La noción aristotélico-platónica de mímesis, incorpora en literatura y en poética la realidad y su valor, lo real y lo creacional, innovación y reproducción, espectro y el reflejo. Por lo que en literatura, la mímesis implica la reproductividad de lo real y al mismo tiempo la realidad de lo verosímil representativo, siendo así que en ella no se estima ni valora su materialidad-forma sólo como imitación o “reflejo”.

La novela, el testimonio, el cuento y otros tipos de narración o discurso, toman como modelo la representabilidad de la realidad, siendo esta misma un conjunto asimilado por su inscripción dialéctica en el signo literario. Este último es el espacio donde la problemática humana y las visiones del sujeto se conjugan en forma de sustancia y lenguaje para materializar el significado cultural. (Para su referencia ver Erich Auerbach: Mímesis. La representación de la realidad en la literatura occidental, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1950 ).

La barbarie y la civilización, la tradicionalidad, la lengua, la cultura, la poesía y la realidad se reconocen como traductores al interior de la comunicación inter-literaria. El criterio de producción significante en este sentido, apunta hacia el desarrollo de las creaciones culturales cuyo fundamento originario es la dialéctica mímesis-poíesis. Ésta se presenta como tensión, receptáculo y conflicto donde el objeto se expresa desde la medialidad objetiva y la dialéctica misma de lo social.

El paisaje rural, la fauna y la flora, el folklore, el canto tradicional, la poesía cantada y narrada, el sujeto rural y en fin, todos los estratos regionales y vivientes de la cultura urbana o rural se expresan miméticamente en la literatura. De ahí que sea necesario conocer o reconocer el modo de producción de objetos literarios cuya determinación se produce en la realidad social, sus variantes e invariantes humanas y culturales.

Los conceptos de creación, representación y realidad funcionan como un marco interpretativo-accional, revelador de formas narrativas y poéticas, así como de obras entre las cuales podemos mencionar:

  • El gran incendio, Cuando amaban las tierras comuneras, Tres leyendas de colores, de Pedro Mir.
  • Balsié y Over de Ramón Marrero Aristy.
  • Cibao, y Yelidá de Tomás Hernández Franco.
  • Compadre Mon, de Manuel del Cabral
  • Pablo Mamá, de Freddy Prestol Castillo.
  • Jengibre, de Pedro Pérez Cabral.

Estas obras, entre muchas otras, revelan desde su marco de legibilidad una particularidad del mundo dominicano que las hace deudoras de conjuntos culturales heterogéneos, algunas veces, y otras veces homogéneos.

La tradición de “la representación realidad” en la literatura dominicana, abarca obras cuyo perfil es la expresión tradicional moderna y tardomoderna ligada al acontecimiento y a la historia de la experiencia sociocultural del Caribe. Pueden señalarse en este tenor las obras de Tulio M. Cestero: La sangre, Sangre solar y Ciudad romántica.

En Engracia y Antoñita de Francisco Gregorio Billini; Jengibre de Pedro Pérez Cabral; Trementina, Clerén y  Bongó, de Julio González Herrera, y en muchas otras obras  de escritores dominicanos se reconoce el concepto de realidad imaginaria, reproduciendo la totalidad como forma contradictoria y construyendo un lenguaje discursivo-narrativo cuyos resortes parten de la objetividad misma.

En resumidas cuentas, los conceptos de mímesis y poíesis en la literatura dominicana se perfilan no solamente en la totalidad, sino en la realidad contradictoria de los hechos, en la particularidad de las escenas de la vida cotidiana, en el marco rural y urbano donde se tejen los principales productos de la imaginación literaria. 

Es importante señalar que la literatura funciona y se construye como testimonio. La misma tiene su base originaria,(en nuestro caso), desde la época del descubrimiento, cuando numerosos cronistas y redactores desarrollaron un discurso oral y escrito desde la función sintáctica, semántica y pragmática de la cultura denominada “yo” y su correspondiente plural “nosotros”.

El testimonio empezó a forjarse mediante una información cuyo objetivo principal era la verdad histórica o verdad de los hechos epocales. Toda vez que la declaratoria de la ley, el conflicto étnico y el derecho indiano provocaron también un enunciado-sentido como necesidad de justificar el conjunto textual. El testimonio ubicaba la información de acuerdo a la importancia y a la necesidad del contenido revelador e instruccional.

A partir de aquel momento nació en la América hispánica e indígena, el relato testimonial que puede ser entendido como:

  1. Declaración personal mediante un enunciado que se verifica en la instrucción e información del “testimoniante” o enunciador primario.
  2. Confesión de hechos privados o informaciones especiales de testigos.
  3. Declaración conjunta o comunitaria donde asistimos a dos tipos enunciativos: del enunciador y del enunciatario.
  4. Información de problemas, asuntos legales y familiares sobre herencias.
  5. Declaración representativa, es decir, aquella donde los enunciadores y enunciatarios son funciones oficiales, públicas o privadas de un acontecimiento o hecho conocido por un código procedimental de derecho.

El testimonio en los casos antes citados, parte de una realidad donde el sujeto histórico se revela a través de un escenario político, jurídico, poético, religioso, etnológico y narrativo, toda vez que los contenidos y las formas epocales serán manipulados por las fuerza interesadas y por las clases sociales que intervienen en la conflictividad social y escriben o inscriben sus historias o relatos.

Así las cosas, el testimonio ya es un tipo literario que obedece a intereses de verdades individuales o colectivas y cuya poética conduce a una interpretación histórica y ficcional cuya cardinal fundamental es la narratividad, tal y como podemos apreciar también en la poética histórica de Pedro Mir.

De ahí que el testimonio sea leído como y entendido como novela, poema, relato, épica, en un contexto donde las diversas representaciones discursivas, apuntan a una meta que debe decidir la manifestación ficcional o discursiva de los hechos y también de  los diversos intereses ideológicos del relatante o relator. Es aquí donde la historia personal y la colectiva se convierten en texto o textualidad y de donde surge el personaje principal o secundario del testimonio. Todo personaje testimonial será entendido en este contexto como personaje-testigo y su función será siempre la de testificar o testimoniar un hecho personal, comunitario o epocal cuyas influencias serán especificadas y destacadas en la dinámica de la estructura verbal, histórica y narrativa.

Si el testimonio registra y reconoce la realidad informada y escrita es porque existe una textualidad ocular y testimonial cuya base será también la vivencia y la presencia de un enunciador implicado,  con características que obedezcan al marco formal, al hecho, relato y a la visión específica de la acción testimonial.