“El agua es la fuerza motriz de toda la naturaleza"-Leonardo da Vinci.

La minería metálica irresponsable, la que prevaleció como modelo dominante durante los últimos decenios, decididamente genera impactos visuales negativos, afecta los modos de producción tradicionales de las comunidades y el desempeño de los ecosistemas. 

En relación con este último tema, los ecosistemas, que es el aspecto más publicitado y debatido, y que obviamente tiene que ver con el relacionamiento vital agua-minería, la responsabilidad estatal y de las empresas adquiere ribetes especiales. 

Generalmente, las minas metálicas activas en el mundo están tanto en las proximidades de ricas fuentes hídricas como en zonas donde la escasez de agua es un grave problema. Si la explotación minera ocurre en zonas de abundancia hídrica y la población tiene serias limitaciones en cuanto a su acceso, y teniéndolo en grado restringido tiene consecuencias nefastas para su salud, entonces estamos frente a casos donde la minería puede tener un alto grado de responsabilidad en los problemas de acceso saludable al líquido vital.  Se trata de una situación paradójica: el consumo y el acceso de los humanos al agua aparece limitado en condiciones de abundancia hídrica.

No obstante, esta no es la situación más común.

El impacto de las operaciones mineras sobre la disponibilidad de agua es más visible en aquellos lugares con disponibilidad precaria de agua, tanto de fuentes subterráneas como superficiales. Es el caso de México, país donde el 38% de los proyectos mineros se localizan en zonas con bajas reservas hídricas; también lo mismo pasa con Chile donde el 50% de las plataformas de extracción de cobre tienen lugar en Antofagasta, una de las regiones del país con menos disponibilidad del precioso líquido.  En Colombia ocurre otro tanto: minas que consumen millones de litros de agua y comunidades que efectivamente disponen de menos de un litro por día (un buen ejemplo podría ser la mina El Cerrejón).

El consumo exigente de agua por la minería se explica por el proceso de pulverización de grandes extensiones de tierra. En cualquier caso, todo dependerá de la escala de las operaciones de extracción, de tal modo que si es minería metálica de gran escala, las cantidades demandadas serían muy considerables, lo cual posiblemente afectaría la oferta para las comunidades aledañas, suponiendo que el acceso a las aguas superficiales y subterráneas tiene limitaciones y que las empresas, con la complacencia de los gobiernos, no aplican medidas  de ahorro y reciclaje de agua, además de la creación de reservorios que son colmados en tiempos de lluvia y que pueden servir como fuentes de agua potable para las propias comunidades en tiempos de escasez.

Hemos afirmado aquí en otras ocasiones que la responsabilidad estatal y ciudadana frente al agua debe ser sistémica, esto es, debe incluirnos a todos como actores, sin perder de vista el enfoque multisectorial e intersectorial, incluyendo necesariamente a las demás actividades industriales y también a las agrícolas.

Los fundamentalistas anti mineros hacen mucho ruido con la relación minería-agua. Lo criticable es que callan respecto a una devastación de grandes proporciones de los recursos hídricos y de las cuencas y subcuencas ocasionada por el resto de las industrias no mineras, la agricultura y la desmedida expansión urbana. Y se dice, sin ningún fundamento, que en la actualidad la minería es la actividad industrial que representa el mayor peligro para la satisfacción de la demanda humana de agua ya que reduce o deteriora las reservas hídricas de los países.

La realidad es bien distinta. En Perú, mientras la actividad minera consume el 2% del total del agua, la agricultura demanda el 85% (8% del PIB contra 5.3%, respectivamente: 1/42 del agua que consume la agricultura con un PIB que multiplica por 1.5 el de las actividades agrícolas). Por otro lado, el consumo de agua por la minería no supera el 4% del total en los principales países desarrollados; por ejemplo, en Canadá (4%), Estados Unidos (1%) y Australia (2.5%).

Realmente, y sin que pretendamos ilusamente perder de vista la minería,  en el caso dominicano, son decididamente terribles los impactos ambientales de las restantes actividades manufactureras y la agricultura, así como de los caóticos y acelerados asentamientos humanos en las grandes ciudades, actividades que elevan los niveles de nitratos y amonio, metales pesados, aceites minerales y una variedad inmensa de desechos sólidos y orgánicos, además de la contaminación orgánica de las aguas superficiales y subterráneas.

Si señalamos a la minería como la madre de la destrucción de las fuentes naturales de agua, debemos también incluir a su abuela, la agricultura, y a sus hermanos gemelos, representados por el resto de la industria moderna.

Estamos lejos de pretender adoptar una actitud complaciente e indiferente ante la minería y su relación con el agua.  Por el contrario, apostamos a una minería responsable y sostenible que garantice la disponibilidad de agua en las zonas donde ella actúa, cumpliendo cabalmente con estrictos requerimientos normativos de categoría mundial bajo la mirada atenta de las autoridades. Es la única forma posible de asegurar y evidenciar que el agua que utiliza la industria termine resultando más limpia que las aguas superficiales naturales o que incluso puedan ser ciertamente potables.

La minería moderna debe ser sometida a nuevas regulaciones y debe prevalecer un nuevo comportamiento ético, tanto de parte de la industria como de las autoridades.

Sabemos que el derrame de relaves y liberación de aguas tóxicas son los impactos más negativos y más comunes de la minería, pero también debemos conocer que actualmente existe tecnología adecuada para reducir y hasta para eliminar el riesgo de esos impactos. El uso de redundancia y sobre-especificación, la utilización total de los recursos que supone el aprovechamiento de los materiales extraídos, el establecimiento de sinergias con otras empresas y la recuperación del anhídrido sulfuroso, entre otras vertientes de comportamiento responsable, todo lo cual supone el uso de tecnologías ambientalmente eficaces ya introducidas al mercado, terminarán descartando la versión de que la minería acaba con el agua y las cuencas y las subcuencas que la producen.

La inversión en estas nuevas tecnologías no asusta a las empresas mineras socialmente responsables y sí espanta las inversiones provenientes de empresas aventureras cuyo único norte es la obtención de ganancias extraordinarias fáciles en condiciones de bajos costos relativos e instituciones débiles y autoridades venales.