Hace tres décadas que un grupo de empresarios agrupados en torno a Acción Pro Educación y Cultura (APEC), comandado por el Ing. Gustavo Tavares Espaillat, buscaba respuestas a la pregunta de cómo revertir el entonces alarmante deterioro del sistema educativo dominicano. En el momento de mayor desconcierto- por encontrar que la tarea sobrepasaba sus fuerzas- el grupo encontró a la “Divina Providencia” en Consuelo. El innovador modelo de Consuelo y las alentadoras palabras de sus guías nos dieron fe de que sí era posible realizar el cambio, aun sin entender el camino. Por eso el sentir de que “¡Dios permita que todo nuestro país pueda vivir el milagro de Consuelo, en un futuro quizás no muy lejano!”, hizo eco en muchas personas en momentos en que se iniciaba la movilización para concertar el primer Plan Decenal de Educación.
Consuelo inspiró la idea de trabajar para fomentar en el país la cultura de la educación desde el sector empresarial, agrupados en EDUCA, y con el apoyo de prominentes educadores. En ese momento surge el título del libro de la Dra. Leonor Elmúdesi Espaillat, porque desde entonces hablábamos del “milagro de Consuelo”, a sabiendas de que había sido una obra de amor, paciencia y perseverancia en equipo- que en ese momento ya llevaba casi veinte años en construcción- y no un hecho instantáneo por intercesión divina. El milagro de Consuelo fue devolvernos la fe en que los dominicanos sí podemos, mediante una educación de excelencia, empoderar a nuestra juventud para que transforme la sociedad al cabo de pocas generaciones. Incluso inspiró la sana obsesión de nuestro padre por fomentar la cultura de la educación en la sociedad dominicana. Hoy la obra que la veterana educadora nos regala- una adaptación de su tesis doctoral- nos recarga esa fe al explicar con detalles el camino a seguir. Si jugando pelota, bailando y cantando podemos llegar a la meta, no hay dudas de que los dominicanos tendremos más temprano que tarde una cultura de la educación. Solo necesitamos los maestros con la capacidad para formar en valores mediante todas sus intervenciones, y la Dra. Elmúdesi explica en esta obra cómo lo hacen en Consuelo.
Este libro es mucho más que el estudio de un caso exitoso de la educación en la República Dominicana. Con la revelada intención de “encontrar pistas que nos permitan comprender con mayor nivel de profundidad qué componentes en valores debería tener una propuesta educativa que desee contribuir al desarrollo de una comunidad”, esta obra sirve a la vez de hoja de ruta hacia el desarrollo comunitario participativo y de manual para la convivencia democrática.
Fundamentada en la praxis profesional y una exhaustiva revisión de la literatura académica sobre la formación en valores y la educación para la ciudadanía, en la segunda parte la Dra. Elmúdesi enfoca la historia, la cultura y las vivencias de la comunidad de Consuelo. La autora analiza la experiencia a partir de la llegada de las tres religiosas canadienses de la Inmaculada Concepción en 1959 al batey central del ingenio azucarero, entonces recién adquirido por el dictador Trujillo. La evolución orgánica de Consuelo, con sus altas y sus bajas, hasta transformarse en pujante municipio, es atribuible en gran medida a la comunidad empoderada por un modelo de formación centrada en valores, y que contrasta con el desarrollo de sus vecinos. Quisqueya, Santa Fe, Porvenir, Angelina y Cristóbal Colón son comunidades cañeras de la provincia de San Pedro de Macorís que han carecido del poderoso impulso educativo característico de Consuelo. En consecuencia, el número y la calidad de los espacios participativos e instituciones consuelenses sorprenden por su vitalidad, sobre todo en una comunidad cañera del Este dominicano.
La investigadora establece seis etapas cronológicas en la evolución de Consuelo, apoyándose en la apreciación de las dos fundadoras sobrevivientes, sor Leonor Gibb y sor Susana Daly. Apoyada en esta herramienta, deconstruye lo que a simple vista luce ser un “milagro”- en el sentido de un hecho científicamente inexplicable- por ser un caso único en el país y quizás en las Antillas. Mediante sistemático análisis demuestra que el desarrollo comunitario es fruto de la paciente labor educativa de décadas, un modelo que inspira al menos la esperanza de sustentabilidad en el tiempo. Analizada en sus detalles, la vivencia de más de medio siglo es la metódica obra de hormiguitas construyendo una colina grano a grano, producto de la paciencia, la perseverancia y el trabajo en equipo. Ciertamente es una transformación evolutiva como suelen ser los cambios culturales profundos. Estas son las buenas nuevas: aunque Consuelo es un caso extraordinario y único, no tiene que permanecer un enigma, gracias a su estudio sistemático y la oportuna divulgación de los resultados, que precisamente inicia con la publicación de este libro.
Hoy en Consuelo prima la cultura de la educación, pues se respira y se vive “la importancia de la educación como un vehículo para la transformación personal y comunitaria”, como destaca la investigadora. Los consuelenses han visto una y otra vez cómo se han transformado vidas por medio de la educación y las oportunidades que los conocimientos y los valores proporcionan, no solo en Consuelo, sino en el mundo entero. En esa comunidad se comparte la fe en la educación y el sano orgullo por los logros de la comunidad en materia educativa. Su escudo reza, “Cuna de la educación”, y exhibe un libro abierto; su himno insiste en proclamar que es “Tierra de buenos/ Grandes deportistas, educadores y estudiantes/Por lo que arriba siempre tú estás. Educadores y estudiantes por lo que arriba siempre tú estás.” ¿Cuántas comunidades conocemos en nuestro país que proclaman a viva voz en sus preciados símbolos comunitarios así como en todos sus actos, y con absoluta propiedad, su identidad en base a la excelencia de sus educadores y estudiantes?
El fenómeno más impactante del caso Consuelo es la profunda vocación docente que se ha trasmitido a muchos de los egresados de sus escuelas, y que es un pilar de la cultura de la educación imperante en esa comunidad. Este rasgo sobresaliente ha sido reconocido por muchos admiradores. En abril de 1990, la Dra. Elmúdesi fue impactada por este fenómeno en ocasión de un peregrinaje en compañía de una delegación de la escuela capitaleña, “General Antonio Duvergé”. Su compañera educadora, Dra. María Amalia León de Jorge, registró el hecho poco después en un artículo en el Listín Diario, titulado “Consuelo, un ejemplo a seguir”, observando que: “La mística y el compromiso de trabajo por parte del personal impregnaba el ambiente de energía contagiosa para todos aquellos que formaban parte de la comunidad. Para demostrar esto comprobamos que de sus 22 maestros, 20 fueron egresados de la escuela (Divina Providencia), incluyendo a su actual directora, quien nos acompañaba.” Otro registro histórico de la misma observación data de 1997, cuando el Dr. Lambros Comitas, un distinguido profesor del Teachers College de Columbia University, luego de una visita a Consuelo y refiriéndose específicamente a la escuela “Antonio Paredes Mena” en sus notas de campo, comentó: “Los maestros- tres de ellos estaban en la biblioteca cuando entramos- aparentemente todos iniciaron sus estudios en la Divina Providencia de Consuelo. Parecen estar muy bien motivados, ansiosos por seguir capacitándose, y muy felices con sus labores. La impresión que hace la escuela es muy positiva (en términos de arquitectura, mantenimiento y operación muy similar a la Divina Providencia, los cursos todos sesionando en orden con excelente comportamiento y apariencia.” El compromiso de los discípulos de las primeras educadoras impresiona a todos los visitantes.
Si los dominicanos necesitamos una nueva generación de educadores integrada por los mejores valores de nuestra juventud, he aquí un comprobado modelo a seguir. En Consuelo los futuros maestros empiezan a formarse en primaria, y los docentes y toda la comunidad alientan y apoyan a los jóvenes que aspiran a ser maestros. Es un gran acierto de la presente investigación profundizar sobre esta peculiaridad del caso de estudio, porque es una de las consecuencias más positivas de la educación en valores que se practica desde los primeros días de la primitiva escuela “Divina Providencia” hasta el presente. Para los consuelenses no hay profesión ni carrera más digna y deseable que el magisterio, y no ahora que las condiciones de trabajo son decorosas, sino desde cuando ser educador era un martirio en nuestro país. Mientras en 1990 los profesores abandonaban la docencia para vender chinas en las esquinas o conducir taxis en Nueva York, en Consuelo los egresados de la “Divina Providencia” se desvivían por sus alumnos durante años en las aulas sin recibir los salarios correspondientes del sistema educativo estatal. La investigadora enfoca este aspecto de la mística de los docentes de Consuelo en las entrevistas a los actores, y concluye: “Estas citas ponen de manifiesto tres aspectos fundamentales que han alimentado la vocación docente en el municipio de Consuelo: la conciencia sobre el legado recibido y su necesidad de perpetuarlo, la confianza depositada en los maestros, y el compromiso de devolver a la comunidad el bien recibido. Esto refleja el fuerte capital simbólico que ha caracterizado a las escuelas de esta comunidad.”
El estudio de dos vehículos esenciales para la formación en valores recibe especial atención de la investigadora por su evidente incidencia en el modelo de Consuelo. Nos referimos a las artes y los deportes en general, y sobre todo a la música y el béisbol/softbol en el particular caso bajo estudio. Francamente no nos imaginamos a Consuelo sin estos dos recursos didácticos por excelencia, y menos después de conocer los resultados de la investigación de la Dra. Elmúdesi. La música y el béisbol fueron inicialmente elementos claves para atraer a los reticentes alumnos a la escuela y retenerlos hasta terminar los estudios, cuando aún no existía una cultura de la educación en la comunidad. También jugaron las artes y los deportes un rol protagónico para integrar a una población multiétnica en frecuente conflicto. Sor Ana Nolan con su goce por la música y el baile, y sor Leonor Gibb con su pasión por el béisbol, abrieron los corazones de la comunidad. Ellas utilizaron estas disciplinas para fomentar valores como la autoestima, orden y disciplina, el respeto, la honestidad, el trabajo en equipo, entre otros. Encontraron un gran talento para estas disciplinas en los alumnos, y sus prontos éxitos fortalecieron el sentido de pertenencia a la escuela y a la comunidad, abriendo el camino a los logros académicos. Utilizaban estas actividades para promover la integración multicultural, crear sentido de identidad comunitaria, y hacer intercambios culturales. El destacado coro estudiantil hizo una gira en Canadá. Un voluntario japonés inició la instrucción de los primeros jóvenes que aprendieron a tocar el violín para la formación de la orquesta de cámara. El disfrute de las artes y los deportes hicieron a la escuela un lugar alegre y divertido, centro de atención de toda la comunidad, en lugar de un sitio para el trabajo obligado. Las artes y los deportes son excelentes recursos para reducir el ausentismo y la deserción escolar, fomentar la amistad y convivencia entre alumnos de diferentes contextos familiares, y en general mejorar el ambiente de la escuela. En este sentido el estudio de caso de Consuelo nos aporta muchas lecciones aprovechables, sobre todo en la tarea de estructurar nuevos programas curriculares para los planteles de horario extendido y hacer de la educación ciudadana un eje transversal de nuestra educación pre-universitaria.
Esta investigación sobre Consuelo es de interés para un público mucho más amplio que el de los investigadores y los docentes, pues documenta y analiza el desarrollo comunitario integral a partir de una experiencia concreta de educación en valores. Describe la intervención desde la escuela en la integración y el empoderamiento de una comunidad multiétnica, mediante una educación centrada en valores, utilizando recursos que tenemos a la mano y que son de relativamente bajo costo. No requiere de tecnologías sofisticadas, pero sí de paciencia y mística. En la era de lo instantáneo y lo descartable, esta formación duradera en valores parece poco atractiva para muchos tecnócratas y burócratas con ansiedades digitales. Sin embargo, es este el método que ha producido todas las grandes transformaciones culturales: las tecnologías y la inteligencia artificial solo sirven para apoyar la necesaria formación en valores, que hace posible el cambio de cultura duradero.
Invitamos a la lectura de “El Milagro de Consuelo: una historia con valor para la educación dominicana”, síntesis de la tesis doctoral de Leonor Elmúdesi Espaillat especialmente editada por EDUCA para los que no somos investigadores de la educación, porque definitivamente es una historia que reviste interés para todos los ciudadanos comprometidos con el desarrollo integral de nuestro pueblo.