Aun no termino de entender la frase «pienso retirarme (concluir con la vida laboral) para dedicarme a hacer mi obra» que con frecuencia usan algunos escritores.
No la entiendo porque desde mi perspectiva, desde mi experiencia como escritor, la obra de un escritor se va haciendo en paralelo: paralelamente a todo lo demás que hace en la vida, que le acontece en la vida.
Escribir no es un acto mecánico porque la sensibilidad no se manifiesta mecánicamente, sino como un acto de magia, como un éxtasis que te atraviesa la imaginación y el alma. Es, en cierto modo, difícil de explicar.
Lo cierto es que eso de «voy a dedicarme a hacer mi obra» cuando ya le han transcurrido al escritor 40, 50 o quizá 60 años de vida me resulta difícil de entender. A mis 67 años sigo haciendo mi obra a diario desde que comencé a escribir poesía a la edad de 13 años en un pueblito perdido en la serranía de la Cordillera Central llamado Jánico.
La obra literaria de un escritor se hace con el vivir a diario. No escoge uno el día para hacerla porque es ella la que, con sus demonios y ángeles invisibles, nos toca.
Estoy convencido de que quien no escribió a los 20 lo que debió haber escrito a esa edad, dudo que lo haga —con el mismo sentir, como la misma emoción— a los 60 años. Podrá escribir sus memorias, pero no su obra creativa en forma programada como si fuera un robot.