Con motivo de un artículo que recientemente escribí con el título: Ante los ataques a la persona de los miembros de la JCE, en el cual reclamo respeto para los miembros de la Junta Central Electoral, recibí algunas críticas, en particular de dos jóvenes activistas ligados con una organización de la sociedad civil. Prometí a mis enjuiciadores que oportunamente les daría respuesta, la que hago por medio de este trabajo.
I.- Mi accionar político
1.- Llegué a la actividad política por convicción y porque comprendí la realidad objetiva de la sociedad donde nací y me he desarrollado como ser humano. El convencimiento de la desigualdad de oportunidades que genera el actual orden económico injusto me impulsó a abrazar ideas contrarias al mantenimiento en mi país del sistema vigente.
2.- La política procuro ejercerla con sentido social, bregando en cada ocasión para que el país cambie para bien en el orden material y espiritual en provecho de la comunidad, sin distinción de ninguna clase. Creo en el trabajo colectivo a los fines de alcanzar elevados objetivos de contenido humanista.
3.- Políticamente trato de actuar apegado a la razón, partiendo de la opción que tengo para pensar sin necesidad de esperar que alguien me diga lo que debo hacer o no hacer. La libertad de decidir está dentro de mi autodeterminación para obrar en uno u otro sentido. Mi cerebro no funciona por medios mecánicos; mis actuaciones debidamente pensadas son el fruto de mi voluntaria decisión.
4.- Expresar mi opinión con relación a un fenómeno social o una persona física, está dentro de la facultad que tengo para apreciar o abstenerme de considerar. El parecer que me formo de un individuo me lleva a opinar de su reputación o descrédito.
5.- Por formación ideológica, familiar y práctica de vida, he estructurado mi conducta para no proceder animado de resentimientos y otras taras que guían a actuar dañando a los demás. Desacreditar no es el proceder correcto de quien sostiene el criterio de que mancillar trae a la víctima pesares. Nadie está autorizado para hacer el papel de juez social de los componentes de la Junta Central Electoral.
II.- Las ideas y las palabras dirigidas a los miembros de la JCE
6.- Le resulta difícil a la persona que se ha formado viviendo de realidades, apoyar sus razonamientos en abstracciones difundidas con la finalidad de confundir ideológicamente a quienes aceptan las cosas sin examinar a profundidad la esencia de lo que se le quiere presentar como verdad siendo mentira.
7.- La palabra sirve para definir el comportamiento político de los que en ella participan. El discurso de aquel que se dirige al público dice quién es por medio de sus expresiones. Manifestarse fuera de tono contra los miembros de la JCE, desdice mucho del exponente.
8.- El actor político debe perseguir con su exposición que quien le escucha conozca su forma de pensar, la concepción política que anida en su conciencia. La disertación hace posible que el auditórium se forme una idea de quién hace uso de la palabra. Aquel que ha podido oír lo que se le ha dicho a los miembros de la JCE, sabe que muchos de los disertantes proceden llenos de odio lo que le resta a sus argumentos.
9.- En la controversia política no siempre está presente la elegancia del debate porque entre los que discuten es posible que uno de ellos no esté preparado para competir con nobleza. El mediocre cuando está imposibilitado de refutar con fundamentos recurre al deshonor, la descalificación y a la indecencia. No se ve bien utilizar la diatriba pretendiendo deshonrar a los que están en la JCE.
10.- La discusión de contenido político e ideológico debe ser llevada con altura, manejándose cada quien con actitud digna, sin herir ni fastidiar con lenguaje miserable y de descrédito. La respetabilidad del contendor no debe ser zaherida para ofenderlo en su estima. En ocasiones, la censura a los administradores de la JCE luce hecha para reducirlos como seres humanos.
11.- En el enfrentamiento de personas con sentido de mutua consideración, la polémica elegante sobre ideas políticas se advierte con facilidad, muy diferente a quienes dañan el correcto proceder utilizando expresiones que motivan repugnancia. El lenguaje político atractivo está diseñado para emplearlo con palabras encantadoras que deleitan a quienes las escuchan. Lo que se ha dicho de los componentes de la JCE, es para decepcionarlos como ciudadanos y ciudadanas, para cuando abandonen esos cargos se sientan culpables de todos los males del país.
12.- El dirigente político que hace uso de términos hirientes reduce su condición de posible orientador, crea con relación a su persona aprensión y desagrado; y termina convirtiéndose en un individuo infecto a cualquier círculo con su presencia. Muchos de los detractores personales de los dirigentes de la JCE, con sus críticas se han revelado como resentidos sociales.
13.- En nuestro medio abunda hoy el político anodino sin prestancia y de actitud vulgar. De su garganta sale el lenguaje soez, puramente chabacano, propio de su limitación educativa; demuestra con su proceder que es un individuo de mal gusto, de baja estofa, incapaz de compartir con gente educada. Su mundo es el berrinche, el enfado y el permanente acaloramiento. Así se comportaron algunos de los que han disfrutado golpeando anímica y moralmente a los miembros de la JCE, para saciar apetencias personales.
14.- Un análisis sereno y desapasionado de lo que ha sido en los últimos años el debate político en nuestro país, nos lleva a la conclusión de que es muy poco lo que se ha logrado, porque ha sido llevado sin contenido social entre los diversos actores que inciden en las deliberaciones. Lo que se ha visto en muchas de las críticas a las personas al frente de la JCE, es que ha predominado el ciego apasionamiento.
15.- Aquellos que recurren al palabrerío altisonante no toman en cuenta lo que interesa a la comunidad porque lo utilizan como engaño, encubriendo la realidad del país. Con su hojarasca politiquera persiguen que queden en el aire las dificultades sociales para que reine la apariencia y así todo permanece como que los problemas no existen en la realidad. Limitar la lucha política contra la persona de los miembros de la JCE, es reducir la problemática nacional a cuestiones coyunturales y no sistémicas.
16.- A la sociedad en general le interesa lo social, no lo individual. Los puntos de naturaleza social son los que hay que someter al debate político para encontrar la solución más conveniente. Además, cada contendor está en el deber de polemizar utilizando su lenguaje ideológico, lo que permite saber cuáles políticos encarnan los intereses esenciales de la mayoría y los que representan los de la minoría. En la medida que se debaten asuntos de fondo de la problemática nacional comprendemos la debilidad de la democracia de hojalata que padecemos, de la que ahora se quiere hacer creer que son los miembros de la JCE los causantes de lo maleable que ella es.
17.- Con el uso de fraseologías politiqueras se confunde al pueblo, induciéndolo a no incentivarse a luchar por lo que en verdad genera cambio en la base económica, y también le quita impulso a accionar en lo social que es lo que contribuye a eliminar el velo que cubre las lacras del sistema. No es la difamación ni mucho menos la injuria las que impulsan las transformaciones que necesita una sociedad atrasada y dependiente como la nuestra. Hay que cargarle el dado al orden establecido y no a la persona de los que están al frente de la JCE.
18- La utilización de la verborrea por los políticos revela en ellos oportunismo para evitar enfrentar los problemas de fondo, reduciéndolos a un reformismo perfumado, y guiando las masas al conformismo. Allí donde procede un cambio profundo, el politiquero adapta su lenguaje a la conveniencia de los que se aprovechan del orden establecido. Lo más cómodo es para el político del sistema combatir a personas para no hacerlo contra las lacras sociales que impiden el avance de la sociedad. Es más fácil accionar contra los miembros de la JCE, que obrar contra los resortes del poder económico, político y social.
19.- Las palabras huecas hay que sustituirlas por las que tienen por finalidad llevar al pueblo a actitudes favorables. Las ideas tienen que ser elaboradas de forma tal que lleguen a quienes van dirigidas y las reciban con meditación, calor y entusiasmo. Son los oprimidos por el sistema social dominante los que necesitan las palabras verdaderas de liberación, transformación material y espiritual y la liquidación de las trabas que hacen imposible el desarrollo de las fuerzas productivas. Accionar golpeando en su conducta a los miembros de la JCE, para ganar simpatía, no impulsa la modificación del orden establecido.
20.- La prédica política y social ha de ser enviada de forma tal que aquel a quien se le dirige la comprenda y la haga suya. Procede difundir en el ambiente político nacional dominicano ideas que lleguen a quienes propugnan por cambios de contenido democrático, que serán bien recibidas por los sectores sociales afectados por los intereses de la minoría ligada al atraso y a grupos extranjeros que lesionan al país impidiendo su desarrollo e independencia plena. Las fuerzas motrices no deben gastar energías en cuestiones sin trascendencia para las transformaciones que necesita la sociedad dominicana. La lucha personal contra los integrantes de la JCE que se reduce a rebatiñas no impulsa la modificación del sistema injusto que lamentamos padecer.
Reflexiones finales
a.- Recordando el papel del individuo en la historia, puedo decir que los miembros de la JCE, no llegaron al mundo de los vivos predestinados para desempeñar una función en el seno de la sociedad en un órgano o institución del Estado. Desde hace mucho tiempo estoy apegado y he hecho mía la idea de que: “la marcha de la historia viene determinada por la lucha de grandes grupos sociales, clases y masas. Y el papel de los grandes hombres y mujeres en la historia únicamente se puede comprender cuando relacionamos sus actos con las luchas, con la acción de los grandes grupos sociales”.
b.- Mi forma de pensar y actuar me impiden comportarme indiferente ante la acción de detraer a ciudadanos y ciudadanas de los cuales sé cuál ha sido su correcto proceder en la vida pública de mi país. Sería un acto de complicidad pasiva irresponsable callarme en un momento que personas conocidas por mí en sus actuaciones están siendo sometidas a ultrajes de todo tipo por hechos de los cuales, hasta ahora, no se les ha comprobado actuaciones pecaminosas.
c.- Por último, me resisto a creer que los actuales miembros de la JCE, tenían que esperar muchos años de su vida y haber estado en esas funciones para ahora actuar como sinvergüenzas, cuando han estado presentes en otros cargos públicos en los cuales se han comportado con honestidad. Creo que de algo deben servir los buenos ejemplos de pasadas actuaciones.