Ayer fui a lavar mi vehículo donde lo hago siempre: en la calle. El amigo que ofrece este servicio vive solo de lavar vehículos. Es un tipo parlanchín, gusta del trago y la comida.
Desde esta acera veo pasar la vida y sus trampas, la voz quebradiza de quien se ha dado un jumo el 24 y al día siguiente amanece de sopas.
Mientras esperaba paciente una señora que pasaba por la acera de momento se detiene para abordarme con un “problema” que introduce con una pregunta ¿Qué usted cree amigo, no fue mejor idea que en vez de yo irme a beber un par de frías tomara ese dinero para el inicial de una nevera? Hoy yo no amanecí resacá, pero tengo mi nevera.
Como desconocía el contexto de la conversación atiné a decirle “buena decisión doña”. Continuó su marcha como quien había encontrado lo que realmente buscaba, una confirmación de que había hecho lo correcto como en efecto lo era.
Rato después pasa en una bicicleta un señor de aproximadamente setenta años a quien apodaban Película. Iba descalzo, en pantalones cortos y una camiseta de un equipo de basket. Película detiene la marcha y se sienta junto a mí para darme la mejor lección de marketing y servicio al cliente. “Quiquito habla demasiado y bebe mucho” decía refiriéndose al amigo que lava el vehículo. “Él no puede hablar tanto porque eso desespera al cliente, y además dura demasiado. Si él hablara menos trabajara más rápido y ya usted se hubiese ido pa’su casa” ¿Usted no cree que yo tengo la razón? Claro don Película, respondí mientras lo vehía marcharse. Tal parece que solamente se detuvo para decirme eso.
Ya al final quien decide conversar un rato más es el lavador de vehículos. Me comentó cómo le había ido en navidad, los regalos que había recibido, pero el más especial de todos para él fue unos tenis que le regaló un chico que creció lavando vehículos con él y a quien un buen día despidió diciéndole que ya él había crecido y que debía independizarse como lavador.
Me cuenta que la madre del niño le pidió que no hiciera eso, pero él insistía en que no podía ser egoísta y mantenerlo con él todo el tiempo cuando ya el joven había crecido y podía independizarse. Al final logro calmar a la madre cuando le dije: “mire doña a su hijo le irá mejor que a mí, recibirá más clientes que yo, es hora de que él se independice”. Al final me decía “yo comencé a mandarle clientes a él y hoy está por encima de mí en este negocio, yo no podía ser egoísta”. Hoy el joven lo mira como su padre.
El barrio nos da lecciones de vida, su gente es lo más aproximado al evangelio de la navidad donde se nos desea paz, amor, unión familiar y prosperidad. Creo que el gesto noble de este lavador de vehículos es la señal de que en verdad puede uno decir Feliz Navidad y que Jesús ha nacido.