Mi tragedia con la iglesia católica comenzó el día de mi bautizo, el cura casi me ahoga en la charola.  Se olvidó de que mi cabeza estaba sumergida mientras sostenía un apasionante diálogo sobre el Pentateuco con un monaguillo.

Sacrificio que sería en vano, pues ya el Vaticano dictaminó que el Limbo no existe.

Más tarde estudié en un colegio católico y nos obligaban a asistir a misa semanalmente, odiaba la coreografía en cada sesión (¿No es así que le llaman?) había que arrodillarse al entrar y persignarse, luego pararse, sentarse, luego pararse de nuevo (salí de ahí con piernas  de futbolista), pronunciar algunas frases en latín, hacer señales imposibles (como la de la cruz) dejar que te pegaran ceniza en la frente, recordar la fecha de los santos (que son una multitud y los hay para cada cosa) y veinte mil desgracias más que justifican la existencia de cosas tan abominables como el protestantismo y el comunismo.

Mi tragedia con la Iglesia Católica

Eso sí, la arquitectura católica es muy bonita y mención aparte para el vino, que suele ser muy añejo y variado (de todo hay en la viña del señor), una vez hice fila tres veces  y tres veces recibí la Eucaristía y pude soportar el final de esa sesión (¿No es así que le llaman?) en un estado de embriaguez que no culminó en borrachera porque también te ofrecen el Cuerpo de Cristo en aquel acto simbólicamente caníbal ¡Esos católicos sí que saben neutralizar los efectos de un jumo!

Hay que insistir en la belleza de sus Iglesias (no es para menos, fueron construidas por paganos), mucho más bonitas que las evangélicas (¡Vade retro!), que parecen casitas de perros (muy acertado el símil, pues dentro suele haber pastores alemanes) frecuentadas por gente que no es recomendable para amenizar una velada vespertina. En la Iglesia Católica solo habita gente que es 9 y 10 físicamente hablando, en la evangélica no es raro encontrar una mujer con bigote.

El día de mi primera comunión

El director del colegio era un cura fornido, hace unos años me enteré, con suma satisfacción, que había muerto.  Tenía aires de papa, con su pomposo traje eclesiástico.  En la mañana, cuando los estudiantes cantábamos el himno nacional en fila india, él se ubicaba en lo alto de un observatorio viendo con unos binoculares quien no cantaba o quien hablaba, luego le susurraba a su hijo, el subdirector, algo como: ¨tráeme a ese pedacito de mierda para infligirle un daño psicológico irreparable¨

Y en verdad, daba unos jalones de orejas que nada tenían que envidiar a los de Mike Tyson (aunque usaba las manos, naturalmente), siempre andaba con bastón, pero era muy arbitrario y daba muchos palos de ciego (no daba palos de ciego por ser arbitrario, sino porque, en efecto, estaba un poco ciego), era un hombre que intimidaba y yo le tenía un miedo del diablo (no imagino que provendrá de Dios), una vez me llamó a su despacho por mala conducta, yo me meé en los pantalones, gracias a él pude superar mi problema de vejiga tímida, paz a sus restos.

Debido a mi mal comportamiento me refirieron a un sacerdote peruano muy prestigioso (que más tarde sería excomulgado, que no arrestado, en su país por un escándalo de pederastia) que fue de visita para que nos confesáramos, la verdad resumí y omití muchas cosas, si hubiera contado todas mis travesuras quizá todavía estuviera en el confesionario.

Su receta para la expiación de mis pecados fueron tropecientas Avemarías y cuchumil Padrenuestros ¿Y creen que los recé? No, estaba pensando en nuevas travesuras.