Hace algún tiempo escribí un artículo sobre el carácter trágico de Miguel Vargas Maldonado en el que argumentaba que su drama – la lucha contra los demonios internos – conmovía porque el mismo caracteriza a la humanidad entera. Si escribo de nuevo sobre el tema es porque, personalmente, siento una particular predilección por los que han perdido esta lucha miserablemente.
Prefiero los escritores a los que la vida reservó las parcelas más inmundas; a los músicos con los que la muerte se ensañó con cruel premura. De entre los poetas, prefiero a los malditos que sucumbieron ante las drogas; de entre los pintores, a los que lo hicieron ante la tisis o la locura.
Nadie se salva de su destino: Quiroga se bebió una copita de cianuro y Stefan Zweig se jartó de barbitúricos. Hemmingway se voló los sesos; Van Gogh, el corazón. Con Verlaine y Poe acabaron el láudano y el romo; con Charlie Parker, la heroína y el romo. He aquí mi Parnaso: Los que hicieron con sus vidas lo que debían.
También Vargas Maldonado ha hecho lo que tenía que hacer: Trabajar en su propia destrucción con tesón, ignorar con tosudez las voces que, cual oráculos, lo alertan contra su insensatez. Su tesón y su tosudez son, ya lo he dicho, dignos del más trágico héroe griego.
Vargas Maldonado está en su legítimo derecho de suicidarse políticamente, de humillarse una vez más en las urnas, de hacer el ridículo, de servir de peón, de opositor títere o – con perdón – de condón. No lo juzguemos, comprendámolos: La propia destrucción es muchas veces más adictiva que la heroína y que el láudano, más que los barbitúricos y el romo.
A lo que Vargas Maldonado no tiene derecho es a involucrarnos en sus planes de autosabotaje. No tiene derecho a arrastrar consigo al fondo del abismo a la maltrecha democracia dominicana. Ni a recurrir alegremente a estrategias antidemocráticas. Ni a imponer su voluntad a la de miles de dominicanos.
Es muy probable que Vargas Maldonado reciba en 2016 el castigo que, sin saberlo, tanto anhela- y que tanto se merece. El mismo tomará la forma del triunfo de sus aliados actuales – que no tardarán en convertirse en sus más fieles enemigos – o el de sus antiguos compañeros. De que será castigado, lo será: El destino predice el futuro mejor que las encuestas.
Irónicamente, a Vargas Maldonado le convendría que el triunfo electoral de 2016 recayera en los últimos – o cualquier otra fuerza opositora- y no en los primeros. Porque de no haber alternacia en el poder a la colección de pecados de Miguelito habría que agregar quizás el más grave: El de dar una estocada mortal – tanto como las de Wessin y Vincho – a la democracia dominicana.