“No tiene la verdad a mi juicio mayor enemigo que la verosimilitud” (Fray Hortensio Félix Paravicino)
Un mecanismo ineludible en la ficción es la jactanciosa costumbre de intentar parecerse a la realidad (al menos en algunos puntos). Sin duda un vicio más humanista que humano, pero en este caso el humanismo vino nombrado después.
Es obvio que la mente tiene una gama de sensaciones y sentimientos que son comunes a todos los individuos, por tanto si en una fabula un cerdo que habla siente miedo somos capaces de olvidar el hecho de que los cerdos no hablan y comprender y hasta identificarnos con el sentimiento de ese personaje (el cerdo).
En la ficción basta con el mínimo elemento común a todos los individuos para establecer una verosimilitud; el cerdo habla y siente miedo, si no habla es un poco más difícil conocer sus sentimientos pero si se logra superar esta barrera nos queda un elemento básico que es el sentimiento de miedo, una emoción que es experimentada por todos desde el principio de la vida.
Partiendo de ahí validamos como verdadero el hecho de que el cerdo sienta miedo. Sin embargo no sentimos el miedo del cerdo sentimos nuestro propio miedo. Si nuestro contexto emocional encama con el del cerdo a niveles irracionales, purgaremos su pena como nuestra y olvidaremos no solo su naturaleza animal sino también su naturaleza ficticia.
En el caso del cerdo de la fabula literaria funciona de esta manera pero si lo llevamos a otro plano, digamos el cine, encontraremos una serie de refuerzos extras que estimulan nuestro deseo de que el cerdo (ya no un personaje, ya no un actor) disfrute de las emociones humanas y que dentro de su universo (ficticio) quede lugar para escapar de nuestra propia conciencia (o parte de ella) y lograr sentir através de él nuestras penas.
Llegado a este punto seria valido aclarar que la catarsis no es como se cree un conducto univial; el individuo purga sus penas através de las del personaje, pero a la vez desea que el personaje le trasmita sus emociones (ficticias) para padecerlas como si fueran propias. La supresión parcial de la conciencia permite que se bloquee el saber que el universo propio de la ficción opera bajo sus propias leyes y que no tenemos cupo en este.
Volviendo al punto anterior si nuestro cerdo miedoso fuese, en vez de un personaje literario o cinematográfico, un personaje de algún videojuego de rol desarrollado por alguna compañía que se tome en serio el comercio del producto, tendríamos un encadenamiento de elementos para volvernos adictos al juego y por tanto al personaje. En dicho caso no solo compartiríamos sus emociones sino que nuestros cerebros nos dirían mediante estímulos bioquímicos que cuando el cerdo esta en peligro nosotros lo estamos.
De hecho hay cientos de juegos de este tipo que son prohibidos por su alta posibilidad de adicción. En este caso el deseo de ser uno con el personaje no surge de la recreación de nuestro entorno ni de recreación prosopográfica de seres cercanos a nosotros, nace de la estimulación de los sentimientos básicos comunes a todos los humanos. Tal es esta verosimilitud que sin factores más allá de lo audiovisual puede diezmar el deseo de alimentarse o de socializar.
Sin volver a mencionar al viejo espaldas anchas ni a seres cavernosos podemos recordar que en la literatura hay obras que aumentan la dopamina a grados peligrosos.