desarrollo nacional bien entendido, es decir, ser componente importante de un modelo de desarrollo que sea capaz de combinar la sostenibilidad del sistema social o socioeconómico con la de la naturaleza.

Segundo, lograr que la minería no solo coexista con otras actividades económicas. Es preciso que también sea capaz de impulsar su fortalecimiento y modernización, por lo menos en el nivel regional o provincial. Es decir, finalizadas las actividades de extracción debe perdurar una positiva herencia productiva, nuevas fuentes de empleos, el espíritu innovador o emprendedor, las capacidades locales.

Tercero, la protección ambiental sistémica durante todo el ciclo minero, particularmente en lo que concierne a los recursos hídricos, tomando en cuenta los nuevos avances tecnológicos y prácticas en este ámbito. En este punto surge la cuestión de la justicia intergeneracional, la mirada comprometida a las condiciones en que vivirán las nuevas generaciones.

Cuarto, la garantía de responsabilidad social que implica derechos, inclusión, participación, transparencia, rendición de cuentas e incorporación efectiva de grupos de interés relevantes.

Por último, la capacidad y determinación política para armar un modelo de gobernanza de los recursos naturales no renovables eficiente y transparente, que coloque el interés estatal en su justo lugar. Este nuevo modelo debería incluir por necesidad un subsistema capaz de asegurar que los minerales extraídos puedan ser sustituidos por capital elaborado por el hombre de igual o equiparable valor, de modo que su agotamiento no sea identificable con una pérdida irreversible de bienestar social. Este es el tema de la próxima entrega.