Mientras el sol saludaba a la mañana, mujeres tocadas tan sólo por los dioses, recolectaban cacao entre el río Níger y el Senegal. Niños inquietos, de fogosos ojos grandes, atrapaban mariposas multicolores y las niñas revoltosas cortaban flores silvestres, preferiblemente rosadas, para ir a despertar a Martha Milagros, la hermosa princesa de Ghana, en África.
Con una diadema de oro como símbolo real, adornada por diamantes brillantes como poder espiritual, la princesa soñó con un país en el Caribe, una nación que comparte una isla mágica con Haití, donde también hay cacao, arroz, maíz, maní, molondrones, plátano, ñame y habichuelas, como en su suelo natal, llevados con anterioridad por muchos de sus ancestros.
Martha Milagros presurosa, madruga, decide desayunar con el Príncipe de la Luz, el sabio sacerdote para contarle sus sueños. Este respetable Servidor de Misterios, que lo sabía todo, la miró y sonriéndole le explicó los secretos de los sueños. Entre otras cosas le dijo, que una diosa ancestral que la protegía, se había ido a vivir a esa isla encantada con sus antepasados esclavizados y que ésta, espiritualmente, era parte de su reino, la cual trascendía a su Imperio del Ghana original, al del Congo y al de Malí.
La Princesa, tocada por las sensaciones provocadas por aquellas imágenes, se llenó de curiosidad. Buscó respuestas en la historia y en la tradición de los Ashantis, etnia a la cual pertenecía en el pueblo de Dagomba y de Dagaaba que hablaban Dagbaní. Le impresionó, por su gran parecido con ella, la ilustración de una diosa poderosa, de ojos dominantes, con una serpiente enroscada en su cuello, la cual era símbolo de la fuerza, la sabiduría, la justicia, la prudencia, pero sobre todo de la ternura.
Ella, con su autoridad de princesa, decide entonces hacer un recorrido por esta fascinante isla de sus ancestros en compañía de Papá Legbá, su inseparable protector. Llegó un día doce de julio, con el consentimiento de los dioses, cuando una lluvia purificadora anunciaba su llegada. ¡Y ocurrió algo insólito! porque la diosa que la había impresionado en Ghana, nada más y nada menos, era encarnada por su misma madre en este nacimiento. Martha quedó hechizada, asombrada e impactada, pero feliz. Encontró que de su propio linaje ancestral, estaba presente la diosa de los Ashanti, estaba acompañada de otras deidades de orígenes africanos: Ana Isa, Metré Silí, Belie Belkán, Ogún Balenyó, El Barón y Papá Legbá, los cuales con júbilo la saludaban y le rendían pleitesía.
Martha Milagros, mi niña real Ashanti, la Princesa de Ghana, lucia radiante, sonreía pues había encontrado en su nuevo hogar, a dos guardianes como seres especiales en sus nuevos padres. Feliz, divisó a una madre mulata, imponente, segura y orgullosa de su identidad, identificada con sus ancestros africanos. Más aún, le había tocado un padre tierno, cuyo viejo corazón ya había hecho largos recorridos por el mundo, en busca de sus raíces ancestrales, para honrar a su madre África, camuflada bajo su descolorida piel. Es entonces cuando concluye su búsqueda, pasando a reverenciar a esa MARTHA LA DOMINADORA, la misma que asume el rol de madrina de mi princesa, convirtiéndose en su protectora para siempre.
Transcurrido el tiempo, la princesa creció, a la luz de sus 8 años, sus cabellos eran tan libres como el viento, su cuerpo vuela cual mariposa porque nació con el don de la danza y la gimnasia; su alma fue ofrendada para la sublimación de la música y sus ojos para contemplar la naturaleza, con sus flores, sus mariposas, con una sonrisa divina, expresión de los dioses y las deidades de su trascendente espiritualidad.
Martha Milagros es una niña singular, transparente, con un aura de princesa y un magnetismo espiritual. Cargada de una energía sutil que enamora, la cual solo los más mezquinos rechazan. Es una diosa convertida en protectora, es la vida con aires de primavera y resplandor de amaneceres. Por su magia, ha retornado la luz y no hay más oscuridad, he logrado retomar mi rumbo para compartir juntos nuevas aventuras. Has iluminado y extendido mi vida.
Mi princesa de Ghana, una niña hermosa, que no se avergüenza por ser negra, que tampoco presume de “sangre azul”, todo lo contrario, se siente orgullosa como su madre y como yo, de sus ancestros africanos.
África siempre nos llama, es la gran madre, “PACHA MAMA”, aquella que brota y nos delata por delante o por detrás de cada oreja, cuna de la civilización, origen de todo ser humano. África es la inspiración de múltiples expresiones cuyo valor es incalculable, pues la fuerza de sus dimensiones espirituales-culturales reposa en su identidad y no el color de su piel.
¡Princesa de Ghana, por tu esencia hemos sido bendecidos, tu madre y yo, somos los padres más felices de la tierra!
¡Viva África!