¿Cuál es el sentido de la navidad?
Los filósofos, teólogos y creyentes de toda denominación cristiana y hasta algunos escépticos e incrédulos, sin que dejen de hacerlo, también, hasta los ateos; todos, pero absolutamente todos concluirán que la Encarnación de Jesús es la mayor manifestación del Dios verdadero, del Dios del amor, del padre que sacrifica al hijo por la redención, la justicia, el amor y la paz del mundo.
“El niño se arrebujó en su saco de pita. Había en su cara una dulzura contagiosa, una simpatía muy viva. Al hombre le gustaba ese niño. Continúa la narración,… – Justamente en ese momento sonó la bocina. Alguien llamaba al hombre y él puso al niño de nuevo en el suelo, sobre los sacos que le servían de cama, y salió como un autómata, aturdido. No supo cuándo se metió en el automóvil ni cuando comenzó éste a rodar. Su amigo el pálido iba charlando:
¿Te das cuenta? Es la civilización, compañero…Cine, luz, periódicos, autos…
Todavía podía verse el viejo bohío refulgiendo al sol. El hombre volvió su rostro.
La civilización es dolor también; no lo olvides —dijo”.
El fragmento antes citado no es una cita de la Teología de la Liberación de Gustavo Gutiérrez y mucho menos del relato de los Evangelios de Mateo y Lucas y los reyes venidos de Oriente a conocer el nacimiento del Hijo de Dios nacido en Belén. El relato se desarrolla en un lugar raquítico de vegetación y piedras filosas, de cerros pardos como describe su autor en las afueras, para la época, de la ciudad de Santo Domingo a una distancia de media hora conocido como Matahambre. El cuento narra el impacto del modelo de progreso y civilización actual en los sectores más vulnerables. La historia del cuento de este niño atrapado por la desnutrición y una calentura más ardiente que un sol de mediodía, desenlaza de la siguiente manera:
“Y se miraba las manos (que sostenían en el aire el niño), en las que parecía tener todavía aquel niño trunco, aquel triste niño con sus míseros muñoncitos en lugar de piernas”.
Este 25 de diciembre, se rememora por siglos y noches el nacimiento del hijo de Dios, cada vez más con un profundo mensaje de justicia y liberación, tanto para la sociedad dominicana, latinoamericana y universal, acosadas, hoy, por graves y nuevos problemas que se presentan en su forma más devastadora, la corrupción. En medio de esta tormenta de incertidumbres y desesperanza la tarea profética de la Iglesia en su ámbito de acción, es señalar aquellos elementos que dentro de un proceso revolucionario son realmente humanizantes y denunciar aquellos que de forma deshumanizantes concurren dentro de un llamado proceso de cambio.
A la perspectiva ante señalada es que el maestro de la democracia dominicana, quien sentenció que de nada sirve una Constitución Revolucionaria, si no está acompañada de leyes Revolucionarias que la realicen. Ese Maestro de la democracia políticamente de dimensiones inestimables, que yo juzgo, como el más alto pensador dominicano del siglo XX; pensamiento que se expresa de las más diversas maneras, formas, métodos y géneros: novelas, constituciones políticas, cátedras, novelas y ensayos. En la mente de pensamiento noble de este maestro es que se hilvana la historia de este cuento Un Niño, guardado como un tesoro en su colección Más Cuentos Escritos en el Exilio de la Editora Librería Dominicana, del 10 de Noviembre de 1964.
Juan Bosch, autor de este cuento. Con la pureza de alma, la grandeza de espíritu y un alto sentido de compromiso con la justicia y la dignidad, fue profético al decir que todo lo que se haga sin amor carece de sentido, visión ésta de un político que es la esencia misma de la fe cristiana. La tradición y la doctrina misma, han dejado muy claro, que la Encarnación, que hoy celebramos, del hijo de Dios; es el mayor acto de amor hacia la humanidad. Mi pregunta inicial la respondo de esta manera, éste es el sentido de la navidad.
*Bosch, Juan, Un Niño, Editora Librería Dominicana, 1964, pág. 37