Tiempo atrás, la parte fronteriza que divide Haití de la República Dominicana en la comunidad sureña de Pedernales era un río casi seco de piedras blancas, un puente peatonal y un pequeño puesto de guardia. Solo había que cruzar el río y ahí se estaba en uno de los lados en Pedernales o en Anse-à-Pitres. Hoy la gran verja de hierro, un consulado, un puesto militar y al lado un monumento patrio sirve para un meticuloso escrutinio de entrada a la República Dominicana y para la deportación masiva de haitianos.

Con esto no quiero decir que el Estado no tenga derecho a controlar su frontera y a deportar extranjeros que no cumplan con las leyes. Sin embargo, lo que me mueve a reflexión es ver que en otras fronteras del mundo sucede lo mismo, fuertes escrutinios, deportaciones y mal trato a los inmigrantes que ya residen en el país. Por ejemplo, las noticias muestran imágenes similares en otras fronteras.  Alemania, los Estados Unidos, Italia, Suiza, Pakistán y la mayoría de las naciones en Latinoamérica ante el éxodo venezolano enarbolan al unísono el cierre de sus fronteras. Sin embargo, estas fronteras se han cruzado por años y grandes poblaciones de inmigrantes y su descendencia residen en Europa, los Estados Unidos, América Latina, Asia y África.

¿Y cómo se trata a los inmigrantes en estos países? Si vemos lo que pasa en los Estados Unidos, Europa, y en nuestro terruño, los inmigrantes son una peste que amenaza con la seguridad nacional en donde todos los árabes y musulmanes son terroristas, o atentan en contra de la identidad nacional, o simplemente se reproducen demasiado y grupos nacionalistas conservadores levantan discursos xenofóbicos. 

Las políticas de control fronteriza y manejo de las poblaciones de inmigrantes se basan en el miedo a la gente diferente, al otro, al extranjero y no en políticas racionales sensible a los derechos humanos.   Las voces que se levantan advirtiendo sobre el peligro nacionalista son pocas, se olvidan la historia de las grandes contribuciones de inmigrantes a la nación, los derechos humanos se anteponen al miedo y el fantasma de la xenofobia crece como una gran nube gris, lista a caer sobre todos nosotros.

Los Estados Unidos es un buen ejemplo de esta macabra danza entre el cierre de frontera y la otrorización del inmigrante.  Como decía el presidente John F. Kennedy la historia de los Estados Unidos es la historia de sus inmigrantes desde la llegada de los primeros ingleses, alemanes, africanos esclavizados, hasta siglos más tarde de chinos, judíos, italianos, latinos, asiáticos y africanos.

Por siglos esta nación recibió con los brazos abiertos a refugiados políticos y religiosos de Europa, pero cuando asiáticos inmigraron en grandes números, los Estados Unidos promulgaron la primera ley que cerraba su puerta en lo que se llama la Exclusión China (The Chinese Exclusion Act) firmada por el presidente Chester Arthur in 1882. De ahí en adelante otras leyes fueron cerrando más y más la puerta de entrada. Sin embargo, la economía norteamericana se ha nutrido y se nutre de la labor mexicana en los campos agrícolas del país, de la mano de obra de puertorriqueños después de la Segunda Guerra Mundial y del trabajo de dominicanos y mexicanos en la industria de servicios en el presente. La diversidad étnica, política, cultural, racial, culinaria, artística que goza la sociedad norteamericana ha sido diseñada por las manos de inmigrantes y la lucha por los derechos civiles llevo a esta población marginada a colocarse en posiciones de poder. Su legado histórico es parte fundamental de los Estados Unidos.

Pero las élites blancas siempre han visto con suspicacia y miedo las contribuciones de los Afroamericanos e inmigrantes. El miedo a su crecimiento poblacional los lleva a promover cierre de fronteras y a condenar los que ellos llaman altos índices de fertilidad. En los Estados Unidos, se han implementado programas de esterilización masiva entre los nativos, puertorriqueños y afroamericanos. El historiador norteamericano William Deverell explica críticamente que el movimiento de eugenesia que se implementó en los Estados Unidos durante el siglo XX fue para proteger a la sociedad de gente indeseable.

Por ejemplo, en Puerto Rico más del 37% de la población femenina en edad reproductiva fue esterilizada sin consentimiento. Los dominicanos no han estado exentos de esta visión. Por ejemplo, un artículo del New York Times del 16 de diciembre del 1987, lanza una alarmante denuncia sobre los hogares dominicanos. Dice el artículo que el 45.7% de estos hogares eran liderados por mujeres que se sentían deprimidas por la falta de un padre de familia. Estas mujeres dominicanas eran acusadas de tener familias disfuncionales que incentivaban la pobreza, la deserción escolar y el crimen. Habría también que mencionar que durante muchos tiempos los dominicanos eran visto solo como narcotraficantes y se obviaba las grandes contribuciones de los dominicanos en las artes, la economía y la política norteamericana. Hoy son las mexicanas las acusadas de tener más hijos de lo normal e incentivar el crimen y otra vez se les acusa de los mismos "delitos" cometidos por puertorriqueños y dominicanos en el pasado. 

Y mi pregunta es ¿quién puede reemplazar el poder blanco? Y la respuesta es obvia: las minorías de afroamericanos, latinos, asiáticos y africanos que hoy son la mayoría en los Estados Unidos o como muchos lo llaman “la minoría/mayoría”. El miedo al crecimiento poblacional de estos "extranjeros" crea un temor entre los blancos de diferentes sectores y sus élites sienten la responsabilidad de dar continuidad a una nación blanca dirigida por blancos.

No hay nada más que asuste a las élites conservadoras de una nación que grupos extranjeros aparentemente ajenos a sus fundamentos nacionales, crezcan numéricamente, asciendan socialmente y tengan acceso a posiciones de poder.  En los Estados Unidos, por ejemplo, las élites blancas nunca perdonaron que un presidente afroamericano ocupara la Casa Blanca. Esto se confirma, cuando en la última campaña presidencial de los Estados Unidos el candidato republicano usara su famosa consigna “Hacer América Grande otra vez”, la cual para muchos liberales se entendía “Hacer América Blanca otra vez.” Consigna a la que se añadía la promesa de construir un muro que dividiría a los Estados Unidos de México. El candidato republicano llamo a los mexicanos violadores y criminales. El triunfo republicano en las elecciones del 2016 ha contribuido a incrementar el miedo al extranjero. El ejemplo de la manifestación ultra nacionalista que se llevó acabo en la Universidad de Virginia y en Charlottesville gritando “No nos reemplazarán” es ilustrativo del odio hacia lo diferente.

Europa es otro ejemplo. Por muchos años, los países europeos acogieron millones de inmigrantes de todos lados del mundo incluidos los dominicanos. Hoy los medios de comunicación muestran imágenes de playas del Mediterráneo en donde desembarcan miles de familias con niños huyendo de los horrores de la guerra en Siria y Afganistán. Si bien los gobiernos de Alemania, Suiza, Dinamarca entre otros han acogido a miles de estos refugiados, sectores de la prensa vocalizan un discurso nacionalista y se refieren a los inmigrantes como criminales y terroristas. El atentado terrorista en Barcelona ha exacerbado los ánimos nacionalistas y xenofóbicos en todo el continente europeo y el clamor de que todos los árabes, musulmanes son terroristas se riega como pólvora. Pero se olvida la complejidad del terrorismo que ataca como un rebote a la guerra en Irak, los trágicos bombardeos estadounidenses en Siria o los bombardeos israelitas en Gaza y exacerba un fundamentalismo religioso el cual no es profesado por la mayoría de los musulmanes. El miedo al extranjero es más dañino que el mismo terrorismo pues cierra las puertas a una vigilancia desde la misma comunidad musulmana e incrementa el odio racial, recordemos al ultra-nacionalista que asesino al parlamentario Jo Cox gritando “Gran Bretaña primero”. Además, los ataques terroristas en Inglaterra fueron perpetrados por ciudadanos británicos y el reporte de las Naciones Unidas publicado por el periódico “The Independent” en 2016 no encuentra evidencia ni asociación entre refugiados y el terrorismo.

El caso de Italia en particular es también ilustrativo del miedo al diferente. Mas del 50 por ciento de los italianos considera que hay demasiados inmigrantes en su país. Situación que ha hecho que el gobierno italiano amenace con quitar la ciudadanía a hijos e hijas de inmigrantes nacidos en el país.  El miedo al crecimiento poblacional de estas minorías está presente en la implementación de políticas en países europeos que nos recuerda al extremo que se llegó en la Alemania nazi en el pasado. Sin embargo, olvidan que las Tasa de Fertilidad Total (TFT) de 1.6 hijos por mujer en edad reproductiva esta por debajo de los niveles de reemplazo poblacional y son los inmigrantes quienes rejuvenecen a los europeos. 

Nuestro terruño, la República Dominicana, no es ajena a este temor. El alegado descontrol en la frontera y el crecimiento de haitianos “amenaza” los fundamentos sobre los cuales las élites económicas, políticas y religiosas crearon la nación dominicana como antítesis de Haití o sea una nación europea, indo-hispana y católica.

Antes de la gran migración haitiana de hoy día, el odio a un Haití negro y amenazante llevó a las élites a la discriminación, marginación y al genocidio. Hoy estas clases dominantes y sus seguidores se rasgan sus vestiduras ante la amenaza haitiana y recrean el monstruo haitiano, acusándolos de brujos, asesinos, asquerosos, inmorales, violadores, ladrones con muy malas intenciones, así como lo describe Joaquín Balaguer en su libro “La isla al revés”. Hablan de invasión y de fusión sin ninguna base que no sea la ignorancia de la historia de ambos países. Dicen que el estado dominicano gasta millones en las parturientas haitianas que paren como conejas y son demonizadas como fueron las dominicanas en los Estados Unidos; aunque es falso porque TFT en Haití ha decrecido de seis hijos por mujer fértil a 2.97 y sigue un patrón parecido a las mujeres dominicanas. Dicen que los haitianos les quitan el trabajo a los dominicanos, pero no es que los haitianos entran como perro por su casa sino más bien que la mano de obra barata haitiana y fácil de sobre explotar sigue siendo preferida por las plantaciones de azúcar, el sector de la construcción, el turismo y la industria de servicios. Y los nacionalistas se levantan exigiendo más control en la frontera, la cual aunque con más vigilancia y verjas de hierro, sigue siendo un punto de tráfico humano con un control que no se pueda descontrolar con un par de pesos. 

Al cerrar esta reflexión, me gustaría invitar a los lectores a también reflexionar sobre el peligro del discurso xenofóbico en un mundo global en donde ya no se puede pensar en proyectos nacionales que excluyan al inmigrante y a  su descendencia que ya  está incorporada a la nación. Las fronteras tienen que ser controladas como lo exija cada nación, pero la sensibilidad humana debe prevalecer especialmente con los refugiados de una guerra empujada por poderes externos a Siria y Afganistán y en otras instancias libre de corrupción. Hoy más que nunca hay que evitar que poblaciones enteras se encuentren en el limbo sin nación que los acoja. La ciudadanía es un derecho inalienable de todos los seres humanos.  La frontera global es una invitación a tomar conciencia y a reformular políticas sensibles en aras a construir una comunidad global lejos del odio.