«Nos habíamos impuesto otro destino, el de luchar por la revolución», dijo Micaela Feldman cuando se marchó de la Patagonia, a donde había ido a formarse como militante. Nacida en Villa Moisés el 2 de febrero de 1902, en el seno de una familia ruso-judía perseguida por los zares, llevaba la rebeldía libertaria, como reza el lugar común, en la sangre.

Y sí, ella y su esposo Hipólito Etchebéhère, a quien conoció en la facultad de odontología, militaron incansablemente. Su nombre no aparece en los libros de historia, pese a haber sido la única mujer que comandó una columna durante la Guerra Civil española.

A diferencia de otros extranjeros que integraron las brigadas internacionales, los argentinos ya estaban en España cuando el golpe traidor de 1936. En efecto, después de su experiencia en el lejano sur (mientras sanaban muelas documentaron las masacres del Ejercito en contra de peones rurales), se embarcaron para Europa a inicios de los años treinta.

Fue España la primera de muchas decepciones, menciona la escritora Elsa Osorio, pues la República reprimió a aquellos que le exigían el cumplimiento de sus promesas. Luego, como todo revolucionario que se dé a respetar, recalaron en París, que para ellos bien valió una manifestación… de la mano del grupo clandestino Que faire, opuesto al stalinismo.

Más tarde en Berlín, se solidarizaron con la clase obrera, fueron testigos de su derrota y de la funesta ascensión de Adolfo y sus nazis así que…a empacar de nuevo. De vuelta en España, Mica e Hipólito se unen al POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), con cuyas ideas congenian. La guerra estalla y su esposo comandara una columna motorizada de dicho partido (POUM).

Sin embargo, después de un mes de combates, Hipólito Etchebéhère muere alcanzado por una metralla. Micaela sufre, pero sabe que su dolor individual poco vale, por lo que decide hacer suya esa guerra y sustituye a su marido en el mando.

Enfrentará, además de las batallas con el enemigo, cuestionamientos sobre su autoridad entre los milicianos. Ellos estaban acostumbrados a que la mujer les curara las heridas o les zurciera los calcetines, pero nunca a que los mandaran: «Estamos luchando todos juntos, hombres y mujeres, de igual a igual, nadie debe olvidarlo», gritaba Micaela.
Su ejemplo solidario y valiente hará que finalmente la acepten. Los cuida como a bebés dándoles jarabe para la tos; procurándoles comida y ropa; regalándoles palabras contra la cruel tristeza de la guerra. Combatirán en muchos frentes (Moncloa, Pineda de Húmera) siempre en desventaja ante soldados más numerosos y mejor armados. En Sigüenza por ejemplo, Mica le exige al emisario enemigo las condiciones de la rendición por escrito, con el único fin de ganar tiempo.

Al concluir la Guerra Civil regresa a Francia, pero ser judía y de izquierdas en un territorio ocupado por los nazis no era aconsejable y se marchara a la Argentina por poco tiempo, pues como dice el clásico, siempre quedará París, donde finalmente se instala desde el 46 hasta su muerte: el 7 de julio de 1992; tenía noventa años.
Micaela da cuenta de lo vivido en Mi guerra de España. Testimonio de una miliciana al mando de una columna del POUM. Aunque el libro fue publicado primeramente en francés bajo el título Ma guerre d’Espagne à moi en 1974. A sesenta años del inicio de la lucha fratricida, dicho libro ha inspirado a los argentinos Fito Pochat y Javier Olivera a realizar un documental, que ya se ha visto en Argentina, Venezuela, México y Francia.
Por su parte, Elsa Osorio supo de esta mujer incomparable gracias a su colega Juan José Hernández y la retrató en el libro “La capitana”. La describe como una mujer «plenamente libre que quería cambiar el mundo y que no se plegaba ante las consignas de nadie». Quizás su rebeldía fue tan incómoda que sus propios superiores decidieron, sin éxito, relegar su memoria.