«Minoría selecta» es la acepción registrada en el Diccionario de la lengua española para este vocablo de origen francés, que, a su vez, procede del latín: eligere, cuyo contenido semántico nos conduce a seleccionar, elegir, es decir, nos remite a elegido, a algo selecto o a lo mejor.
Desde la perspectiva sociológica se refiere a grupos considerados superiores dentro de la sociedad: la clase alta, que ostenta un mayor estatus económico y disfruta de los privilegios que esa condición acompañan. Desde la perspectiva cultural o literaria, su esencia semántica se traslada a los escritores, a los intelectuales: son aquellos que dentro de ese sector de la sociedad ejercen influencia y se mueven en ella proyectando una imagen de superioridad, con una nombradía que no siempre se corresponde con la calidad literaria de su obra producida, pero su vinculación a la élite económica los catapulta; a veces sí es bien ganado su prestigio sobre la base de una obra consistente, revolucionaria y marcadora de hitos en la historia literaria del país.
Pero no siempre un escritor alcanza la categoría de escritor élite en su tiempo debido a su condición socio-económica o a que su obra, —dispersa en publicaciones periódicas poco difundidas o condenada a la ineditez— es desconocida o no justipreciada en su tiempo. Solo el tiempo, que a veces dicta sentencia justiciera, lo convierte en escritor élite: así nacen los clásicos.
Muchos han sido los escritores reconocidos luego de su partida definitiva en el tren de la muerte y que con el tiempo han sido considerados como escritores élite de la literatura universal por la trascendencia, en términos históricos y de calidad, de su obra literaria, no por ser maniobreros póstumos: el español Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616), autor de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (siglos después); el italiano Carlos Collodi (1826-1890), autor de Pinocho (50 años después); John Keats (1795-1821), autor de «Oda a un ruiseñor» y admirado por Jorge Luis Borges (1899-1986) (muchas décadas después); y Emily Dickinson (1830-1886), autora del clásico poema «A Valentine» y poeta esencial de la literatura estadounidense (valorada décadas después). Y vaya, para aquellos que quizá mueran sin haber descubierto el inmenso valor de un libro, esta frase de Dickinson: «Los más queridos de los tiempos, los amigos fuertes del alma: los libros».
Se me ocurre hacer una pregunta sin esperar respuesta alguna: ¿es posible listar a los escritores élite dominicanos a partir de esas divagaciones lingüístico-literarias? Es tan confuso, tan extraño todo, en el mundo literario dominicano que no me atrevería a asumir ese reto. Lo de mansos y cimarrones resulta poco. Bastaría con darle un vistazo a la lista de los escritores que en República Dominicana han obtenido el Premio Nacional de Literatura; bastaría con darse un paseo por la bibliografía nacional registrada en cualquiera de los dos tomos de la Bibliografía de la literatura dominicana 1820-1990 del historiador Frank Moya Pons para encontrarnos con títulos de obras literarias de una penosa calidad literaria, pero que aun así sus autores exhiben un posicionamiento en la vida literaria de la nación que causa asombro… y se exhiben —¡y hablan!— como si en verdad fueran escritores élite.