Estas palabras me las dijo una joven de 19 años con los ojos llenos de lágrimas en presencia de su madre. Y dijo más, "yo no quiero casarme porque quiero seguir estudiando".
Recibí en mi oficina, sin previa cita y según ella, con carácter de urgencia, a una madre con su hija.
La señora es una mujer joven, de algunos 40 años, profesional y sobreviviente de violencia. Me requiere recibirla pues necesita orientación en una situación que se le acaba de presentar. La hija de 19 años, bachiller y con deseos de seguir estudiando, tiene un noviazgo desde hace 4 meses con un joven de 32.
Según me explica la madre, no está de acuerdo con la relación pero lo aceptó en la casa. Ellas tienen una buena comunicación y la hija le acababa de decir que había tenido relaciones sexuales con este novio. La reacción de la madre fue sentirse traicionada por su hija, botarla de la casa, contar a parte de la familia lo ocurrido y requerirle al novio que "tenían que casarse y hacerse cargo de ella".
Estas palabras me traspasaron la razón y la emoción. Escucharlas de una mujer joven, profesional, que está en proceso terapéutico por una cruel vivencia de violencia, me puso de nuevo frente al poder de las historias y cómo las vamos traspasando de generación a generación sin darnos cuenta.
Esta hija le gritaba a voces a su madre la demanda típica de esta generación, el deseo de estudiar, trabajar y progresar, pero es tan poderosa la internalización que ha hecho esta madre de los patrones machistas de la cultura, que no escuchaba.
La madre no se daba cuenta que estaba entregando a su hija a los brazos del "lobo depredador", como ella le llamaba al novio. No se daba cuenta de que a nivel inconsciente estaba siendo leal a los códigos familiares que sostuvieron la violencia en su familia. No se daba cuenta de que el cuerpo de su hija no es un objeto con fecha de caducidad. No se daba cuenta de que estaba obligando a este joven a ver a su propia hija como una mercancía que luego de comprarla, a través de una relación sexual, debía llevársela y hacer con ella lo que él entendiera conveniente. No se daba cuenta de que su hija tiene derecho a tomar decisiones como adulta y a asumir las consecuencias que estas decisiones traigan a su vida.
Indiscutiblemente que la relación entre una chica de 19 años y un hombre de 32 es riesgosa, pero frente a la relación establecida, lo que se requiere son conversaciones en tranquilidad y con madurez de las madres y padres con sus hijas acerca de lo que significa hacer esta elección, su vulnerabilidad frente a un hombre mucho mayor que ella, la necesidad de vivir una sexualidad responsable con su salud y su proyecto futuro, la responsabilidad compartida de la pareja frente a consecuencias no previstas y todo lo demás.
Sabemos de lo difícil que resulta aún en estos tiempos hablar con las hijas y los hijos acerca de la sexualidad, reconocemos que a pesar de la supuesta liberación sexual de estos tiempos los mitos, tabúes y patrones machistas necesitan ser confrontados con mucha información, educación y soporte a madres y padres, pues de no ser así continuaremos poniendo en riesgo a las jóvenes desde el interior de sus propias familias.
@solangealvara2