En el marco del mes de la no violencia contra la mujer, el Ministerio de la Mujer lanzó su campaña “El poder tu voz”, para alentar a las mujeres víctimas de violencia a denunciarla en la línea de auxilio. La frase “Mujer, tu voz tiene más poder del que te imaginas” busca despertar, en el interior de cada una de nosotras, ese poder que no reconocemos, que hemos enmudecido, que solo espera el momento indicado para salvarnos de cualquier situación.
Viendo esta campaña, no puedo evitar recordar un feminicidio que me estremeció hasta los huesos, el de Miguelina Altagracia Martínez Morel. Hace cuatro años, esta joven de 31 años y madre de cuatro hijos, cual clarividente pitonisa, tuvo la premonición de que la única forma en que el juez le entregaría una orden de arresto en contra de Jonathan de Jesús Minaya, quien ya había abusado física, verbal y económicamente de ella y la había amenazado de muerte, era si ella iba al palacio de justicia en un ataúd. Y, efectivamente, el 30 de septiembre de 2012,
Jonathan le propinó 25 puñaladas a Miguelina en su lugar de trabajo.
Miguelina dejó su testimonio grabado en video. Con la mirada perdida explicaba cómo desde hacía 15 días ella peregrinaba diariamente para buscar la orden de arresto. Según las declaraciones de una amiga, Miguelina llegó a visitar 18 veces la fiscalía. Miguelina, como tantas otras mujeres asesinadas, pensó ingenuamente que usar su voz para denunciar la situación de violencia a la que era sometida, sería suficiente para salvarle la vida. Y por esto entiendo que la campaña del Ministerio de la Mujer tiene, como menos, un problema de enfoque.
Yerra este esfuerzo de comunicación al insinuar que el problema reside en la falta de denuncias, en que la mujer no usa su voz. Porque ya vimos que a Miguelina, los poderes mágicos del eslogan “El poder de tu voz puede detener la violencia en tu contra” no evitaron que la descosieran a estocadas.
Se queda en lo superficial una campaña que carga sobre los hombros de la mujer maltratada toda la responsabilidad de buscar ayuda y proteger su integridad física. Revictimizar a la mujer apuntando que es su culpa si no denuncia es también violencia machista. Porque, según los cuatro comerciales del Ministerio de la Mujer, es ésta, con sus palabras, la que puede detener la violencia de género. No reconoce el ciclo de violencia, temor y vergüenza que engulle a las víctimas. Pretende que puede ser fácilmente detenida, con tan solo una llamada.
Se presenta como una campaña preventiva, sin tomar en cuenta que, cuando llamas a la línea de auxilio, probablemente ya eres víctima de violencia. Deja fuera la otra mitad de la población, los hombres. No puede ignorarlos cuando son los que ejercen esta violencia. ¿Cómo reconoce un hombre agresor que tiene un problema? ¿A dónde puede buscar ayuda? ¿Cómo podemos hacer entender a ese juez que no le entregó la orden de arresto a Miguelina, a esos policías que se toman a chercha las denuncias en los destacamentos, a ese vecino que escucha cuando su vecino golpea a la mujer, que la violencia es un problema de todos, no privado?
Es acertado que el ministerio acompañe esta campaña con acciones en colegios privados y públicos, asociaciones choferiles y de ama de casas, entidades gubernamentales y el sector privado. Lástima que el mensaje no esté a la altura de la propuesta y que se sigan desperdiciando esfuerzos y recursos, como todos los años, en realizar conciertos y marchas innecesarias.
En palabras de Soraya Aquino, a Miguelina y todas las mujeres asesinadas les faltó astucia y don de Dios para usar su voz en el momento adecuado, cuando el agresor no fuera a molestarse. A menudo pienso en ella y en todas las demás que siguen cayendo víctimas de la violencia de género: las que denuncian, las que no y las que retiran las acusaciones, las que mueren, las que sobreviven. Ya que no las escuchamos en vida, ojalá las muertas pudieran hablar…