Una dolorosa realidad nos está golpeando en la cara con una verdad cada vez más dramática. Y planteo esa verdad en forma de pregunta: ¿Es tan complicado matar a una mujer? Parece que no, al menos no cuando las condiciones están dispuestas para ello. Y es menos difícil cuando la idea de la mujer en un dúo romántico es la de pertenencia al hombre. Esta vez no me explayaré en discursos y planteamientos humanos sobre igualdad de derechos y equidad. ¿Qué no se habrá dicho ya sobre la cultura patriarcal? ¿Cuántos estudios o seminarios se habrán celebrado en torno al tema de la desigualdad entre hombres y mujeres, no solamente en el ámbito de la vida de pareja, sino en otros aspectos donde ambos interactúan? Cientos y dos más. Sin embargo, cuando la subordinación, el abuso, la indefensión, la exclusión, la no correspondencia de derechos, el abuso de privilegios, y muchas otras construcciones sociales, se validan en el imaginario colectivo, cuando refiere a hombres y mujeres, estamos ante un problema de raíces profundísimas.

Igual no estoy diciendo nada nuevo, y eso me hace sentir hastiada y molesta con todo lo que ocurre. Es inevitable que se quebrante mi espíritú y termine reaccionando ante "bellezas" como las que siguen, y que forman parte de la psicología social de una lamentable mayoría.

Mujer sometida. Fuente: Unsplash.com

Veamos el relato social retratado en esta famosa canción dominicana:

“Te enseñé las mil maneras y todo lo conoces al hacer el amor. Tú no puedes olvidarme, tú no puedes liberarte, tu maestro he sido yo…”

Aquí, los famosos “derechos adquiridos" explicados casi con orgullo por el diputado José Laluz trascienden lo material, la carne, pues también diezman la voluntad de la mujer y su capacidad de cambiar de opinión y tomar decisiones. Sencillo. Según las letras de este tema, unas cuantas primeras veces nunca costaron tanto.

"(…) Que mi amor como un fantasma, donde quiera que tú vayas, donde estés, te seguirá…”

Llegado a esta línea, es inevitable recordar la suerte de periplo a la que se vio obligada la joven Anibel González Ureña, de 30 años, con tal de escapar de su “fantasma”, quien siempre lograba dar con ella por la vía telefónica para amenazarla. El exesposo y asesino, Yasmil Oscar Fernández Estévez, a quien le dijo en forma de ruego mientras le disparaba, “no lo hagas, yo te amo…”, sin importar que estuviera preso, no dejó de contactarla para exigirle retirar los cargos en su contra. Claro, ella “no podía liberarse”.

“(…) Fuiste mía, tan solo mía, y eras una chiquilla nada más.

Qué bien lucías cuando venías de regreso del colegio de estudiar…”

¿Es necesario destacar aquí que hablamos de un acto absolutamente reñido con la Ley? Mantener relaciones sexuales con una menor, sea de forma recurrente o no, es algo que se ha vuelto parte del modo de operar de muchos hombres, en ocasiones contando con la venia de padres y madres, con la pobreza de espaldar y colchón para amortiguar la culpa, a cambio de uno que otro beneficio material. Algunos varones hasta se jactan de que las buscan “nuevecitas” –esto da ganas de vomitar-. Se enorgullecen de la hazaña de ser el primero, como reclaman las letras del tema: “tu maestro he sido yo”.

“(…) No sé cómo puedes pensar que me vas a olvidar en un momento nomás, porque sí…”

¡Cómo te atreves a pensar! ¡Cómo te atreves a elegir!  No puedes siquiera imaginar hacer tu vida como deseas; terminar una relación que ya no te satisface; elegir poner fin a un vínculo que te lastima, o que sencillamente ya no deseas; no puedes hacerlo solo “porque si”. De ocurrir tal cosa, te costará.  Otra vez ,“Tú no puedes liberarte”.

El texto de este tema pareciera ser el guion que ocupa la mente de muchos hombres que en un momento dado deciden terminar con la vida de una mujer solo porque se negaron a continuar una relación con ellos. Y así, en nuestras canciones, el diario hacer y deshacer, en nuestras expresiones, términos y pensamientos, terminamos normalizando algo atroz como es el dominio y la conquista del otro, en este caso de las mujeres, logrando minar el ejercicio de su soberanía, al extremo de acabar con su vida si intenta algo diferente a lo que se espera de ella. Una espera que no es tal sino exigencia, coacción, amenaza ímplícita y explícita.

En esta contienda estamos metidos todos. Existe un andamiaje en nuestra cultura que sostiene, fomenta, estimula, justifica y aplaude toda cantidad de eventos, aislados o no tanto, pero sí concatenados a un mismo mal social: el machismo, un sistema patriarcal que admite, ejerce y excusa la violencia si la cree necesaria; un sistema que practica el ejercicio de privilegios para favorecer al que más tiene y puede, dejando en evidencia los fallos en el protocolo o la red programática que sigue a los casos de denuncias de violencia. Un sistema que no aplica sanciones adecuadas una vez los hechos han ocurrido; que no logra prevenir con educación y concienciación casos que pudieran germinar en el futuro, y que no termina de poner freno, con oportunos métodos correctivos, los que de seguro ya están gestando su ocurrencia.

Si no fuera de esta forma, no tendríamos titulares de prensa como el del pasado lunes 11 de noviembre, en un diario de circulación nacional vespertina: Otro hombre mata a su mujer; van 6 en 7 días…”. Es “su” mujer, de él, de su propiedad. Porque hasta en el lenguaje empleado nos vuelven a matar. Así de descomplicado parece ser matar a una mujer.

Nota: Al momento de enviar este artículo al editor, dos mujeres más son asesinadas en manos de sus compañeros sentimentales. De acuerdo a la Procuraduría General, durante el año 2019 y hasta la fecha, han sido asesinadas 62 mujeres, de las cuales solo 8 presentaron denuncia formal por ante las autoridades.