Cuando de brincar o caer en lodazales de peculado se trata, recurrir a la figura del testaferro es indispensable; sin ella no comprenderíamos el nivel de arrogancia y desparpajo con los que asume el gobierno tan graves acusaciones a las que se enfrenta. Esa respuesta desenfadada se entiende solamente a partir de un personaje: el “presta nombre”.
Es necesario recordar sus funciones, ya que de otra manera no tendría lógica esa indiferencia ante la ley de quienes pudieron haber desfalcado al Estado. Seguiría resultando un misterio verlos salir sonrientes una y otra vez de los tribunales. A la vez, es fundamental tener presente el destape panameño de las “offshore” y la extensión de sus operaciones internacionales.
“Que alguien me lo pruebe…” es la frasecilla tópica y típica de los políticos acorralados, y tiene validez jurídica: sin evidencia no hay condena. No es expresión de rabias momentáneas. ¡Qué va! Es un grito de guerra. Esa expresión es el título de una sofisticada operación financiera amoral y globalizada, manejada por profesionales. De una red en la que participan firmas de abogados, bancos, compañías multinacionales, paraísos fiscales, y todo tipo de negocios. Es el lema del fango monetario que se mueve por el mundo intentando purificarse.
“Testaferro es aquella persona que presta su nombre a un contrato o negocio que en realidad es de otra persona.” El negocio puede ser legal o ilegal. El ilegal es el que nos ocupa.
En cada gobierno, la indiscreción, la abundancia, y nuestro aldeanismo, delatan a esos señores que reciben dinero ajeno. Ellos protagonizan la primera defensa del lavado. Desde Trujillo hasta Danilo Medina, casi todos anduvieron de boca en boca y ahora, en el caso del maestro Rondón – su veteranía y riquezas lo consagran como tal – el señalamiento va con el monto de la transacción incluido.
El testaferro y su equipo tramitan la entrada al sistema financiero, edificando el segundo escudo de defensa: compañías anónimas, cuentas “offshore”, y legalizaciones del capital a través de inversiones locales o extranjeras. Invisibles los ladrones y disimulado el efectivo, el “presta nombre”, condón le llaman otros, cobra por la desinfección y el decorado.
Simultáneamente, comienza una tercera y última línea de defensa: transferencias globales, trueques de acciones, y ramificación de sociedades anónimas (detalles sobre ese tipo de operaciones se encuentran en “The Hidden Wealth of Nations”, de Gabriel Zuckman, que he citado anteriormente).
Finalmente, el dinero se transforma en acciones generadoras de beneficios, que pueden originarse tanto en la India como desde una cuenta a plazos fijos en Strasburgo a nombre de “Injodible C. por A.”, terminando asentados en un banquito de Tombuctú. Me parece, sin lugar a dudas, que este sistema financiero es una obra maestra de ocultamiento.
Entonces, comprendido lo anterior, estamos preparados para entender esa seguridad con la que se plantan estos señores para decir: “¿Dónde están las evidencias…?” Es verdad, son difíciles de rastrear. Es una aguja en un pajar que se extiende por los cuatro continentes gracias a los milagros de testaferros. Sin ellos, no hubiese sido posible “brincarse la tablita”.
Pero, ¿qué sucedería si uno de ellos, atrapado y sin salida piensa: “si me jodo yo, que se joda el resto”? Pues debería suceder, aunque aquí todo va a contrapelo, lo que está pasando en otros países: presidentes presos, otros huyendo, y algunos esperando juicio.