¿Cuánta “información compartimentada” se habrá llevado a la tumba Miguel Cocco Guerrero (Coquito)? Quizá nunca se sepa con certeza ya que, debido al “riguroso clandestinaje” que practicabanlos dirigentes de izquierda en los años 60, 70 y parte de los 80, habría que reunir a demasiadas personas para armar cualquier pequeño rompecabezas sobresucesos de la época.
No es por cargarle el dado a Coquito, máxime sabiendo que él ya no está presente. Lo cierto es que de los protagonistas de la historia dominicana contemporánea pocos han aportado información relevante. De los funcionarios y militares de la Era de Trujillo, casi ninguno habló o escribió, salvo Balaguer y de forma muy sesgada; del periodo de transición 1961-65,no hay casi nada; de los 12 años, muy poco.
Pongo a Cocco Guerrero como símbolo por su larga trayectoria y su vinculación a los hechos que motivan esta “memoria”.
Al amanecer el lunes 5 de febrero de 1973 muy poca gente sabía que el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó había desembarcado por la costa sur el sábado anterior al frente de una pequeña expedición militar rebelde. Yo me hallaba entre aquellos que ignoraban el histórico hecho. Formaba parte de ungrupode estudiantes de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) que había llegado en un autobús oficial a la Finca Experimental de Engombe poco después de las 7:00 de la mañana, a cumplir con sus obligaciones docentes, en unos terrenosque actualmente son parte de la zona metropolitana pero en esa época estaban alejados varios kilómetros de los límites de la ciudad, a orillas del rio Haina.
Me pareció extraño observar tan temprano dos aviones caza P51 de la Fuerza Aéreasobrevolando la finca. Más tarde comenzaron a llegar rumores y antes de terminar nuestro horario de clases optamos por marcharnos; pronto la finca seria ocupada por soldados y policías, lo mismo que el campus principal de la universidad, alegando el Gobierno que eran terrenos estatales y por el asunto de la seguridad nacional.
Un pequeño grupo de militantes de plena confianza para la dirección central del Movimiento de Liberación Nacional (MLN-Corecato) fuimos convocados días después de ese lunes y nos reunimos en un salón de clases de la parroquia Santa Ana, en el barrio de Gualey. Quedamos boquiabiertos (al menos yo) cuando se nos informó que nuestros altos dirigentes tenían acuerdos con el grupo de Caamaño y que, por tanto, “teníamos que hacer algo” para apoyar la guerrilla. No se especificó ese “algo”. Salimos de ahí anonadados y sin rumbo.
¿Qué estábamos aliados a “la gente de la estrella en el mapa”, como llamábamos en la UASD al entonces diezmado grupo de Amaury (Los Palmeros)?
Y, ¿Qué hicimos? Nada, o muy poco. En mi haber lo único que tengo anotado fue que llevé a varios periódicos y noticieros de radio un comunicado elaborado por dirigentesquese reunieron en el ensanche Luperón, entre ellos Francisco Antonio Santos, jefe de la Central General de Trabajadores (CGT). Caminé como un caballo cumpliendo el riesgoso encargo de entregar el documento a Radio Cristal, El Nacional y Radio Mil, entre otros medios. Suerte que disfrutaba de mis tempranos 20.
A diferencia del PRD, que todavía a 40 años de aquellos históricos acontecimientos debate si sus líderes Juan Bosch y Peña Gómez sabían del desembarco de Caamaño;o de los habitantes de San José de Ocoa, que, emocionados como relata Felipe Ciprián, cuando lo supieron “manifestaron querer hacer algo”, la izquierda, aun sin saberlo previamente, cuando lo supo “debió hacer algo”. Y, hace tiempo se sabe que sabía; por lo menos los jefes de mi grupo MLN-Corecato “sabían algo”. Desde su cuartel general en la sede de CEPAE lo único quehicieron fue tocar la diana. Como que amagaron, pero no dieron. El PCD, el MPD y el ala radicalizada del PRD, por lo menos sabían que Caamaño estaba en Cuba preparándose desde hacía tiempo, aunque no tuvieran la certeza de que vendría.
Yo diría que el temor y la indecisión nos paralizaron a todos en la Izquierda. Enfrentar a la maquinaria represiva de la dictadura de Balaguer en 1973 no era “paja de coco”, no estábamos preparados en ningún aspecto, ejercitados solo en el enervante blábláblá.
Recuerdo que un día, antes de la muerte de Caamaño, debíamos ir a un micro-mitin. Poco después de la hora acordada nos cruzamos Julio Rosa y yo caminando en rumbos contrarios y por aceras opuestas de la Josefa Brea. Nos saludamos de lejos, nunca ninguno le ha preguntado al otro si fue al micro-mitin, o si el mismo efectivamente tuvo lugar.
Compañeros de la época como Julio Rosa, Radhamés Castillo Mesa, Rafael Camilo, Ramón Martínez Portorreal, Rafael Vázquez(no Fiquito), Leonardo Mercedes Matos, Ricardo Winter, Celedonio Jiménez, Ivette Arvelo, Max Puig, Rafael Tomás Carvajal, Juan B. Chalas, Carlos Pimentel, entre otros, podrían aportar memorias.