La primera vez que sentí algo de presión con relación a mi cabello fue en mi adolescencia. No me gustaba arreglarme demasiado y andaba siempre con la melena alborotada, pero eventualmente me comenzaron a atraer los chicos y notaba que mi mejor amiga en aquella etapa tenía estilo para vestir y llevaba su pelo siempre lacio, así que comencé a sentir la necesidad de encajar.

A los catorce años usaba lentes para ver de lejos, y comenzaba a cambiarme el cuerpo, el cual como buena teenager menospreciaba, pero sentía que mis rizos marrones me representaban bien, hasta que cedí a la presión de mis compañeritas de la escuela que me decían a modo de burla, "amiga, pero péinese”, que en buen dominicano significaba que me secara el pelo con blower. Si bien mi madre alababa constantemente mi cabellera rizada, a esa edad imaginaba que lo decía por amor -pobre de mí- y aunque no tengo la tendencia de seguir modas o los pasos de otros, a esa vulnerable edad, me inclinaba a aceptar la opinión de mis amigas, y comencé a ir al salón.

Con el pelo liso me sentía más adulta y… ¡más bonita!. Era también un triunfo que, sobre todo mis amiguitas, no se burlaran de mi “pajón”. Aparte de que los rizos también requieren trabajo y en aquel entonces no conocía buenos productos para mantenerlos, sobre todo en nuestro clima húmedo.

En general, intento ser comprensiva sobre la decisión de cada quien sobre cómo llevar su cabello, sobre todo a sabiendas de lo que me ha costado a mí desprogramar el chip. Sin embargo, me duele que en la República Dominicana aún tenemos muchos prejuicios hacia cualquier look que denote afro-centrismo y lo que me resulta conflictivo es la mentalidad que nos antecede de rechazar la belleza relacionada a nuestro ADN africano ancestral. Se nos ha condicionado a verlo como algo feo y negativo, cuando por el contrario, aspirar al tipo de “belleza” caucásica, impuesto por la sociedad y perpetuado por la publicidad, es un estándar irreal, inalcanzable y poco diverso.

Con el tiempo y tanto secador, comencé a notar el cambio en la textura de mis rizos, y me ha tomado tiempo encontrar la manera de tratarlos. Así comprendí que durante años se me había negado acceso a esa parte de mí que anhelaba llevar mi cabellera con orgullo. La presión para mujeres con afros o trenzas es aún mayor, involucrando nociones racistas y completamente falsas, que los califica de anti-higiénicos. 

Claro que ahora le doy la bienvenida a mis rizos, y el elemento más relevante de mi cambio en su momento fue el nacimiento de mi sobrinita, que me sirvió de espejo y me hizo pensar que yo podría ser uno para ella también, considerando el trasfondo con el que nos enfrentamos, en que prácticamente todas las mujeres a su alrededor van al salón con el propósito de mantener el pelo libre de ondas. Mi sobrina no tiene mucha referencia visual asegurándole que sus hermosos bucles castaños la hacen lucir hermosa, y fue necesario tenerla en mi vida para poder apreciar los míos al cien por ciento. Y entonces, comencé a notar una especie de movimiento entre muchas mujeres dominicanas, que se expresaban libremente, dejando de acomodar sus cabelleras a patrones de belleza limitantes y arcaicos. En los últimos años he querido restablecer mi relación con mi pelo y le agradezco los diferentes tipos de estilos que me permite crear.

Una vez leí por ahí que: “en una sociedad que se beneficia de que mantengamos el autoestima baja, aprender a quererse a si mismo es un acto de rebeldía”… ¡Seamos rebeldes, pues!