Tengo que confesar que por lo general no soy una persona miedosa, pocas cosas me asustan en exceso -salvo los cobradores de fin de mes y las facturas de la luz-, pero con los tiburones el asunto es diferente, les tengo un respeto visceral -llámenlo también miedo, terror, pavor, canguelo, o lo que quieran- desde siempre. La culpa la tienen el cine, las novelas y los comics sobre los temas de piratas y bucaneros que con tanta frecuencia se producían y divulgaban con mucho éxito taquillero y de ventas editoriales hace ya bastantes años.

Antes, cuando era muy joven vivía en Madrid y por esos entonces no existían los tours baratos a las Antillas de ahora que traen manadas de turistas para admirarlas y disfrutarlas, el único contacto con el Caribe, con sus islas de ensueño, con las sonrientes mulatas, con los valiosos tesoros enterrados en las playas, era principalmente a través de las películas aquellas en cinemascope y tecnicolor en las que el cruel y ambicioso capitán pirata del velero con la calavera y las dos tibias cruzadas por bandera, lucía un parche en el ojo, una pata de palo o un peligroso garfio por mano, arrojaba al mar a un marinero insumiso o un prisionero capturado para que de inmediato apareciera la aleta de un escualo enorme con mucha carpanta atrasada y se lo merendara dejando un reguero de sangre sobre el agua como macabra propina.

Claro, que si era al bueno de la película a quien le tiraban, este sacaba un cuchillo de no se sabe dónde y quien acababa muerto sin remedio era el tiburón pues la película no podía terminar de esa manera tan cruda y tan corta. Business are business que dicen los gringos. A causa de recibir esos clichés impactantes tantas veces parece que se imprimieron en mi mente de muchacho los ya citados miedos y de ahí que los tiburones no me hagan nada de gracia, en absoluto.

Y creo que en esto no soy yo solo, la mayoría de personas les teme, a algunos les son más o menos indiferentes y los submarinistas que salen en los reportajes de canales temáticos nadan tan campantes entre cientos de ellos, y cuando se acercan demasiado los alejan dándoles ligeros golpes en los morros o los acarician como si fueran las mascotas de su casa. Pero yo no lo haría ni por un millón de dólares y además una mano o una pierna artificial de regalo.

No soy un excelente nadador, pero me defiendo bien cerca y no tan cerca de la orilla, pero si alguna vez me adentro un poco en las aguas, a los cuarenta o cincuenta metros me viene a la mente si un peje de esa calaña aparece, con sus dientes de sierra me puede dejar sin una pierna, la cabeza o partirme por la mitad como lo hacen las tijeras con las cintas que inauguran embalses o nuevos proyectos de los gobiernos.

Entonces vuelvo rápido hacia la playa donde haya más bañistas y así tal vez el tiburón prefiera a otros platillos más blancos, más gruesos y apetecibles que yo, y en especial los extranjeros cuyas pieles ya están bien sazonadas con aceites y cremas anti solares con sabor y olor a coco, vainilla o aguacate.

Llevo en esta isla maravillosa casi cincuenta años y nunca he sabido de ningún ataque de los escualos a personas, pero no hay manera de que pueda superar esa sensación de poder ser engullido de manera tan cruda y directa.

Una vez con unos amigos nos bañábamos en el puerto de una ciudad europea creyendo que el lugar sería más seguro, cuando salimos y mientras nos secábamos un pescador que pasaba por allí nos dijo que tuviéramos cuidado porque con frecuencia se acercaban las tintoreras a los botes buscando comida, unos tiburones no muy grandes, pero con caras y bocas de pocos amigos. El susto mío fue grande y los escalofríos aún más.

El caso es que el tiburón hace su trabajo de depredador natural devorando multitud de presas contribuyendo a que en el mar no haya una sobreabundancia de fauna perjudicial, aunque ahora las flotas pesqueras de muchos países, destacando las japonesas, con sus inmensas redes y tecnologías de captura con radares son los que ¨tiburonean¨ saqueando y esquilmando los mares y océanos de todo el mundo.

El que en verdad está equivocado es el hombre que nacido para ser terrestre se empeña cada vez más en invadir el mar y de tanto en tanto, sobre todo en las costas Australia, California, y La Florida paga su cuota de vida o de heridas muy graves. Como sea, creo que la manera mejor de ver los tiburones es en la pantalla de la televisión, en los acuarios detrás de gruesos cristales y aun mejor en disecados colgando en algún exhibidor de un museo de ciencias naturales. ¿Tiburones cera de mí? ¡No, gracias!