La primera planta de este edificio chiquito en el Bronx es un negocio azarao siempre cerrao: Deli, Barbería, Floristería. En la segunda planta vive una familia de chinos que deja los zapatos en los escalones. En la tercera y última planta vive mi Tío, con esposa y 3 hijos teenagers. En este apartamento la voceadera continua incluye coños, fuckyous, coñazos, macæso y mamæso. Las discusiones van de moderadas a salvajes más rápido de lo que un gago gaguea Guaguaguagua.
Y, claro, esta energía negativa, esta gallera diaria, ha llegado al punto de perturbar a Los Otros, sabiendo que Los Otros no son los chinos de abajo, pensando seriamente, por el escándalo de arriba, en regresar a su pueblo en China a pesar de haber recorrido el planeta durante tres años y medio para llegar a Nueva York. No, Los Otros son esos entes caprichosos que no pagan renta y que la genialidad chespiritiana dio a conocer como Espíritus Chocarreros.
Una madrugada mi Tio despierta con el terrible presentimiento de algo raro pasando debajo de su techo. A pesar de estar sudando, mi Tio jura que el frío no era de este mundo. Escucha atentamente un ruido en la sala parecido al que se hace cuando unos tígueres juegan en una cancha pública un 21 de basketbol apostando dinero. Se levanta, abre la puerta de repente, con más miedo que vergüenza, y una bola de basketbol llega rebotando a sus pies haciéndolo cerrar la puerta, persignarse y meterse a sudar más debajo de la manta.
Una noche mi Tío se está bañando. Como le gusta el agua al punto necesario para hervir un crustáceo el cuarto de baño se llena de vapor, empañando el espejo del botiquín. Mi Tío se engranoja cuando se da cuenta de que algo o alguien ha escrito un enigmático mensaje en el espejo: "H H".
―¿Y pa ti qué carajo significa H H?― le pregunto.
―Hi Humano― me dice con un leve temblor en la voz.
Una tarde mi Tío, milagrosamente solo en el apartamento, en lugar de estar practicando el onanismo, estaba dedicado a su actividad favorita: Martillar. "Me guta martillar", me confesó una vez, "siempre ando con martillo, y clavo, y puntilla, y grapa". Mi Tío siente el mismo frío de otro mundo otra vez, martillo en pausa, oídos atentos, podía escuchar hasta la respiración de la mata de plátano que cubre una esquina de la sala, y comete el error de rogar: "Dios mío, si no toy solo aquí, dame una señal". Inmediatamente escuchó una voz femenina, cibæña y fañosa musitar: "Yo creo que feferé una fiña colada".
Después de esto mi Tío tomó la resolución necesaria (no, no es mudarse), haciendo una cita con un brujo colombiano. Y una tarde de primavera, en un sórdido antro en el alto Manhattan, mi Tío, después de esperar dos horas en una sórdida sala de espera iluminada por una sórdida luz roja, habla con un hombre que tiene en la cabeza un penacho de indio americano y que le grita a la asistente/cocinera que cuidadito si deja quemar el conejo otra vez. El brujo escucha mirando hacia un cielo raso de telarañas, con mucha solemnidad le vende una botella de agua purificada por los Seres, una oración de exorcismo a San Miguel Arcángel, incienso de pachulí y un crucifijo negro.
"Debe visitar a una hermana suya en el Sur, allí debe ir a una masa de agua y buscar por un objeto extraño, lleve ese objeto extraño a su casa y entrégueselo a la persona que usted más ama, para protección; ese mismo día, a la medianoche, vestido de blanco, diga la oración a San Miguel Arcángel y vierta el agua purificada, encontrará la paz y la felicidad en su hogar", le dijo el brujo a mi Tío, muy seriamente, entregándole además una tarjeta de electricista y plomero: "Llámeme a cualquier hora si se le tapa un toilet o tiene un problema eléctrico".
Mi Tío sale con esperanzas, es un hombre con una misión, solo tiene una duda, ¿se habrá referido el brujo, con eso de visitar una hermana que vive en el Sur, a una que vive en Providence, o a una que vive en Orlando, o a una que vive en Santurce, o a una que vive en Bonao? Decide Bonao, así aprovecha y visita su tierra. Y en un viaje inesperado, en una tarde azul y blanca, mi Tío se encuentra en el río Yuna examinando piedras chatas con una mano, y con una cerveza bien fría en la otra mano, hasta que se topa con un potecito de compota con un centavo adentro.
Mi Tío regresa triunfante a Nueva York entregándole el potecito de compota con un centavo adentro a la persona que más ama, mi Tía. "I can’t bolivia queeta mielda fue lo que tú me trajite de Bonao", escupe ella sin ninguna consideración hacia el amor verdadero y los fenómenos paranormales. Esa misma noche mi Tío se pone la bata blanca de cuando lo operaron de apendicitis, espera que todos se acuesten, prende el incienso, con la misma solemnidad genética de un hombre primitivísimo invocando un favor de una deidad sospechosísima lee en voz alta la oración de exorcismo:
"Arcángel San Miguei, defiéndenos en el combate, se nuestro amparo contra la maldá y acechanza del demonio. Reprímale Dios, pedimos suplicante, y tú, príncipe de la milicia celestial, arroja ai infierno con el divino poder, a Satanás y demás espíritus malignos que vagan por el mundo…"
Mi Tío espera que las palabras sagradamente bélicas tomen posesión de los rincones, arroja el agua purificada y, ante sus ojos saltones, una cucaracha grandísima sale corriendo chocando con las paredes voceando: "¡Ei FIFO, YO CREO QUE FEFÍ DEMAFIADAS FIÑAS COLADAS!"