La construcción del temor como una figura social condiciona discursos y prácticas en las personas. En la visión aristotélica el miedo es una pasión. Y en ese sentido debe administrarse en la justa medida para que funcione con prudencia, para que sea un componente hacia la felicidad. Tener miedo se convierte en un sentimiento primario, por lo que no puede ser regulado conscientemente. Si reflexionamos sobre esto, podríamos intuir que cuando se propone la convivencia basada en un “Contrato Social”, o cuando se asegura la necesidad del establecimiento de un pacto de común acuerdo para conferir el uso de la fuerza al “Leviatán”, en el fondo está presente el deseo de evitar los conflictos y beneficiar la convivencia pacífica.

El miedo a que alguien, de forma espontánea, no sea capaz de cumplir con la buena convivencia es lo que hace necesario establecer un sistema que nos “constituya” y que tenga como fin y principal obligación jurídica garantizar derechos. Un Estado se funda, con el objetivo principal de preservar la dignidad y garantizar derechos, en procura de la convivencia pacífica y gozar de los beneficios sociales en comunidad. Hobbes nos habla de que la confianza es proporcional al temor que tenemos de ser expropiados, expoliados, asesinados por nuestros semejantes; pero ese temor, no es un horror generalizado ni un estado de pánico sino sólo un temor regulador y regulado, que está supuesto a generar “obediencia”.

Ahora bien, no es secreto que estas propuestas no han funcionado, y que tenemos un esquema de Estados representativos que han resultado ineficientes, parasitarios y sin una clara comprensión del porqué de su existencia. Hecho provocado por situaciones multicausales que ameritarían explicación desde lo transdisciplinario y complejo porque intervienen factores económicos, culturales, sociales, medioambientales, de poder, de explotación, de clase, entre otros. Lo que sí tenemos claro es que los Estados, constituidos para garantizar derechos, en la mayoría de los casos han fracasado en esa labor, y la mayor parte de la población esta desprotegida, en pobreza, y en permanente estado de inseguridad. Estas afirmaciones son contundentes, pero, no están encaminadas a provocar “síndrome de desesperanza”, sino por el contrario a establecer la necesidad de un replanteamiento del accionar del Estado y la sociedad.

A mí me parece muy preocupante ese vivir desde el miedo, situación generalizada en la que últimamente transcurre nuestra existencia. Esa sensación de angustia, ese sentimiento de desconfianza que en los últimos años tenemos aprehendido en el alma; ese estar siempre asustados/as, porque nos ronda el peligro. La creencia de que en cualquier momento puede ocurrirnos un hecho contrario a lo que deseamos. Múltiples ejemplos: las historias de las mujeres del servicio doméstico que tienen que juntarse en un punto determinado para salir o entrar todas juntas al barrio y de esa forma protegerse de ser robadas o violadas. O para referir una situación menos catastrófica, ese estar haciendo costumbre, sobre todo las mujeres, de dejar nuestros vehículos y hacer las salidas nocturnas en un taxi, no por prevención frente a la posibilidad de ingerir alcohol, sino frente al miedo de ser asaltadas. O el susto que da ir a un banco si necesitas sacar efectivo, de ahí el éxito de las sucursales en las plazas comerciales, y a pesar de estar en la plaza, sales con susto, jamás directamente al carro, para evitar la posibilidad de que te sigan; continúen ustedes poniendo ejemplos. Estoy segura que, si se hace una investigación para medir el impacto de la delincuencia común en los habitantes del gran Santo Domingo, al menos el 85% de las personas (siendo discreta) podrán relatar un episodio cercano o propio en este sentido.

No hay reunión social en la que en algún momento no salga como tema de conversación una historia de un asalto o robo; y de la que no queramos salir en grupo, para hacer más difícil cualquier acercamiento. Resulta increíble que la mayoría de las personas expresen que si sienten que se les acerca un motor tiemblan. Lamentable y posiblemente injusto para las personas serias que utilizan ese medio de transporte, pero que es también utilizado con mucha frecuencia para asaltar. 

Crecí en Salcedo, escuchando las historias de terror de la dictadura, y el terrible miedo con el que se vivía en esos tiempos, y agradezco a la vida que no tuve la desgracia de vivir en ese amargo periodo de nuestra historia. Pero, ¿Nos estamos dando cuenta, que se ha instaurado la dictadura del miedo?. Todo el mundo a puertas cerradas, todo el mundo tratando de subir las verjas, todo el mundo aislándose. Sin notarlo estamos perdiendo el espacio público, y cada vez nos encerramos más. La primera vez que fui a Centroamérica, fue después de las guerrillas, en un viaje organizado por Naciones Unidas, y recuerdo el estupor que me causo que no nos permitieran salir sin seguridad, que hubiese lugares a los que se nos prohibió ir, las casas con verjas electrificadas me causaron un asombro extraordinario. Y resulta que estamos acercándonos cada vez más a esa situación, tanto tiempo después y sin guerrilla. ¿Que nos está pasando? ¿Vamos a permitir que siga este deterioro impresionante de nuestra seguridad? Aunque esta es una realidad en la que vive todo el país, aparentemente nuestras autoridades son las únicas que no lo padecen, no hay claridad sobre las medidas a implementar al respecto, ni de las estrategias escogidas para solucionarlo.

Como si esto de por sí, no fuera grave, al miedo de la delincuencia común, todos los días se le agregan otros iguales o peores. Las instituciones del Estado, creadas principalmente para cumplir con la obligación de garantizar derechos, no se reconocen en ese fin. En la mayoría de los casos, parecería que su objetivo principal obedece a satisfacer la megalomanía individual de quien detente la representación. La institucionalidad es cuasi inexistente, el pluralismo político es una utopía. Los procesos eleccionarios están marcados por la mercantilización de las candidaturas, que hace evidente que no necesariamente una posición de votación popular la ocupa quien reúne las mejores cualidades, sino quien cuenta con medios y recursos económicos suficientes. Con toda la implicación de este hecho en términos de transparencia, fortaleza institucional, buena gestión y construcción de un Estado Social y Democrático de Derecho.

Todo esto que describo tiene consecuencias, la mayoría lamentables, porque las personas cuando se sienten vulnerables, reclaman, exigen, quieren y necesitan la protección del Estado, aun este actúe de forma ineficiente. Castell, afirma que al crearse un aumento de los canales de incertidumbre se arraiga la percepción de que ninguna solución es suficiente frente a lo imprevisto. Creándose la paradoja, de que “simultáneamente cuando aumenta la demanda de protección disminuye la posibilidad de estar protegido”. Baste con mencionar la manera en la que se exige “mano dura” del gobierno frente a la delincuencia, creyendo que de esa forma estaremos más seguros. Sin darnos cuenta de que estamos creando un bucle de violencia insostenible, pues pervierte a los propios agentes del Estado llamados a “protegernos”, ¿Nos acordamos de expresiones como “policía no me mate, yo me paro en lo claro”?, surgidas de ese otro miedo a que quien nos debe proteger, participa de la agresión y la matanza.

El miedo es poderoso, y me atrevo a afirmar, que en nuestras sociedades es un elemento inducido. He expresado toda esta preocupación por el terror en que se está desenvolviendo nuestra cotidianidad, porque no es un secreto que está emergiendo un descontento expresado a través de la movilización social, protestas, enfrentamientos y exigencias frente al poder político y los poderes fácticos, lo que está muy bien y me gusta. Pero la verdad, a mí me está generando otros miedos o crisis de confianza: ¿Estos movimientos están articulando una propuesta para ese nuevo accionar necesario, o está funcionando como un catalizador de frustraciones? Sinceramente, mi deseo y aspiración es que sea más, y que logremos construir una nación para vivir sin miedo.

Ya Rosana, esa maravillosa cantautora lo dijo mejor que yo, cuando vives “sin miedo sientes que la suerte está contigo, jugando con los duendes abrigándote el camino… Mejor vivir sin miedo… Sin miedo, lo malo se nos va volviendo bueno… Las calles se confunden con el cielo… Sin miedo, las manos se nos llenan de deseos, que no son imposibles ni están lejos…”