Cuatro días después de haber sido intubado con el propósito de proporcionarme una respiración asistida y de haber perdido por completo el conocimiento como parte de los efectos de una anestesia general suministrada por los doctores (anestesiólogo), desperté en un cuarto de intensivos con el cuerpo casi inmóvil y con la consciencia alterada. Recordaba mi identidad, mi edad y todas las informaciones básicas de mi persona. De igual forma estaba consciente en espacio y sabia con relativa exactitud lo que había acontecido. Sin embargo no estaba al tanto del tiempo, por lo que me era imposible conocer la hora o el día al presente. Una doctora que se encontraba al margen de la camilla se encargó de actualizarme con esos datos y de informarme sobre las principales noticias acontecidas en esos últimos cuatro días. Se me informó, entre otras cosas, sobre la trágica muerte del afamado basquetbolista Kobe Bryant y respecto a la aparición de una nueva versión de Coronavirus en China potencialmente mortal, sobre todo en aquellas personas inmunodeprimidas o con organismos y estados de salud débiles.
Desde mi despertar significativos grupos de amigos iban a visitarme, me preguntaban cosas y trataban, en la medida de lo posible, de entablar algún tipo de conversación conmigo; mientras tanto, por alguna razón, presentaba dificultades de comprensión al igual que complicaciones a la hora de hilvanar ideas. Estuve en aquella incómoda situación por los próximos diez días, con plena consciencia de lo que ocurría y en espera de una pronta normalización de mis facultades cognitivas. No obstante, mis pensamientos más apremiantes eran aquellos que se cifraban en Dios, sentía una necesidad inmensa de hablarle y de dejar que él me hablara, de escucharlo y de entregarle mi vida y así lo hice.
Evidentemente, mi caso no se trata de un hecho sobrenatural ni mucho menos de una sanación milagrosa -pues intervinieron muchos factores que resultaron cruciales para mi recuperación- pero sin lugar a dudas el evento sirvió para recomponer mi relación con Dios, recuperar mi fe y entender que él es real
Cuando se está al borde de la muerte pierde importancia las cosas materiales, en aquel momento no se piensa en cargos, dinero o elementos puramente mundanos, sino solo en Dios y en enmendar la relación con él. Se siente una necesidad de amar y de salir por el mundo a pedir perdón a todas aquellas personas a quienes en algún momento se pudo ofender o reparar cualquier daño causado. En mi experiencia, los días posteriores a mi despertar sirvieron para una comunicación constante con el Señor, sentía cuando me hablaba -porque es una voz que se siente, no se escucha- y a decir verdad él, en su humildad, me hablaba más a mí que yo a él; era como si me visitara al cuarto de internamiento a cada instante y yo lloraba al sentir su presencia.
Me visitaba en la soledad, cuando mermaban las comparecencias de amigos. Lo hizo más intensamente mientras estuve en intensivos; días en que no había ocasión para hacer otra cosa que no fuese reflexionar sobre todo lo ocurrido. La presencia de Dios se siente cálida, llena de amor, transmite una energía que impregna de virtud a todo el ser y no se desea más nada fuera de él. Mientras eso ocurría su Santo Espíritu no solo ayudaba a mi recuperación física, sino también emocional y espiritual. Ahí fue que me di cuenta que cuando Dios actúa lo hace a perfección dejándose sentir por todo aquel que en él cree, pero más en el enfermo, en el necesitado, en el pobre de corazón y espíritu.
Pasados los días, mientras aún estaba interno en Cedimat, Plaza de la Salud, paulatinamente fueron presentándose al cuarto de internamiento personas que en momentos distintos tuvieron sueños avizorando lo peor en relación a mi salud. Destaca el hecho de que muchos de esos “sueños” tuvieron lugar días antes de que se supiese la noticia de mi enfermedad, pero no cobraron importancia hasta el día de mi postración. De igual forma, antes de ingresar a la clínica dure 3 días en cama, con altas temperaturas, vómitos y dificultades para respirar. En esos días tuve contacto cercano con varias personas los cuales no contrajeron el virus de la Influenza.
Por otro lado, es bien sabido que la Neumonía se caracteriza por procesos inflamatorios agudos que afectan las zonas más distales del sistema respiratorio, signos que habían desaparecido por completo, sin dejar secuelas, 15 días después de mi dada de alta, conforme a estudios posteriores que me practicaron para constatar la evolución de mi recuperación. De igual forma recuperé mi peso corporal en tiempo record y en cuestión de días al menos mis pulmones estaban en perfectas condiciones.
Un milagro es comprendido por la doctrina cristiana como un evento sobrenatural que no haya explicación en la sola ciencia humana. Por consiguiente, cuando se habla de sanación milagrosa debe entenderse que se está frente a un evento que, sin haber intervenido ningún método clínico o haber operado alguno pero frente a una patología incurable, el enfermo recupera su salud y retorna a la cotidianidad. Evidentemente, mi caso no se trata de un hecho sobrenatural ni mucho menos de una sanación milagrosa -pues intervinieron muchos factores que resultaron cruciales para mi recuperación- pero sin lugar a dudas el evento sirvió para recomponer mi relación con Dios, recuperar mi fe y entender que él es real.
Los caminos del señor son misteriosos e indudablemente se asiste de innumerables métodos para llamar al ser humano a su camino que no es más que el respeto a sus mandamientos y el servicio desinteresado al prójimo. En mi experiencia, Dios obró de una manera muy especial, dejándome con el apreciado recuerdo de aquella doctora internista que me dijo:
…usted es el joven que estuvo interno por una Neumonía, permítame decirle que su caso fue muy mencionado aquí en el centro. Le recomiendo que asista a una iglesia, porque a pesar de las buenas atenciones del centro, no me cabe la menor duda que Dios obró para su recuperación…